Habíamos desembarcado en el animado muelle de Régua para dirigirnos hacia su estación ferroviaria. Allí iba a continuar nuestra pequeña aventura por el asombroso Douro Vinateiro, ahora sobre un remozado y centenario tren histórico a vapor.
La amplia estación de Peso da Régua conserva el hermoso y cuidado aspecto «retro» que suele acompañar a este tipo de turismo. El diseño de edificio principal, el museíto de su vestíbulo, sus almacenes y descargaderos, también el depósito de aguas y un sin fin de locomotoras y vagones desguazados entre vías en desuso que conviven entre óxido y malas hierbas.
Y allí teníamos a la locomotora humeante y varios vagones rescatados para el servicio activo. Entre un ambiente ruidoso y festivo aderezado de música, vino y rebuçados (o caramelos) embarcamos en el revitalizado convoy.
Destino: la pequeña localidad de Tua, unos 36 km río arriba
Yo soy de los que recuerdan con algo de nostalgia estos viajes por haberlos vivido. No resulta fácil describir las sensaciones que te llegan a la memoria cuando el tren se pone en marcha. El estridente silbato llena el valle y te sobrecoge; el traqueteo de las holguras cuando el tren se estira y el paso por las juntas de dilatación de los railes, cada vez a mayor velocidad.
Pasamos sobre un puente de hierro y casi seguido entramos en la oscuridad de un túnel; dentro nos llegaba también el humo de la locomotora mientras el animado grupo folklórico seguía tocando.
Todo es estruendo y todo es movimiento… sin que pasemos de 50 kilómetros por hora.
Se suceden las estaciones y el Douro y sus paisajes nos acompañan. Las quintas están de vendimia y las viñas tornan sus hojas en colores sublimes ocres y dorados realzados por el sol de la tarde.
Hacemos parada en Pinhao —probablemente la estación más bonita de Portugal— y cruzamos el río Tua que llega sosegado al Douro. Acto seguido llegamos a nuestro destino que es precisamente el apeadero de Tua. La locomotora aquí maniobra; toma agua del viejo depósito y cambia de sentido. Engancha los vagones y de nuevo se pone en marcha.
La temperatura es excepcional para caer una tarde de otoño; invita a viajar en las plataformas, a veces respirando al Duero, a veces ahogándote en un túnel y sobre todo, tirando fotos al atardecer. Seguimos disfrutando del grupo de músicos que recorre los vagones con el poco vino que nos queda ya en los vasos…
Es la imposible Linha do Douro. Un prodigio ingenieril que acercó a los pueblos y alivió el trabajo humano. Que partiendo de Porto tenía previsto llegar solamente hasta Régua pero que gracias al empeño y prestigio de la señora Ferreira llegó hasta Barca d’Alba y gracias al empeño de los portugueses hasta Salamanca dejándonos una hermosa cicatriz sobre el Campo Charro y un ejemplo de apoyo real a las comarcas desfavorecidas que cada vez lo están más; al menos en España.
Seguimos tirando fotos, intentamos jugar con el movimiento y con la luz. Tiramos fotos al río que a veces se acerca a salpicarnos, a sus barcos, a sus viñedos y también a los detalles del tren. Y seguimos así hasta que la noche cae justo cuando hacemos la entrada triunfal en el primer andén de la estación de Régua haciéndo sonar de nuevo su agudo silbato y llenado de vapor a los pasajeros que sorprendidos esperaban un tren más moderno que los llevara hacia Oporto.