El título de esta entrada bien podría haber sido: ¡Intuye Esguevillas!, ¡ Por ahí debe de estar el Cerrato! O algo parecido, para ello hubiera bastado salir al día anterior o el siguiente. Entre días de niebla cerrada, nos encontró uno soleado que nos ha permitido, de nuevo y en bicicleta, asomarnos a un luminoso Cerrato.
El Valle de Arranca y el arroyo de San Vicente
El arroyo de San Vicente es un bonito y peculiar arroyo Cerrateño. Nace a 900 m en un enclave del término de Torre de Esgueva y desde allí desciende suavemente por el Valle de Arranca hasta que casi llega a la Esgueva. El valle tiene dos partes diferentes; la alta, en la provincia de Palencia que se encuentra sin roturar por ser coincidente con la Cañada Real Burgalesa y la baja, ya en Valladolid, en la que el cauce es una simple zanja sin vegetación ribereña y con los cultivos al mismo borde.
Partimos pedaleando desde Esguevillas disfrutando de la amplitud y belleza de este valle. La atmósfera muy limpia, incluso el arroyo traía algo de agua hasta la ermita de San Vicente, algo insólito para los tiempos que corren.
Más arriba, entre Toralbo y Toralbillo, comenzamos a castigar las piernas avanzando por un tramo perdido, sin camino, de la Cañada Real. Así hasta que de nuevo encontramos una senda más arriba, ya en la parte alta del valle. Aquí coincide la cañada con el arroyo, podríamos hablar del “Arroyo Salvaje” si llevara agua. Aun así, podemos disfrutar de un valle natural, salvado gracias a que lo recorre la cañada y que debió de ser notable descansadero y abrevadero.
Encontramos modernos leñadores recogiendo la ramera de encinas y quejigos. Más adelante bebemos agua en el pozo de la Tablada y seguimos subiendo hasta el páramo. Entre ruinas de colmenares y corraladas caídas se nos cruza algún corzo. Arriba, en los corrales de Lorenzo ¡estamos a 900 m! Algo nada frecuente en la provincia de Valladolid.
Dejamos el río de agua y seguimos el río del ganado
Si por los arroyos ya apenas baja agua, tampoco por nuestras cañadas se mueve ya el ganado. La meseta está tranquila, apenas nada fluye. Está tan despoblada como siempre ha estado y —como quizás—debería de seguir estando.
El paisaje es enorme; amplios horizontes salteados de quejigos desnudos de formas retorcidas. Las encinas, más recatadas, dejan caer sus bellotas que alguien hambriento arrebañará de anochecida.
Rodamos cañada tras cañada por un páramo que tuvo que ser una verdadera autopista para el ganado. Sus “áreas de descanso” en forma de corrales y chozos dan fe del cambio de actividad que han vivido estos lares. Así, tras probar el agua de la fuente de Valdileja visitamos los corrales de La Tiñosa, un verdadero monasterio de El Escorial en asuntos de ganado y que aún se utiliza.
Ahora los tractores arañan despiadadamente las veredas convirtiéndolas en estrechos caminos cuando no se engullen dentro de vallados acaparadores y desaparecen.
También los corrales de La Pedriza, comidos por las encinas y con su peculiar chozo truncado, merecieron visita. Una mesa de cemento plantada junto a un refugio y pozo hizo que esta vez almorzáramos sentados, vamos; «como Dios manda».
Para el ciclista o paseante actual son pequeños paraísos montaraces enmarañados de carrascas y enlosados a veces con lapiaces complicados que hacen de camino o trocha para que podamos rodarlo y disfrutarlo.
Esguevillas de Esgueva
Tras recorrer un buen tramo de la Cañada Real Burgalesa descendemos de nuevo hacia el Valle del Esgueva. Queremos ver que sucede con el arroyo de San Vicente, ¿dónde desemboca?¿aporta algo de agua?
Descendemos por el valle de otro arroyo hermano, el de Valdeladuerna. En una blanquecina ladera de espejuelos nos encontramos con la fuente de Antanillas, ni siquiera figura en los mapas pero esta adecentada y aunque la habíamos visto en tiempos mejores !echa agua!
Tras un paseo por las bodegas de Carratamarilla llegamos al Esgueva… pero al viejo. Al natural, al que fue movido y canalizado en favor de la agricultura. A este Esgueva, al viejo, llegan las Esguevas de Esguevillas; media docena de zanjas secas llenas de carrizos y basura. Una de ellas lo llaman arroyo de San Vicente, ¡ya no lleva agua!, la poca que tenía se quedó en el camino alimentando pozos y balsas.
Nada se aporta al río excepto los desagües. Por eso el Esgueva, un río esclavizado, quiere alejarse de estos pueblos que después de agotar su poca agua corriente lo contaminan con sus residuos. Para el río… no somos pocos los habitantes y sí demasiados los regadíos.
Ya no hay nutrias en los arroyos, ni truchas en el río… ¿Cuánto debería de durar esto?
De atardecida remontamos de nuevo hacia el pueblo por la Magdalena. El valle, muy ancho y seco, tiene un bonito perfil a la puesta del sol.
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