Comenzamos esta ruta en Villafrechós. Lo hicimos a media mañana para evitar lo peor de la la helada; aun así la temperatura no pasaba de cero grados y el campo aún se manifestaba nublado y blanquecino.
Tras el paseo inicial por la localidad, incluyendo la ermita de la Virgen del Cabo, nos dirigimos hacia el norte para llegar a Villamuriel de Campos.
Apenas hay viento y el suelo se mantiene duro y firme, las bicicletas vuelan como las avutardas que vamos levantando y el rostro es lo único que nos informa del frescor que reina. A nuestra izquierda observamos en la distancia el finísimo cauce del río Ahogaborricos. En realidad rodamos por las laderas de un valle, ¿quién lo diría? Pero así es; laderas aparentemente planas de ríos diminutos.
En Villamuriel nos damos cuenta de una nueva y rotunda escultura en bronce. Es de un obispo a juzgar por sus atributos y alguien nos comenta con cierto desdén: ¡anda que no hay cosas más importantes que hacer por aquí!
Como se suele decir: «Cada cabeza una sentencia».
Nos vamos en busca del río, pero.. ¿qué río?
Navajos, Bustillo, Ahogaborricos, Valdeduey… por todos estos nombres es conocido quizás el río más terracampino que existe ya que probablemente sea el de más entidad que nace y muere dentro de la comarca. Desde Fontihoyuelo hasta Villalpando recorre, desnaturalizado entre caballones, algo más de 50 km descendiendo unos 140 m.
Nos acercamos por su ribera derecha hasta los restos del puente por el que cruzaba el tren burra. A pesar de estar en enero la alameda es magnífica. Allí encontramos un numeroso grupo de lechuzas campestres que desperezan desde el mismo suelo sus largas alas. El río, infestado de carrizo, lo vemos al menos con agua. Eso sí: helada.
Tomamos el viejo lecho de la vía del tren a Palanquinos; al principio salvaje, después mejora y luego… Luego una pequeña hecatombe; la temperatura sube ligeramente y de la ladera del talud rezuma agua. Se forma un barrizal ocre, fino y resbaladizo que nos obliga a desmontar y “patinar” junto con nuestras bicicletas bloqueadas más de doscientos metros…
Aun así disfrutamos de la pequeña arquitectura con la que alguien trata de recuperar una fuente y también de las generosas vistas desde el cotarro de Cenascuras. Bajamos de nuevo a la trinchera del ferrocarril que afortunadamente va resecando y llegamos hasta el esqueleto de la estación de Barcial de la Loma. Pueblo de hermosos palomares, torre, fuente y más cosas, también ubicado en otra ladera. Hemos cambiado de valle con el tren; ahora el del Valderaduey.
Y el Valderaduey entra en Zamora
Después de visitar la localidad seguimos ruta hacia Castroverde de Campos, ya en Zamora. Atravesamos campos que reverdecen junto a otros volteados profundamente por las rejas. Todo es campo y los arroyos son zanjas que dibujan formas. En nuestro camino encontramos algunos cazadores recogiendo perros y pertrechos después de echar la soleada mañana
El Valderaduey también baja helado a pleno sol de invierno, aún así el agua corre entre los firmes carrizos. Como el Navajos también es un río trinchera, un río severamente encauzado. Desprovisto de sus meandros y de sus prados presenta el aspecto de un canal casi vacío. Ahora no forma lagunillas a sus costados, a cambio, las fértiles tierras de la ribera producen sin sobresaltos.
Por la Colada Zamorana tornamos hacia el sur. El valle es plano y las vistas se pierden. Rodamos placenteramente veloces por estos caminos en los que solamente escuchamos la monótona fricción de la tierra con las cubiertas de las ruedas y los chirridos de algún cernícalo que nos sobrevuela.
En Villar de Fallaves nos encontramos la grata sorpresa del pórtico isabelino y la torre gótica de su antigua iglesia en pie. Una mujer nos contó la historia que en tantos lugares venimos escuchando de cuando se cayó la iglesia y lo imponente que fue.
Y ahora, de nuevo al Ahogaborricos
Seguimos nuestros caminos y en este caso por la Cañada Real de Benavente nos enfilamos hacia nuestro comienzo. Visitamos primero Santa Eufemia de cuya modesta iglesia original también queda solamente la torre. Visitamos la reseca Laguna del Prado y volvemos por el Bustillo de nuevo, aquí lo llaman arroyo y seguramente estén más acertados.
Regresamos a Villafrechós. Desde cierta distancia observamos su perfil y nos llama la atención un enorme edificio entre la torre de la iglesia y otra. Al llegar lo buscamos, tuvimos que preguntar para enterarnos de que se trataba del Convento de las Clarisas y que llevan allí desde 1406. Si en la distancia imponía su volumen desde el mismo pueblo, rodeado de murallones, no es fácil adivinar.
Salimos con cero grados y al atardecer había siete ¡si no llegamos a levantarnos!
Hola chicos!! soy Zamorana y me encanta ver todo esto, como se va descubriendo esta tierra, con tanta historia y tantos rincones bonitos. Saludos