Hoy recorreremos una ruta que discurre por las vegas del arroyo de la Almucera —comarca de Vidríales en Zamora— y el río Eria —Comarca de La Valdería en León— separadas por la sierra de Carpurias.
En la antigüedad, sobre la zona, se asentó una gran base militar que acogió a una legión romana y después, durante siglos, a otras unidades militares. Ahí permaneces los restos de sus campamentos y calzadas además de sus escritos. Un área en la que vivieron miles de soldados, sus familias y los servicios que ello conllevaba y en la que ahora apenas habitan unos cientos de personas.
Comenzamos nuestro paseo en Rosinos de Vidríales sorprendidos por la belleza sencilla de su iglesia de El Salvador. Esta circunstancia, a lo largo de la ruta se repetiría constantemente en cada uno de los pueblos por los que pasamos.
Tras visitar el santuario de la Virgen del Campo nos acercamos a Petavonium. Eran horas de visita pero allí no había nadie, algo que ya nos ocurrió hace un par de años ¿? así que seguimos nuestro camino hacia San Pedro de la Viña, junto al arroyo de la Almucera para recreamos en el paraje de su fuente romana entre prados verdes.
Dejamos atrás el valle y llegamos a Fuente Encalada.
Después de una helada tardía el sol se adueñó del cielo, eso sí, acompañado de un cierzo muy fresco que apenas molestaba.
Allí nos encontramos con una paisana a la que preguntamos por la fuente que daba nombre al pueblo que imaginábamos blanca e impoluta. Pero bien nos explicó que aquella, con sus lavaderos, ya se había perdido como tantas cosas en el pueblo y que, como fuente, una en la plaza con una pequeña noria es todo lo que podíamos encontrar.
Sin embargo fue su imponente iglesia lo que nos sorprendió; en parte por su majestuosidad y en parte también por el hecho tener que cruzar el pulcro cementerio de la localidad para llegar hasta su pórtico renacentista. Creo que es la primera vez que nos encontramos esta disposición en nuestros recorridos.
Seguimos nuestro camino embelesados por la descarnada arquitectura del barro. Adobes y tapiales se solapan con cantos y madera en casas que desgraciadamente se van perdiendo. Las bodegas han colapsado y a los palomares se los traga la maleza. Todo ha cambiado como se empeñan en recordarnos los aerogeneradores que rolan en lo alto de la sierra.
Subimos hasta el páramo de La Chana por la Peña Esbarrada con la intención de recorrer el camino de la Calzada del Obispo. Una calzada ¡auténticamente romana!, bien conservada, y que desgraciadamente hoy es fuente de polémica y debate por la irreparable agresión que ha sufrido por parte de la misma administración que hubiera podido cuidarla y ponerla en valor. Incluso “no hacer nada” hubiera sido, sin duda, mejor.
La recorremos sin prisa. El páramo baldío mantiene el encanto de sus matas de encina, de jaras y brezos, y de sus manantiales que también los tiene. A veces sobre la antigua calzada y otras junto a ella el camino actual juguetea a un lado u otro. La calzada se mantiene recta mostrándonos sus firmes taludes desgastados por el tiempo. También las pequeñas canteras de donde extrajeron la piedra para el firme, algunas convertidas en charcas de blanca superficie por la pequeña flor del ranúnculo.
De repente observamos el cartel explicativo arrancado y apoyado en una encina y el camino abierto y descarnado a Calzada de Valdería…
Y desde allí rodamos por la fresca vega del rio Eria hacia Castrocalbón.
Llegamos y cruzamos su desvencijado puente de hierro. El rio baja desde el mismo Teleno. Rápido y trenzado entre limpias playas de grava mientras sus riberas comienzan a verdear. El pueblo es grande, hay panadería, hay tienda y bares. Casi es hora de cerrar pero tenemos la fortuna de poder comprar una hogaza reciente y un par de tomates que degustamos con placer junto al socaz del molino de Raimundo. El agradable murmullo de las aguas saliendo despistadas de su cárcavo entre frutales en flor nos amodorra.
Un breve descanso y seguimos…
Llegamos a San Esteban de Nogales por un valle ancho, plano y florido dondequiera que miráramos. Hacemos parada en las ruinas del monasterio de Santa María. Más patrimonio perdido, ruinas abandonadas y la historia enterrada. Aún así el lugar, lleno de misterio, es hermoso.
Por la vega del Eria llegamos hasta Alcubilla de Nogales y después hasta Arrabalde. Allí visitamos el dolmen del Casetón de los Moros lo que nos animó a subir hasta el Castro de Las Labradas, en lo alto de la sierra.
Curioseamos por el castro. Piedras amontonadas y otras alineadas. Refugios naturales y aljibes, ¡Echamos imaginación!. Aquí los astures debieron resistir el último embate romano mientras ahora un gran rebaño de cabras brinca entre las peñas adecentando el lugar; paraíso en flor de corzos y ciervos, de lobos y jabalíes.
Y después una interminable bajada entre rocas. Un tramo que te deja los brazos doloridos, las manos agarrotadas y el cerebro muy alerta. El descenso nos dejó en Bercianos de Vidríales y Villaobispo, allí tomamos la otra vega: la del arroyo de la Almucera y el valle de Vidríales, que en un corto recorrido y con la tarde cayendo nos llevo de vuelta a Rosinos.
Un réquiem por la Calzada del Obispo, para nosotros una buena jornada de campo y bicicleta: aquí la ruta
Las calzadas, como cualquier otro tesoro de nuestro patrimonio, sufren y sufrirán la desastrosa actuación de indigentes intelectuales, rezagados mentales que forman parte del panorama social español. Me imagino que esto se dice en determinados contextos (sálvame de luxe, socialité etc.) y la reacción pudiera ser catastrófica, pero no cabe duda que en el entorno de esta web/diario personal íntimo, se apoya la belleza de la naturaleza así como el pasado y el presente de nuestro país. Quiero seguir remarcando y exaltando la poesía de las fotos que inundan los textos de este blog.