El embalse de Ricobayo fue bruscamente vaciado hace unos meses. El uso o abuso que la empresa eléctrica concesionaria del salto ha llevado a cabo ha creado un ambiente de impotencia y de crispación. Nosotros nos hemos acercado a contemplar al río Esla correr como fluía antaño en las proximidades de Castrotorafe. Un tramo de la ruta nostálgico y de curiosa belleza al haber desaparecido sus vegas y riberas. Técnicamente complicado por lo que no lo recomendamos y menos en solitario.
Comenzamos nuestro paseo en Cerecinos del Carrizal tomando rumbo Oeste hacia Piedrahita de Castro cruzando la Tierra del Pan en medio de una frenética actividad agraria. Los agricultores sacan sus tractores y aperos al campo para hacer sus laboreos sobre la tierra mollar.
La mañana es fresca y soleada. Algunas avefrías nos recuerdan que ya estamos bien entrado el otoño. La atmósfera, limpia y clara, nos permite vislumbrar bajo suaves estratos Aliste, La Culebra y al fondo, más difuminada, La Cabrera.
Castrotorafe
Cruzamos los primeros brazos vacíos del embalse en Valdeludío, después pasamos sobre la autovía de la Plata y llegamos al despoblado de Castrotorafe, también conocido como Zamora la Vieja.
Recorremos sus ruinas de calicanto y nos acercamos al cantil de la ribera. No hay agua embalsada pero el río Esla discurre con la dignidad de antaño brincando sobre viejas aceñas.
Contemplamos murallas, restos de su iglesia y el castillo. Es un paraje de ensueño, con poco esfuerzo imaginamos la vida antigua de esta importante capital en el medievo.
El río nos llama y bajamos temerariamente la ladera de lajas sueltas, abajo nos esperan lodos, bardanas y algo de aventura.
Y es que a los pies del castillo el paso se cierra por grandes rocas, tratamos de pasar y tras algunos esfuerzos lo conseguimos subiendo y bajando nosotros y… las bicicletas; casi una escalada, imposible de hacer en solitario.
Al otro lado los restos de un cubo y los pilares del puente medieval de Castrotorafe derrumbado emergen sobre las aguas ahora espumosas del río. Un rato de fotos y tranquila contemplación.
El Esla
El río resulta atractivo. El mayor afluente del Duero baja desnudo. Sus riberas son ahora lodazales colonizados por bardanas que nos destrozan los calcetines. Bardanas y …¡margaritas! Estas, ajenas al frescor, florecen en otoño ofreciéndonos un paisaje diferente y amable.
Cuando montamos en bicicleta las ruedas se hunden en la arena, cuando aparecen las rocas tenemos que caminar con cuidado cargados con la bici y aún así seguimos por el río que nos fascina. Rodeamos el Teso del Rey y a los pies de Virialbo encontramos los restos de antiguos corrales indiferentes al nivel de las aguas.
Seguimos con nuestro paseo junto al río. Aparecen curiosas estructuras en el agua que nos sugieren antiguas pesquerías. Y ¡Vaya! Un pinchazo que resolvemos sin mayor novedad ¡qué menos podemos pedir a nuestras sufridas bicicletas!
Al poco encontramos frente a nosotros y al descubierto la Aceña de Misleo. Su viejo azud de pizarra diagonal ha partido por algunos puntos y deja pasar al rio a borbotones. Un poste aún clavado en el río nos recuerda que aquí hubo una barca que comunicaba a las gentes con las tierras de Tábara.
Subimos un tramo más por el río, los barbos chapotean al esconderse a nuestro paso y nosotros nos cansamos. Buscamos una salida entre las dehesas y la encontramos hacia Riego del Camino. Allí almorzamos en su parque junto a la carretera Sevilla-Gijón. Solamente un tractor paso por ella en el rato que allí estuvimos sin embargo, en el campo de futbol anejo, seis chavales echaban un partidillo. Hacía tiempo que veíamos a tantos en un pueblo.
Moreruela
El tiempo invitaba a rodar y no pudimos evitar acercarnos de nuevo hasta el monasterio de Moreruela. Un lugar imponente y entrañable que nos llena de admiración. Llegamos a la hora de vísperas y entre el sol tamizado de la tarde nos parecía escuchar las oraciones de monjes y novicios tras su día de trabajo, allá en los albores del primer milenio.
Ahora son todo ruinas que hablan y resuenan. Todo no. La fuente ahí sigue, manando un chorrillo que vierte entre lentejuelas verdes al arroyo de la Laguna llenando un poquito el Esla.
Dejamos Moreruela entre hermosas dehesas de encina que dejan caer sus bellotas sobre los suelos verdes de otoño mientras que un rebaño pace sosegado.
Seguimos camino con el sol cayendo a nuestra espalda. Pasamos Granja de Moreruela, las dehesas terminaron y de nuevo, tras los palomares, amplios campos sin arboledas se abrían ante nosotros. Caminos de concentración rectilíneos y ortogonales que tuvimos que amenizar cambiando de rumbo de vez en cuando.
En Manganeses de la Lampreana visitamos su antigua estación y otros restos de su pasado ferroviario que nos cuesta imaginar y más adelante hicimos un pequeño alto en el agradable paraje de la Fuente de Junciel.
Más adelante Arquillinos, junto al río Salado, la sal aflora blanquecina por algunos prados y caminos; es el arroyo en el que desaguan las cercanas Lagunas de Villafáfila. No lleva agua, solamente un manto cerrado de carrizo nos indica su cauce.
Y llegamos de vuelta a Cerecinos del Carrizal que parece que está en fiestas. El sol se pone y nosotros recogemos. Hoy han sido más de 70 km, muy entretenidos y poco recomendables.
Aquí el TRACK en wikiloc (¡ojo! hay un paso muy difícil y zonas complicadas) En estas fotos de FMR os dejo algunos detalles de la aventura.
Sequía por todas partes,pero aún así mi tierra es hermosa.
Gracias por este precioso reportaje