En esta ocasión mostramos un nuevo tramo del Duero y algunas curiosidades muy propias de su valle. Comenzamos en Tudela; –el pueblo del aguas tomar– remontamos después al páramo sureño, que pertenece a La Parrilla, para bajar hasta Santibañez de Valcorba. Finalmente nos acercamos hasta la Dehesa de Peñalba (Villabañez) y junto al río regresamos a Tudela… de Duero, claro está.
¿Dónde terminan las nieblas?
La verdad es que en Tudela la mañana de invierno era para quedarse en casa. El frío y la niebla oprimían el paisaje haciéndolo invisible. Aun así, tras recorrer la vega de un Duero crecido, tomamos el camino ascendente de Valdecochina por los pinares entre una niebla cerrada y blanquecina que… ¡magia potagia!, al llegar al último repecho de la cuesta desapareció de repente.
Arriba, ya término de la Parrilla, el día estaba limpio y soleado. Nos mostraba el valle del Duero inundado de una espesa niebla que llegaba hasta los cantiles de los páramos de enfrente. Un paisaje hermoso y curioso que mostraba la niebla como un rio de algodón reposada en el valle.
Aligeramos algo la ropa de abrigo y con una bonita luz deslumbrante fuimos descubriendo la escondida y encantadora Fuente de Arriba, las ruinas del corral y chozo del Quiñón, el elevado mojón del vértice Lobo y un sin fin de parajes que nos llevaron hasta Santibañez de Valcorba a mediodía, cuando la niebla, abajo en los valles, iba ya levantando ante el empuje del Sol.
El Valle del Valcorba
Con mucha precaución pudimos bajar hasta Santibañez por la cuesta de Valdelafuente debido a los yesos blandos y pegajosos que cubrían el camino. Abajo hicimos la correspondientes visitas: a su caño restaurado, a la antigua iglesia de San Juan, con su aire mudéjar, y al arroyo Valcorba en el que abrevaba un rebaño de churras en sus hoy abundantes aguas.
Seguimos rápido hasta Traspinedo por una vía de bicicletas para evitar las arenas y desde allí, por la pista de La Estación, hacia la Dehesa de Peñalba.
El nombre de “estación” es demasiado presuntuoso o, quizás, irónico. Traspinedo nunca tuvo estación ni apartadero. Sino un pequeño anden con un refugio para viajeros, lo que se llama un «apeadero». Bien que recuerdo ver parar el tren en el medio de los pinares y llegar el cartero en bicicleta a recoger su saca del furgón de correos… El protocolo era sencillo: saludos, un poco de charla trivial y el tren para adelante y el cartero hacia su pueblo con su saca a la espalda.
Ahí sigue el refugio en pie cubierto de pintadas y también las vías y el andén. La vías cada vez con menos traviesas y más pimpollos y el andén con menos sillares.
Y desde la Dehesa de Peñalba a Tudela
Paisaje con viñas y encina en la Dehesa de Peñalba
Encontramos de nuevo al Duero en la Dehesa de Peñalba. La arboleda pelada nos permitió contemplar al frente el despoblado de Peñalba de Duero, la Senda de los Aragoneses y apreciar el derrumbe de sus frágiles cortados. La dehesa por la que rodamos y el despoblado de Peñalba disfrutaban antaño de un puente del que aún emergen algunos restos sobre el rio pero del que poco sabemos.
Nos acercamos entre viñas hasta la presa de Villabañez. El Duero rompía sobre ella de forma estruendosa con las aguas achocolatadas propias de su lecho mesetario, revuelto y limoso.
Seguimos por el Canal del Duero hasta su puente-acueducto y tomamos la Senda del Duero que se ciñe al rio pero que tuvimos que abandonar debido a que en sus partes bajas estaba completamente inundada.
Nos topamos con la desagradable N-122. Tratamos de seguir junto al río pero finalmente desistimos y nos metimos de nuevo en los pinares, a pesar de las arenas que casi no se dejaban pisar.
Cuando se pudo, nuestra querencia hacia el rio nos llevó hasta el puente de la autovía y allí sí. Allí pudimos retomar la Senda del Duero (GR 14), firme y seca y seguir sus cerrados meandros por un paisaje paradisíaco que nos permitió disfrutar de un recorrido emocionante junto al rio, ancho y bravo acercándose a Tudela.
Desde luego, final feliz.
Al principio comenté que era un día para quedarse en casa… Menos mal que no lo hicimos. Alguno hasta terminó la ruta en manga corta después de un paseo delicioso. Visto esto, hacemos firme propósito de luchar siempre contra la pereza.