…/… En la entrada anterior la primera parte de esta excursión
Tras haber remontado el valle del Duero y recorrer algunos de sus páramos emprendo el regreso hacia Quintanilla de Arriba siguiendo los ríos Duratón y Duero. Atrás dejo el misterioso Barranco del Olmar. Ahora desciendo despacio, disfrutando del valle, hasta Torre de Peñafiel por donde paso de puntillas a la hora de la siesta.
A partir de aquí acompaño al Duratón en un suave descenso; a veces rápido por la misma carretera y otras entretenido por una ribera frondosa. Un paisaje de choperas y campos de regadío salpicado de manchas de pinar y un río sin apenas agua en el que los potentes motores encajan sus tuberías de extracción en pozas dejando casi agotado el su cauce.
Mas abajo las pocas aguas que bajan por el Duratón hasta Peñafiel se remansan en el idílico paraje de Valdobar. Entre alisos, sauces y chopos desmochados: la ermita de San Roque y su fuente; una pequeña playa de arena blanca donde varias personas se refrescan en el río mientras otras toman el sol y el coqueto puente de Valdobar con sus tres arcos de piedra.
Aunque no puedo acercarme, nos encontramos en la zona desde la que se bombea el agua al embalse de Valdemudarra —por allí pasamos a la ida— con aguas del Duratón pero en invierno.
Dejo esta vez a un lado Peñafiel y, entre pinares, me dirijo hacia Padilla de Duero. Doy un rodeo para recorrer territorios de Pintia. Campos vacceos que nos cuentan mucho sobre el pasado de estos lares mas allá de Roma. Entre modernas bodegas de diseño afloran los restos de su poblado y su necrópolis. Al otro lado del río, sus hornos e industrias y en el cercano cerro de Pajares aún se aprecia la dentellada que dejó la cantera de donde extraían la piedra caliza que van desenterrando los investigadores.
Me he metido por incómodos arenales así que vuelvo a Padilla. Tras pasearla, salgo por Ermita del Cristo y tomo el camino de Castraz hacia Quintanilla de Arriba, donde comencé esta mañana.
Primero ruedo entre un seto de negrillos muertos. Después las manchas de pinar jalonan mi camino y cuando llego a Quintanilla, acercándome al Duero, son los álamos y alisos los que me amenizan el final de la ruta. Entre ellos se vislumbra una zona de baños en la que algunas familias disfrutan de un pícnic ribereño.
Yo estoy cansado, ha sido una ruta larga, solitaria y calurosa. Recorro el pueblo que sigue de fiesta. Me asomo a su Duero —¿Cómo no?— justo donde están sus viejos lavaderos pletóricos de color; verde esmeralda sus aguas y naranja de las caléndulas que florecen medio silvestres a su alrededor.
Busco un bar reparador; una gran caña con limón y unos minutos de relax me dan la energía necesaria para recoger y volver.
En la entrada anterior tenéis el enlace a la ruta en WIKILOC.