La ciudad de Benavente esta situada en una encrucijada de carreteras y también de ríos. Por su término pasa un tramo del Órbigo además de varios caces y canales. El mismo cerro donde se sitúa la ciudad separa los valles de dos grandes ríos del Duero: Esla y el ya mencionado Órbigo.

Cuando nos acercamos a Benavente al horizonte llano y vacío de la Tierra de Campos se llena con la fresca arboleda que acompaña las riberas de estos imponentes cauces que se juntan en sus cercanías y hasta donde hoy trataremos de llegar sobre nuestras «burras».

El Esla

Iniciamos la ruta junto al Puente Mayor de Castrogonzalo en una jornada prometedora en cuanto a temperatura. Pronto rodamos entre esbeltas y sonoras plantaciones de chopos; entre ellas campos de maíz y girasol crecen firmes disfrutando de las abundantes aguas que proporciona el río.

Puente medieval sobre el Esla en Castrogonzalo
Puente Mayor de Castrogonzalo sobre el Esla

Recorremos las escolleras de las viejas graveras del Semillero convertidas en un pequeño paraíso para la pesca. Observamos como numerosos pescadores, algunos acompañados de niños que disfrutan de las vacaciones, preparan pacientes sus aparejos con la esperanza de que algún barbo o carpa pique.

Nosotros seguimos rodando entre los Plantíos, pegados al río Esla, junto a la isla de Carrancha.

De repente el camino se inunda, parece que pueda ser algún charco pasajero y entramos sobre las bicicletas pero… el charco no se acaba, gana profundidad y se ensancha. Tratamos de no poner pie a tierra; lo conseguimos pero… de nada sirve. Son 200, 300 metros, quizás más con el camino inundado y el agua entrando entre las zapatillas a cada pedalada.

Hace bueno y casi se agradece, pero, eso sí, ya iremos todo el camino con los pies mojados. Son gajes de nuestro oficio.

San Cristóbal de Entreviñas
Coqueto ayuntamiento de San Cristóbal de Entreviñas

Entre regadíos infinitos dejamos el Esla y llegamos hasta San Cristóbal de Entreviñas. Allí hicimos la compra y seguimos hacia Benavente bajando junto al canal del Esla.

Atravesamos la animada ciudad, subimos hasta su castillo por el lado del valle del Esla y bajamos por el del valle del Órbigo. Abajo nos topamos con el enorme caz llamado Caño de los Molinos y, junto a el, la vía verde de La Plata sobre el desmantelado ferrocarril que comunicaba Astorga con Plasencia, pasando por Salamanca y Zamora… Como tantos otros también ha desaparecido.

El Órbigo

Se hace agradable rodar por la vía de gravilla firme sobre el balasto del ferrocarril. Numerosos recuerdos ferroviarios adornan el paseo: los cambios de agujas, tomas de agua para locomotoras y la misma estación de Benavente. La cuesta es suave y la ribera del Caño de los Molinos se convierte en monte de chaparras que dejamos en El Sierro para dirigirnos a Manganeses de la Polvorosa.

Castillo de Benavente
Vía verde Ruta de La Plata a su paso por Benavente

Y aquí, entre cuidadas huertas, nos encontramos con el río Órbigo. Acaba de recibir al río Eria, viejo conocido, y se encuentra retenido aguas abajo por lo que nos aparece ancho y hermoso. Junto al río encontramos una fresca catalpa; y bajo la misma un banco a la sombra nos sirve para dar cuenta de nuestra fiambrera. Mientras tanto los aspersores riegan sin parar la pradera de un campo de futbol que ha habido que reducir seguramente por falta de jugadores.

Es la hora del calor pero es llevadero, seguimos rodando junto al río y al poco damos con la presa que retiene al Órbigo para desviar el ya comentado Caño de los Molinos. El viejo caz que antaño aporto su fuerza a las harineras y ahora lo hace para aportar agua a regadíos y piscinas.

Órbigo en el azud del Caño de los Molinos
Río Órbigo en Manganeses de la Polvorosa. Se observan los sedimentos y cantos retenidos por la azuda

Seguimos y seguimos siguiendo, pasamos Santa Cristina de la Polvorosa y rodamos entre acequias interminables que reparten las aguas. Sorprende que por estos lares aún se realicen los riegos a “manta”. Llegamos hasta Santa Colomba de las Monjas y desde allí tornamos hacia los puentes que nos permitirán cruzar el Órbigo Viejo, Luego el Órbigo y finalmente el Caño de los Molinos que vuelve al Órbigo después de regar Benavente: ¡Todo un mundo de aguas!

Allí optamos por tomar de nuevo la vía verde de la Plata. Queríamos llegar hasta el encuentro del Esla y el Órbigo, algo incierto porque ninguna senda aparecía en el mapa. Seguimos la vía que no podía ser más verde y cruzamos el Esla por un interminable puente “Pratt” en una zona de cuérnagos y ramales del río que lo hacen especialmente ancho y así hasta llegar a las inmediaciones del lugar buscado.

Y el baño

La canícula aprieta y se confirma que camino no hay. Dejamos esta vez a nuestras cómplices bicicletas tras unos arbustos y seguimos caminando entre una interminable chopera. Zarzas y ortigas se ceban con nuestras pantorrillas, las espigas se clavan en las zapatillas aún mojadas y el calor hace agotador el tramo incierto. Llegamos, por fin, a la ribera pero está muy cerrada. En un intento encontramos el río pero no la desembocadura. Seguimos Esla arriba unos metros interminables entre espinos, ramaje y árboles caídos cuando, ¡por fin!, la encontramos. En un pequeño recoveco el rio permite que nos acerquemos y ahí tenemos la unión. Los ríos vienen bajos pero el Esla ataja con brutalidad a las aguas del Órbigo que, sumiso, cede sus energías.

Confluencia Esla-Órbigo
Baño en el Esla. Al fondo se la confluencia con el Órbigo

Casi sin darme cuenta observo que mi compañero está en el agua. Sin temor alguno ha entrado en el río por el primer sitio que lo ha visto posible; un talud entre carrizos, eneas y una flexible y fuerte rama de fresno que permitirá trepar de vuelta a la orilla.

Sin más lo sigo… con precaución. La refrescante sensación del agua fresca atempera el cuerpo y hace desaparecer el cansancio, nos cura los arañazos y arrastra el sudor. No me confío, a los dos metros de la orilla ya no hago pie y la corriente se hace notar. Nadamos con energía hacia la otra ribera y entre cascajo bien lavado paseamos entre las dos aguas de un paraje virginal de algas limpias, álamos vibrantes y patos que se levantan sorprendidos.

Pues sí, ¡Hermosa jornada de agua y bicicleta!

Y aquí tenéis la ruta en forma de mariposa

 

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