Hoy iniciamos nuestra ruta desde la pequeña localidad de Ciruela, justo al Sureste de Berlanga de Duero. La primavera se nos ha echado encima. Bien regada y explosiva; incluso para estos hermosos parajes, altos y liegos, a los que tanto cuesta verdear.

Tomamos la cañada Galiana y por ella nos dirigimos hacia el Sur, subiendo lentamente desde el río Escalote hasta los páramos amplios y vacíos que tanto nos gusta recorrer. Atravesamos el monte de Alconeza, el único que encontraremos hoy en nuestra ruta ya que, por aquí, ni siquiera las sabinas se atreven a establecer.

Tras dejar la ancha cañada tomamos rumbo hacia la Riba de Escalote. Visitamos tainas abandonadas, la fuente Mingo servida de aguas e incluso avistamos la atalaya de Hojaraca que aún parece vigilar un paso del río Escalote. Llegamos al pueblo vacío, como tantos, y en el que solamente escuchamos el estruendo que provocan sus caños en la fuente junto a la iglesia de San Miguel.
Desde la Riba nos acercamos a Rello, imponente sobre su cantil tallado por el río y rematado por el hombre. Allí almorzamos a la abrigada, con la compañía del Sol y de una gallina solitaria que se paseaba rebañando nuestras migas.

Bajamos hasta el valle para protegernos algo del molesto viento de levante y para contemplar el buque «Rello» en la distancia, entre páramos y navegando en soledad contra la ventolera.
Tras cruzar el rio, hoy con agua abundante para como lo hemos visto en estas fechas, subimos con paciencia hasta el páramo hasta encontrarnos con
Las Tainas de Valtasugo
Aprovechando los cantiles del vallejo ya encontramos algunos corrales, más arriba, donde Eurus soplaba juguetón, aparecieron los restos de las tainas de Valtasugo: majadas de piedra seca, con corrales adyacentes y construcciones cubiertas de paja, para la protección de pastores y ganado.

Entre los restos, postes y aguilones caídos daban fe de que hubo techumbres de paja de trigo o de centeno. Un hastial solitario nos señalaba un refugio para los pastores y, en derredor, larguísimos muros de piedra para proteger el ganado de las alimañas.
Recorremos el páramo y tainas y cerradas aparecen por decenas; enormes corraladas hechas con paciencia, generación a generación, mientras millares de ojaladas pastaban la paramera en los inviernos fríos.

Todo está vacío ahora.
Los muros se desmoronan y entre aquellas piedras que, una a una, movieron los abuelos, nace la dorada genista, los cardos y el escaramujo y, entre ellas, viven culebras y lagartos y apenas hay más vida.
El viento se lo llevó todo. Los hijos, —los nietos— , del centenar de personas que pueden vivir en el conjunto de estos pueblos por los que hoy hemos pasado, hablan catalán, vascuence … muchos incluso defienden a ultranza que la pelota es un deporte vasco ¡exclusivamente!
¿Pero entonces? Tantos pueblos por los que pasamos que aún conservan su frontón como único polideportivo local…

Parecía que hoy tocaba dramatizar, pero no. También era el momento de reír: Un caro cartel junto a un camino nos anuncia un proyecto europeo: el Life Ricotí. Leyéndolo, todo parece el típico despropósito de despacho. Entre otras cosas anuncian que para la restauración y conservación de la alondra ricotí proponen promover el pastoreo tradicional de ovino… y así promover el turismo ornitológico… creando caminos y rutas…
Nos entra la risa triste. Parece que a Castilla le tocó ir contra el viento en la España taifal.
Pero lo nuestro es vivir en el paisaje, y este, sigue siendo hermoso. Así que seguimos rumbo Este. Seguimos por el páramo sobrecogedor y rodamos contra ese fuerte viento, endémico, que azota estos lares.

Por fin viramos hacia el Norte y el páramo agreste nos deja ver el descomunal valle del río Torete (también Bordecorex). Al fondo, al pie del Otero, observamos iluminada la localidad de Bordecorex.
Con la tensión del descenso por la larguísima cuesta abandonamos nuestras inquietantes reflexiones.

Disfrutamos del río y de un pueblo inusualmente reconstruido y lleno de detalles, como sus fuentes y lavaderos. Nos encaramamos mas tarde a la alta atalaya de Veruela y de allí a Caltojar, donde el Escalote recoge al Torete y, siendo ya un “gran” río, se dirige brioso hacia Berlanga y al Duero.
Ahora el viento nos da en la espalda y nos hace volar. Vemos a lo lejos San Baudelio que emerge entre su recogido vallejo, después pasamos entre la viejísima arboleda de chopos mochos de Casillas de Berlanga y finalmente regresamos a Ciruela, cruzando el vetusto puente de piedra de la cañada.

En Ciruela quedan aún 8 habitantes. Hablamos con un matrimonio y, por si tuviéramos dudas, nos lo aclaran.
– A estos pueblos, les queda media generación. A lo más.
– ¿Cómo es eso? Preguntamos.
– Y quién quiere vivir aquí. Se van a Soria. Ahora, desde allí, se puede llevar la labranza, lo único que queda.
Junto al parque infantil del pueblo, comido por el herbazal, recogemos nuestros trastos y nos vamos, también… a nuestra ciudad.
Pero, antes, os dejamos aquí el track de la ruta.
