El río Pisuerga en su sosegada madurez se recrea al cruzar por el Cerrato. No tiene ya prisa y apura su último tramo generando enormes meandros con los que visita ambos lados de su ancho valle. En estas visitas acaricia las bases de los páramos provocando deslizamientos y escarpados que incluso amenazan algunos pueblos.
Cerca de Valladolid encontramos Las impresionantes Peñas de Godón y los Cortados de Cabezón y remontando algo más; En Tariego, Hontoria y Reinoso, todos de Cerrato, la huella del Pisuerga se manifiesta remojando las frágiles bases de los páramos.
Hoy en el recorrido —de algo más de 60 km— remontaremos el río desde Tariego hasta la desembocadura del arroyo del Prado para regresar por lo alto de los quebrados páramos cerrateños.
Remontando el Pisuerga
Comenzamos por una despejada carretera hacia Hontoria haciendo una parada en el mirador sobre el río. Aquí observamos con cierta decepción como la gran isla de Tariego ha sido totalmente deforestada dejando el paisaje desequilibrado. Más adelante los sorprendentes torreones que permanecen en las laderas de los cerros nos cuentan como se las viene gastando el río. Seguimos hasta Hontoria y desde allí por unos caminos nuevos nuevos, que parecen autopistas, a “Las Derrumbadas” otro paraje erosionado por un brusco meandro del río. Este parece estar estabilizado por los pinares que se han plantado y porque el meandro ya no golpea la ladera directamente al haber sido atajado por un canal para una instalación hidroeléctrica.
Al poco nos encontramos con Soto de Cerrato, un pueblecito en la misma vega del Pisuerga en el que nos vemos deslumbrados por los vivos amarillos de sus colzas. Nos acercamos hasta sus puentes y después nos dirigimos hacia Reinoso. Allí permanece su viejo puente derrumbado en un pequeño paraíso en el que el río baja ancho y claro permitiendo pesca y baños en el buen tiempo. Pueblos acogedores y tranquilos, situados en el valle, pero que van languideciendo
El valle del arroyo del Prado
Nos acercamos al pequeño pueblo y después tomamos la vieja carretera hacia Villaviudas. Esta también nos muestra las caricias del río; de hecho ha tenido que ser desviada a mayor altura y alejada de un Pisuerga laminado y recrecido una vez más; así, sus islas naturales se han inundado ahogando su vegetación y fauna.
Ahora nos encontramos en el final del arroyo del Prado, uno de los cursos transversales e intermitentes del Cerrato que llega desde Antigüedad y Baltanás. Trae cierta corriente y en un paraje salvaje, infestado de carrizo y seguramente poblado de nutrias, se entrega al Pisuerga. Una nota de modernidad aparece en el vallejo; como si estuviéramos en la alta montaña el nuevo ferrocarril sale de un túnel que atraviesa la Junquera y cruza el pequeño arroyo sobre un enorme viaducto.
Seguimos por el ancho valle que formó este arroyo. Algunas minas de yeso mantienen sus oscuras bocas en los cerrales y abajo, en el valle, el arroyo rectilíneo y domesticado. Nos acercamos a Villaviudas; aquí encontramos ambiente de Domingo de Ramos y tentadores aromas al pasar frente a su bar a la hora del vermut. Remontamos el valle que nos muestra algún palomar y poco más adelante el sugerente despoblado de Tablada del que pocos restos horizontales ya quedan. Desde allí comenzamos la ascensión hasta el páramo de la Torrecilla. Una vez arriba el objetivo consistiría en regresar a Tariego sin perder mucha altura.
La vuelta… por el piso de arriba
Así, se sucedieron los páramos esquivando barcos y bardales; Del de Torrecilla hasta el de Santa Cecilia, luego Valcaliente y después Castañeda y así hasta las descarnadas canteras de la cementera. Un agradable paseo nublado salpicado de genistas en flor entre pocas carrascas y algunos robles indiferentes a la primavera y, ¿como no? muchos chozos y corrales en estado de abandono que nos recuerdan otras vidas ya desaparecidas.
Bajamos el último páramo, el del Castro, ya en las cercanías de Tariego. Un camino salvaje nos llevó hasta los mismos torreones, los naturales, que nos muestran la frágil composición de margas y yesos de estos montes y después hasta el artificial del Telégrafo en el Cerro de la Buitrera. También hubo tiempo para pasear entre los restos de casas trogloditas que festonean el cerro para terminar finalmente visitando una de las bodegas, esta ya con barra propia.
Y aquí, otro interesante punto de vista sobre esta misma ruta.
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