El pequeño río Rituerto, con su afluente Araviana será quizás el cauce más oriental del Duero. Nace en término de Valdegeña y se abre paso entre las Sierras de La Pica y el Madero, tras serpentear durante 45 kilómetros por el Campo de Gómara desemboca en el Duero por su izquierda junto a la localidad de Riotuerto. En los alrededores de su nacimiento dos atalayas de vigilancia nos recuerdan que fue tierra de fronteras; el borde oriental de la tierra de nadie.
El torrejón de Castellanos del Campo
Partimos en nuestra excursión desde Villar del Campo saludando a algunos vecinos que charlan al sol junto a la plaza y tomamos camino hacia el norte entre campos llanos que aún desprendían el agradable aroma de la paja recién segada.
Cruzamos la vía abandonada de “Doctor Zhivago” y nos acercamos al despoblado de Castellanos del Campo. Sus casas apenas ya se sostienen, solamente piedra y maderos nos dejan entrever las alcobas, cocinas y corrales de sus habitantes ya desaparecidos, su iglesia en ruinas y una esbelta atalaya de vigilancia que no tenía ya nada que vigilar.
Erguida sobre un pequeño promontorio el torrejón prismático nos quiere contar cosas de cuando aquello era la “tierra de nadie”. Nosotros nos preguntamos mientras pedaleamos: ¿Y de quién es ahora esta tierra tan enorme y tan vacía?
La tosca torre de mampostería carece de almenar, ni siquiera es cuadrada o rectangular, pero en su última planta, como un guiño artístico del alarife, conserva un bonito ventanuco doble de mampostería que miramos atentos por si apareciera Rapuncel.
En Valdegeña nace el Rituerto
Seguimos nuestro paseo hasta la localidad de Valdegeña, asentada al sol sobre las laderas de la sierra del Almuerzo. Entre barrancos nos muestra un bonito caserío con su orgullosa iglesia románica de San Lorenzo en la parte más alta. Escuchamos voces pero no nos encontramos con nadie y seguimos camino tras coger agua fresca de su fuente.
Encontramos de nuevo el ferrocarril, ahora entra por un oscuro túnel cubierto de carrascas dejando atrás el solar donde hubo una estación.
Siguiendo el camino que rodea La Dehesa aparece el lugar que se indica como nacimiento del río Rituerto. En la dehesa sin árboles pastan algunas vacas entre acequias, drenajes y vallados. No encontramos agua, ni apenas verdor. El Rituerto que debió de ser río, ahora tan solo arroyo de épocas lluviosas.
Seguimos su cauce seco y cubierto de cañas entre girasoles de regadío. A nuestra derecha dejamos otra atalaya: la de la Pica. Pero hoy, cosa rara, tenemos algo de prisa. Pronto llegamos hasta un sólido puente romano de tres ojos y pretiles modernos sobre la calzada desde Zaragoza hacia Astorga, un puente que echa de menos las crecidas del Rituerto acariciando sus intradoses.
La Atalaya de Masegoso
Dejamos al río que se retuerza por el Campo de Gómara hasta rendir cuentas al Duero y seguimos por lo que fue calzada romana. Pronto encontramos otro despoblado: el de Masegoso.
Nadie en lontananza, ni siquiera visitantes. Su fuente también seca. Alguien se tomó la molestia de disfrazar algunos de sus edificios de medieval.
Y otra atalaya. También prismática. Con su única entrada muy elevada, sin almenas ni vanos. Apenas alguna aspillera cegada.
La atalaya igual que en el tiempo de las aceifas vigila también la tierra de nadie. La frontera ancha y vacía que durante siglos sigue siendo nuestro valle del Duero
Por curiosidad nos acercamos hasta la estación de Villar del Campo. Hemos leído que algunas de la seductoras imágenes de “Doctor Zhivago” fueron rodadas en ella, quizás las recordemos.
Cuando llegamos comprobamos que tan sólo un destartalado depósito de mercancías de amplias tejavanas se mantiene en pie y, con los calores del verano, poco queda que nos haga recordar aquellas bucólicas escenas nevadas de la taiga siberiana. Por si fuera poco, el inconfundible perfil del oscuro Moncayo, tras un pinar, nos devuelve a nuestra agradable ruta soriana en bicicleta que ya termina.
Esta es tierra del Duero; “la tierra de nadie” entonces y tierra dura y exhaustos ríos ahora. Una tierra por la que parece que, desde siempre, tan solo “se pasa” y pocos se quedan.