Nos emociona conducir y seguramente por ello nos hayamos atrevido con la sinuosa carretera portuguesa N-222. Desde Vila Nova de Foz Côa hasta Vila Nova de Gaia; unos 200 km que discurren por el lado izquierdo del río pegándose a él en buenos tramos. Algunos los hacen en cuatro horas. Nosotros tardamos más, bastantes más… y se nos hicieron cortas.
Muy poco tráfico, curvas, aceleración, frenadas, travesías de adoquín, rampas y descensos sin estridencias. Todo lo necesario para una conducción entretenida en la que no puedes despistarte.
La carretera básicamente discurre al sur del Douro, a veces junto a él, de forma que a los placeres anteriormente mencionados se une el espectáculo que impone el río. Sus miradores y viñedos, sus freguesias y sus adegas y la sensación de rodar entre un jardín de ordenados parterres que forman las viñas. Salpicados de olivos, alcornoques, almendros, higueras, brezos… No acabaríamos.
Entre la lluvia y el sol…
Bajamos de la fría meseta y comenzamos en Vila Nova de Foz Côa dirigiéndonos hacia el oeste. De repente el tiempo es magnífico y entre una fina y agradable lluvia se cuelan algunos rayos de sol para ofrecernos diferentes iluminaciones del paisaje. Vamos parando en Sao Joao de Pesqueira, en Pinhel y en Peso da Regua. Pequeñas poblaciones que nos ofrecen sus miradores, sus puentes y sus muelles.
Con cierta frecuencia aparecen sobre las aguas del río elegantes cruceros dibujando rítmicas estelas que chocan con las laderas de pizarra y granito; a ellos se unen pequeñas barcas de pesca, incluso veleros y algún rabelo venido a menos. Para terminar la estampa fluvial el discreto ferrocarril también se incorpora a la escena festoneando las aguas del río con reflejos amarillos.
Y entre la lluvia y el sol aparece el Arco Iris; monumental, nítido y completo como nunca lo habíamos visto y que se apoya en las laderas del río como si fueran los estribos de un enorme puente.
Las viñas
Vamos recorriendo la N-222 por el Alto Douro Vinhateiro, una región que se enorgullece de poseer el consejo regulador decano de entre todas las de la Tierra. Data nada menos que de 1756 cuando el Marqués de Pombal quiso salvaguardar los derechos sobre el vino de Oporto si bien se tienen noticias de la producción de vinos por estos parajes desde hace mas de dos mil años. Como podéis imaginar: ¡desde cuando los romanos!
Y es así, con la unión de los siglos y el esfuerzo de generaciones como se han ido ganando los majuelos a la empinada ladera por medio de descomunales escalones que permiten el acceso y la ejecución de duras labores agrícolas.
Las viñas acaban de ser vendimiadas y ya el verde de las cepas va tornando en ocres, amarillos y rojos. Vibrante colorido en el valle del Duero. Los vendimiadores han sido generosos con nosotros y nos han dejado —para probar— algunos gajos de dulcísimas uvas negras cuya variedad desconocemos.
Las quintas desparramadas por las laderas comienzan su meticulosa labor entre visitantes procedentes de los cruceros; por los pueblos se respira el aroma del mosto mezclados con otros de eucaliptos e higueras y, para añadir más tonos y sabores, naranjos y membrilleros se aprestan a madurar.
Montemuro
Para proteger este vergel del océano la Sierra de Montemuro cierra por el sur del río el paso de los húmedos vientos del Atlántico. A medida que rodamos las viñas van desapareciendo, aunque nunca del todo. A cambio, en las comedidas alturas, se nos ofrece un paisaje de castaños, almendros y nogales entre bosques de pinos y robles. Numerosas aldeas dispersas en las que el hórreo también se incorpora al paisaje entre preciosos emparrados soportados con granito y huertecillos en los que ya solo quedan berzas, puerros y pimientos.
Hacemos algunos kilómetros por otras carreteras secundarias; ahora subimos, bajamos y curveamos. Perdemos al Duero cuando iba a recoger al Támega en Entre os Ríos para reunirnos de nuevo con él al acercarnos a Gaia por la N-222, donde esta sin par carretera termina.
Hemos echado una jornada entera conduciendo y parando, tirando fotos y sintiendo sutiles sensaciones de paz, de armonía y de belleza bajo una finísima y persistente lluvia. Muchos afirman que la N-222 es la mejor carretera del mundo, desde luego no seremos nosotros quienes les contradigan. Ni a estos ni a los que declararon Patrimonio de la Humanidad a este trocito del Douro.
Notas sobre la ruta:
- La carretera está en muy buen estado si bien las travesías de los pueblos a veces desorientan y conviene llevar navegador.
- Lo ideal es hacer noche en alguno de las localidades ribereñas. Nosotros lo hicimos en un discreto hotel de Peso da Regua
- Quedamos encantados de la cena en el restaurante de Regua Jerinha ĺTaberna & Companhia, detrás del Museo do Douro que también recomendamos para visitar.