Recorrer el pequeño arroyo Pozo Moza de apenas 11 km de curso ha sido un auténtico placer. Parte andando y parte en bicicleta ha supuesto dos paseos de verano agradables, interesantes y llenos de recuerdos.
El arroyo increíblemente para los tiempos que corren ¡llevaba agua corriente desde la cota 800!
Su parte “alta” horada suavemente un vallecillo que se parece a un jardín cultivado; las laderas salvajes combinan con labrantíos de cereal en su momento más dorado.
Al poco de nacer se reúne con el arroyuelo Valcavado que llega del barco vecino, su caudal se dobla y el rumor del agua se escucha netamente bajo el herbazal que lo cubre.
Cuesta Redonda
Cuesta Redonda, la «montaña perfecta», me saluda y correspondo. Somos viejos amigos; no en vano de allí salieron hace bastantes años ya los espejuelos en forma de «puntas de lanza» que formaron parte de mi infantil colección de minerales. El arroyo la esquiva y sigue resbalando por su valle, ahora en paralelo con el minúsculo arroyo de las Fuentes, al que recogerá también más abajo, antes de llegar a Fuensaldaña.
En esta parte, próxima al pueblo, mediante un pequeño juego de canales estos míseros arroyos alimentaron al único molino harinero que hubo en el pueblo. Bien nos consta que su presa permitió antaño a los jóvenes del pueblo baños gratificantes, incluso aprendiendo nadar, algo nada común en otras épocas por estas tierras.
Al llegar el Pozo Moza a Fuensaldaña, lo rodea discretamente. Se esconde tras la enorme tapia del convento y pasa bajo el camino que se dirige a las bodegas. Aquí riega algunas huertas y forrajes hasta que cruza la carretera de Mucientes bajo un puente que en su día fue hermoso y, aún hoy, es el más interesante de su recorrido.
Su valle se ensancha y se convierte en impresionante prado, o al menos lo era… Los restos de los últimos palomares de Fuensaldaña aún afloran. También los de la ermita que tuvo dedicada a la Virgen del Rosario. Son solamente recuerdos.
La Cuesta
Subiendo la cuesta de Pico Cuerno recuerdo —años 60— a una familia que, en cuadrilla, se dirige a la vendimia. Es madrugada de una brumosa mañana de octubre. Entre ellos un crío de unos siete u ocho años sube y baja corriendo entre las hendiduras de la cárcava.
¿Pero ese chico qué hace? ¿no se cansa?
¡Hijo de los demonios! Sube. ¡Vamos, que te va a morder la raposa!
El chico se lo piensa… y sube. Su padre le aclara: “la raposa” es como llamamos también a la zorra… Él nunca había oído esa palabra hasta que su abuela le había gritado…
Ahora va brincando delante del grupo. Mira de reojo la cárcava a través de las zarzas, ahora llenas de rojas mamajuelas.
Pero yo sigo a lo mío. Subo de nuevo La Cuesta. La vista es imponente, Fuensaldaña podría haber estado en cualquier lista de pueblos más bonitos. Lo tiene todo, o mejor dicho lo tenía… ahora hay bastantes cosas que desencajan, aun así merece la pena el esfuerzo de subir y contemplar.
Avanzamos ligeros ahora por el camino de los Barriales, aquí las vistas empeoran a la derecha pero se mantienen a la izquierda. Primero con las Cárcavas y a continuación con las bonitas laderas de Landemata salpicadas de almendros y pinos entre los majuelos.
San Pedro
Llego al animado paraje de San Pedro. En su inagotable caño me refresco y bebo, no hay mejor empujón para seguir. La fuente tiene su vida propia y hay cola para llenar garrafas, así se establece una agradable tertulia a la sombra de sus dos, bien conocidos, chopos.
Una vez repuesto del calor me animo a seguir el valle pero por la parte más alta, su paramillo izquierdo. Una zona que primero es llana y tranquila y que finalmente costará atravesar acompañando al arroyo. Primero las autovías, después algunas industrias y seguido el Canal de Castilla bajo el pequeño acueducto de Pedrosilla, algo más allá de la esclusa 41.
Así llego a La Overuela, aquí el arroyo recupera su calma y dubitativo busca al Pisuerga encontrándolo en una zona selvática e inaccesible, donde curiosamente crece una secuoya que, a pesar de ser «pequeña», sobresale insolente sobre la vegetación propia de la ribera.
Magníficos paseos, el campo pletórico reconforta y hace la puñeta también. Tengo que hacer dos altos antes del regreso; decenas de espiguillas clavadas en mis zapatillas martirizan mis pies… el otro para una gran jarra de clara… como comenté al inicio: genial.
ALGUNAS COSAS QUE PODRÍAN MEJORAR EN EL ARROYO POZO MOZA
- La caña, especie invasora, comienza a infestar algunas zonas
- Los lavaderos que se construyeron durante La República deberían de ser uno de los parajes más bonitos del pueblo
- El mejor puente de todo el arroyo, de piedra y ladrillo, ha quedado encapsulado para siempre entre vigas de hormigón