Hoy caímos de nuevo en la tentación de rodar tras la caída del Sol. Puede que sea por el roce del frescor en los brazos, o quizás por las emociones añadidas que aporta el rodar a oscuras, tal vez por ver aparecer la Luna entre las nubes de oriente… La cuestión es que es otro paisaje, otra luz, otros olores…, en suma: otra aventura.
Elegimos Valdenebro de los Valles para comenzar. Después iríamos al encuentro del molinero río Anguijón para finalmente regresar por la llanura Terracampina.
Entre un precioso atardecer en el que el Sol rozaba un horizonte de girasoles dejamos atrás la Fuente Barrio y remontamos el arroyo de Prado Valbuena por una bonita vereda repleta de chopos plateados hasta subir hasta lo alto del páramo de Torozos. Arriba nos esperaban enhiestos una buena hilera de viejos almendros para recordarnos aquellas épocas de los viñedos que por aquí abundaron.
Pronto dimos con el valle del curioso río Anguijón, un rio que tenemos bien explorado de día pero que, ahora, entre las penumbras, se nos antojaba lúgubre y misterioso.
Bajamos hasta los sotos del río y visitamos su cauce que nos dejó sorprendidos de que en pleno verano y, entre cardos ya secos, llevara tan buena corriente al poco de haber nacido.
Más adelante, junto al río, encontramos un viacrucis que seguimos hasta llegar a la Ermita de Serosas. Ahora la Luna ya se dejaba ver en el horizonte, levantando justo sobre el vallejo del Anguijón entre oscuras nubes. Desde la ermita nos encaramamos hasta Montealegre de Campos donde paseamos por sus calles vacías y rodeamos su fulgurante castillo. Solamente un par de perros, desde el interior de algún corral, anunciaban a ladridos nuestra discreta presencia,,, hasta ahora claro.
Desde el mirador que tan bien conocemos se intuía la Tierra de Campos a nuestros pies salpicada de muchas luces. Luces agrupadas que delataban a sus pequeños pueblos, otras que señalizan tendidos y antenas, las intermitentes rojas que acompañan a los aerogeneradores, luces potentes de cosechadoras que trabajan en el campo y las luces del tráfico de sus carreteras.
Bajamos del cerro hacia la llanura siguiendo un río Anguijón que ahora ya no tiene valle y discurre acomodado en una zanja por la llanura. Por ella llegará hasta Meneses, después a Belmonte y en Villanueva de San Mancio se entregará al Sequillo tras pasar bajo el Canal de Castilla.
En Meneses de Campos encontramos cierto ambiente veraniego; su iglesia iluminada, algún paseante y el eco de la conversación en la terraza de un bar entre los que no habrían de madrugar. Nosotros dejamos el animado lugar para entrar de nuevo por los caminos. Caminos a veces oscuros, otras iluminados por la luna y muchas deslumbrados por las luces y más luces que, como hemos comentado, abundaban por los alrededores.
Mientras rodábamos, delante de nuestras ruedas, con frecuencia se cruzaban infinidad de topillos asustados, de una cuneta a la otra, en lo que parecía mas bien un juego suicida.
Un despiste nos llevó casi hasta Belmonte —Daba igual, era un placer sentir sobre la bicicleta la suave brisa de la noche— . Desde allí, nos encaminamos hasta Palacios de Campos con la vista del negro Moclín a nuestra derecha. Habíamos sobrepasado ampliamente la medianoche y la temperatura se mantenía tan agradable que aún seguíamos con la manga corta.
La luna se levanta hasta su medianoche y a las nubes se las llevó la brisa cuando entramos entre los valles y cuestas de Valdenebro. Rodamos placenteramente en silencio con nuestra luces apagadas; no son necesarias, el reflejo de la luna es suficiente. Ha dado la una y ya van a dar las dos cuando atravesamos el Teso de la Horca para entrar por las callejas silenciosas del pueblo que descansa en silencio.
Aquí la ruta por si alguien se anima. Hay un tramo repetido ya que me olvidé la mochila y tuve que regresar hasta la ermita a buscarla. Mala cabeza que sufren las piernas…
Bonito viaje y relato