Entre el Duratón y el Riaza se levanta con cierta timidez la Serrezuela de Pradales. Se trata de una estribación de la Sierra de Guadarrama situada entre las provincias de Burgos y Segovia y cuyo techo es el Peñacuerno (1380 m)
Comenzamos a rodar en Torreadrada con la idea de seguir una vetusta cañada que nos llevara hacia el Este para volver por otra: la de Santa Lucía. Esta última, amojonada por el cordal de la sierra, nos llevaría hasta Castro de Fuentidueña y de allí regreso a Torreadrada. Ambas cañadas son ramales complementarios de la Real Segoviana que desde las sierras de La Demanda y Neila llegaba hasta Ciudad Real.
Pero el rodar por viejas cañadas no es fácil. Requiere algunos esfuerzos extra. Primero encontrar su traza y después ser capaces de seguirla.
Para encontrar su traza, su itinerario, cuando no coinciden con caminos o senderos es necesario transitar campo a través por baldíos o bosques ayudándose del mapa. Y en cuanto a ser capaces de seguirla, esto es más complicado ya que, como es sabido, los pastores ocupaban las peores y más altas tierras en sus desplazamientos trashumantes lo que significaba moverse de cerro en cerro por lugares difíciles o de difícil acceso. Aquí son la fuerzas y la moral las que te pueden abandonar, especialmente cuando tienes que llevar la bicicleta del ronzal, cómo me dijo más tarde alguien en Pradales.
Cruzando valles paralelos
El día de septiembre, medio nublado, estaba agradable y sin apenas moscas. El paraje lleno de encanto. Hacia el Duero los cultivos segados del Páramo de Corcos y hacia la Sierra dehesas de rebollo y encina se alternaban con pinares. Los arroyos en pleno verano casi secos y solamente la visita a algunas fuentes nos mostraron las aguas de esta Serrezuela.
Comenzamos muy bien, calentando por una carreterilla para tomar una cañada con camino y después conseguir remontar algunos vallejos de escaso relieve y agradable fragancia de jaras en los que la cañada apenas se distinguía.
Por este procedimiento aún cruzamos dos valles más, el del Arroyo de la Serrezuela y el del Arroyo de la Vega, subiendo a veces con la bici por amiga y bajando campo a través con extrema precaución.
Así llegamos hasta la imponente Peña Flor, en Fuentenebro, con los restos de un torreón en lo alto. Un lugar con brillo propio debido a la abundante presencia de mica en los suelos. Allí tomamos un camino ascendente para cruzar el siguiente valle y al poco, junto a un abrevadero, nos desviamos de nuevo para remontar otro más. ¡Otro nuevo esfuerzo!
En las Majadillas, un cerro pelado y ganadero salpicado de efímeros quitameriendas, disfrutamos de un gran panorama del Campo de Aranda, además de observar algunos viñedos de la Ribera del Duero que lucían a más de 1000 m de altura. Valoramos seguir hacia el Este pero los valles trasversales lo hacían complicado, admirando más si cabe a los trashumantes de antaño cortando, casi a derecho, cuestas y barrancas.
Con la vista puesta en el Cerro de la Picota, sin camino y su barranco de curvas de nivel pegadas recalculamos nuestra ruta y, quizás en un momento de debilidad mental o de cansancio físico optamos por salir de aquel embrollo hacia el Sur, hacia la fuente de Valdelagua y desde allí hasta Pradales.
Pradales
Pradales, pueblo de praderas, fue todo el Este que pudimos lograr. Allí paramos, tomamos agua de su fuente y conversamos con una pareja mayor que nos contaron las dificultades de mantener vivo al pueblo, algo que nos parecía obvio si bien el lugar resulta atractivo, sin edificios en ruina. También nos hablaron sobre los tritones que abundan en el pozo de los lavaderos y de la reconstrucción del palomar. Finalmente nos señalaron la senda para subir a Peñacuerno y que si almorzábamos bajo sus antenas podríamos ver hasta donde nuestra agudeza visual llegara.
Los dejamos con carretilla y rastrillo aseando su jardín y nosotros tomamos el empinado sendero. Con paciencia pero con menos dificultades de las previstas fuimos ascendiendo sin bajarnos de la bici hasta que topamos con los caminos —casi autopistas— para el servicio de los molinillos. Tras otro pequeño empujón ya estábamos al pie de las antenas en el Peñacuerno: el techo de nuestra ruta.
Sobre el abrupto cantil orientado al norte almorzamos a gusto entretenidos en identificar pueblos y montes entre el Duero al fondo y el Riaza y Duratón a cada lado de la sierra.
La Cañada de Santa Lucía
Recogemos los trastos y emprendemos el regreso, ahora tomamos la Cañada de Santa Lucía que a veces coincide con los caminos modernos. Con el viento en contra pero con toda la energía potencial acumulada fuimos recorriendo kilómetros a la vez que descendíamos suavemente entre pinares grises de laricio y aerogeneradores.
Esta cañada si que está bien marcada recorriendo toda la cuerda de la sierra, subiendo y bajando sus cerros. Cuando finalizamos de pasar bajo las aspas gigantescas nos liberamos del ruido acompasado de la batida de las aspas; de nuevo escuchamos a los pájaros. Y así 15 km seguidos sólo preocupados de hacer bien las bajadas debido a lo suelto del terreno.
Apareció finalmente el gran Cerro de Santa Lucía —el que da nombre a la cañada— junto a Castro de Fuentidueña. Allí es donde comienza o termina nuestra cañada. Una peña enorme que resulta ser el lugar más elevado de la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña (1172 m) . Debió ser castro antiguo, tuvo ermita y sigue horadado de bodegas que ya no hacen el vino que se sigue disfrutando.