Rodábamos por Peñafiel en una mañana que —¡por fin!—, rompía con los tradicionales “tres meses de infierno” de Castilla.
El cielo nublado ocultaba un Sol que hacía unos amagos pero que no lograba asomar. El viento también se apuntaba a la fiesta, a veces ayudando y otras dejándonos clavados.
No era un buen día para pantalón corto, desde luego.
Salimos entre sus callejas y conventos hacia el valle del Botijas y pronto nos presentamos en Mélida. Nos gusta su caño, sus lagares ruinosos y sus “Bocas”* que parecen bostezar aburridas.
Siguiendo por el valle apareció Olmos de Peñafiel. Por el camino rezumaba el agua y en los alrededores descubrimos un viejísimo peral cuyas frutas caídas estaban deliciosas. Ya, en Olmos, nos entretuvimos junto al arroyo, curioseando por el viejo molino y acercándonos a su cementerio con la ermita del Cristo del Amparo en su interior.
Aquí decidimos subir al páramo, hasta el manantial de Ortijera. Y mereció la pena; entre rocas, zarzas y herbazales apenas manaba un hilillo que mantenía algunas charcas y daba de beber a un chopo en un paraje virginal.
Bajamos raudos junto al Mirabuenos con Castrillo de Duero al Fondo, entramos por las bodegas de Malacuera, salteadas de sauces y nos acercamos hasta el Botijas. El arroyo baja sorprendentemente animado, sus aguas corren ligeras sin que formen la pecina de la que dicen viene el apodo de “empecinados” a los del lugar.
Hemos bajado pero lo nuestro es subir, ¡de nuevo a los páramos!. El sol parece que se anima y el viento se estabiliza, o quizá sea que nos da de espalda. A nuestros alrededores, en la lejanía se observan cortinas de chubascos pero por los campos de Peñafiel, la sequía persiste.
Nos asomamos al Duero por la Cañada del Gallo, un lugar recóndito, perdido y bello donde encontramos el esqueleto limpio y desperdigado de una vaca que alguien debió echar a los buitres.
Dejamos el muladar y seguimos por los caminos que no por conocidos dejan de ser hermosos. Cruces, fuentes y chozos entre las elevaciones más altas de la provincia. Ahora el viento machaca y nos recogemos con esfuerzo y paciencia en nuestras bicicletas.
Arriba, por estos páramos, las uvas están aún en las vides, recogiendo dulzor con los últimos rayos de sol o esperando a un agua que las eche a perder.
Seguimos por viejas cañadas degradadas a simples caminos. Dejamos la del Zarzal y seguimos por la Bermeja, junto al Turruelo. Esta nos llevará hasta Peñafiel.
Y de pronto el sol se cubre, el viento amaina, y algunas gotas comienzan a caer. Es la Virgen de la Fuensanta; la “Chiquitita”. Alguien la reza, le pide que llueva. Sin darse cuenta, claro, de que aún nosotros, un par de ciclistas desvalidos, rodamos por el campo.
El cielo oscurece y las gotas arrecian, caen sobre las piernas y manos desnudas. Están frías.
Así bajamos la bermeja de regreso a Peñafiel. Bajo un chaparrón helado que pasó pronto dejando asomar de nuevo al sol. ¿Y a nosotros?, el cortavientos hizo lo que pudo pero acabamos con ropa y zapatillas caladas.
Nos acercamos de nuevo al Duero. Ahora hasta el pinar donde se encuentra perdida la fuente Santa. Allí donde se ubicaba hace siglos la ermita que acogía a la «Chiquitita», a la diminuta virgen venida a menos por disputas de frailes.
Alguien tuvo que hacer las rogativas necesarias:
Agua Virgen Chiquitita/tus cofrades te lo imploran
Que des agua a Peñafiel/y los demás que se jodan
En esta ocasión a nosotros nos pilló en el grupo de “los demás”: el de los jodidos y también helados. Pero aún así, agradecemos también a la Chiquitita el agua que ha caído y regresamos felices. Aquí os dejamos la ruta.
* Eremitorios situados en un fuerte escarpe frente al pueblo
El cielo, en las fotos, recrea las sensaciones que la poesía puede transmitir. En cada una de las fotos, por encima de todo, es el cielo el que prevalece. El Botijas quiere dibujar su tímida presencia pero se impone el cielo, donde los contrastes hablan del tiempo que pasa , el tiempo que pasa y no espera a que podamos rehacer lo que quedó incompleto.
A la abuena le han gustado las entradas, muy bien dispuestas. Sentimos lo del chaparrón, pero bienvenido sea.