Aquí os muestro una agradable excursión vespertina de 38 km en bicicleta, desde Padilla hacia Bocos, y regresando por Curiel y Pesquera, – los cuatro pueblos con el apellido “de Duero”-. Y es que, unos en la vega y otros a la misma vera del río, todos bien se empapan de sus aguas.
Pajares
La tarde se presenta despejada, fría, ventosa. Algo desagradable. Sin embargo, una vez que doy las primeras pedaladas en contra del viento me doy cuenta de que no será para tanto. La primera estación será una visita al Pajares, el primero de una serie de cerrillos que jalonan la carretera VA210, a Langayo. Este tiene de particular que parece ser que las piedras de los enterramientos vacceos de las Ruedas se extrajeron de aquí; de hecho, arriba pueden apreciase viejas canteras que hacen mella en la costra caliza del otero. La impresión es de pleno verano, desde media cota observo la lluvia que provocan las decenas de cañones de riego funcionando plenamente. Es tiempo de sequia. Dura sequía que pagan acuiferos y ríos.
Tras cruzar de nuevo la N122 me cuelo entre los pinares de Peñafiel en dirección a la juntura Duero-Duratón. Paso por la Carrascosa, entre algunos pinares con sensación de abandono, como la vía del viejo ferrocarril que cruzo. No se ven signos de olivadas en años y los vertidos de escombro y basura son frecuentes.
Hacia el encuentro del Duratón con el Duero
No muy apartado del camino observo un coche, tiene las puertas abiertas. Parece que se ha quedado encajado en la arena, pero no. A medida que me acerco compruebo que es una joven pareja que está entretenida. Ella, semidesnuda, cruza la mirada conmigo y su chico ni me ve, está en otras cosas. Parece que el amor está en el aire… y yo continuo por el reseco y arenoso camino
El aspecto del paisaje cambia agradablemente al entrar en la ribera del Duratón, que baja digno y limpio. Bien encajado, entre molinos y alamedas. Su desembocadura es de libro, se incorpora formando un elegante ángulo obtuso a la vez que revitaliza y anima al Duero, estrecho en ese punto.
Tras cruzarlo por el viejo puente de Peñafiel –afortunadamente rehabilitado para peatones y ciclistas- me encaro más al viento hacia el municipio de Bocos de Duero, que bien puede presumir de tener el término municipal más pequeño de la provincia. Los castillos de Peñafiel a mi derecha y Curiel a mi izquierda me dan cierta tranquilidad. Observo los campos, ¡que curioso!, no todo son viñedos, ni cereal. ¡Hay árboles! Cultivos de árboles, tan poco frecuentes en esta provincia. Aún no tienen hojas pero sus yemas y su porte me informan: somos nogales. Nogales que ya dan sus primeras cosechas y aportan novedad y variedad a nuestro paisaje.
Ya en Bocos no puedo evitar mi visita al viejo molino sobre el arroyo del Cuco, al pie de su -nada moruno- Gurugú, horadado de bodegas.
El páramo
Uno de los objetivos del paseo era visitar la fuente de Canalejas. Tras enfrentarme a la dura cuesta agradezco llegar a las inmediaciones de donde se supone debe de estar la fuente. Subo, bajo, pateo. Aunque encuentro indicios de humedad ya no hay fuente.
Tras esta pequeña frustración consigo subir al páramo, uno de los más altos de Valladolid, rozando los 900, aquí el viento pega fuerte. Da la sensación de que no avanzo pero un afortunado cambio de rumbo me empuja hacia Curiel. Entre el Bullo y el Agullarón se me aparece el soberbio castillo posado en su roca blanquecina sobre la peana que forma el pueblo.
Curiel de Duero fue capital de comarca cuando su apellido era “de los ajos” y eso se nota a pesar de los despropósitos sufridos en forma de expolio. Aun así, su geografía es impresionante, su pequeño arroyo Horcajo, -¡con agua para variar!- Y su vallejo entre altos cerros en el que abundan las fuentes: Bombina, Santiago, Gallarón, Valdelabá, más los manantiales del Horcajo y La Canal; además del viejo y pétreo caño, en el mismo pueblo y algunas otras fuentes ornamentales. Poco hacía falta acercar el pueblo al río en estas condiciones. Y en cuanto a su patrimonio, aun violentamente menguado, este abunda: castillos, iglesias, casonas, su rollo, ermita y alguna cruz. Solamente el cascarón de su hermoso palacio nos recuerda el triste expolio.
Tengo oportunidad de visitar la iglesia, la están limpiando. Pulcra y ordenada, con un buen rosario de retablos
Regresando
Pero el sol baja rápido, y con el la temperatura. Hay que ir regresando. Me dirijo hacia Pesquera, creo recordar que hay un puente. Tomo la cañada de Las Pinzas y me dejo impresionar por sus cortados verticales ahora anaranjados por el sol poniente. Me viene a la memoria la película de Buñuel; Simón del desierto, quizás recordando a los eremitas que habitaron estas cuevas y su estática vida contemplativa.
Y así llego a Pesquera, me entretengo entre su terroso farallón sobre el Duero y su barrio de bodegas. Desde aquí voy al encuentro del puentecillo que me permitirá regresar hacia Padilla.
El ocaso me sorprende entre la necrópolis de las ruedas. Los vacceos… Paseo unos minutos entre el cementerio bien cuidado y la mente se me despista hacia reflexiones metafísicas sobre el fugaz paso del tiempo. Menos mal que mi cámara me ayuda y al concentrarme en tirar un par de fotos me engancho de nuevo a la alegría de vivir, al pedal, al campo y a casa a repasar todo.
Como dice un amigo: “el mundo se acaba…”