Así es. Lo normal es que el agua nos llegue. Nos llegue por medio de un río o un sencillo arroyo, nos llegue a través de un manantial o incluso por la escorrentía de las lluvias. Sin embargo, otras veces, cuando no aparece lo más necesario; lo esencial, entonces hay que ir a buscarlo.

Esto sucede con los pozos. Donde parece que no hay agua, escarbas, y listo, ahí la tenemos: El agua, limpia y cristalina.
Bueno, en realidad no era tan fácil: había que construir el pozo.

La cuenca de nuestro Duero la encontramos horadada de pozos. Pozos viejos que regaban pequeñas huertas provistos de bombas manuales, de un sencillo caldero y polea o de un cigüeño. Otros más modernos, excavados o perforados, llegan a las venas más profundas de las aguas subterráneas explotando los acuíferos.
Aún recuerdo mi barrio a las afueras de Valladolid hace apenas medio siglo, sin agua de la red y sin ríos ni manantiales lo primero que había que hacer al comprar un terreno era el pozo.

Para ello estaban los poceros, un peligroso oficio extinguido. No se trataba por supuesto de los que hoy en día cuidan del subsuelo de las ciudades, sino de trabajadores que con gran valor (o necesidad) y unas pocas herramientas, entre las que se encontraban una maroma, la herrada, barra de picar, un cazo, casco y botas de goma, se aventuraban en cada finca contratando por metros a realizar los imprescindibles pozos o a la limpieza de los ya construidos.

El oficio estaba mejor pagado que otros pero la dureza y la inseguridad eran evidentes. Una vez cavados los primeros dos metros el peligro de derrumbes era notorio en las tiernas vetas de grava. Cuando más abajo aparecía la peña la pared era más firme pero la dureza de picar era enorme. Se hacía precisa además la ayuda de al menos otro trabajador para sacar la tierra, colocar hiladas de ladrillo o aros de hormigón y achicar el agua cuando esta brotaba.

En aquellos años en la zona el agua solía aparecer a 5 o 7 metros, a veces menos. Los hoyos venían a ser de un metro de diámetro. Después se seguía picando para hacer algo de depósito que reforzara la capacidad del manantial manantial. Una vez conseguidas las aguas llegaba el trabajo en el exterior: el brocal, a veces un pilón para el riego y otras depósitos elevados de uralita para almacenaje de agua. Finalmente se instalaba el sistema de extracción que a nivel doméstico consistía en una polea con herrada y para las huertas: norias o cigüeños. Más tarde las bombas, las primeras de gasolina, después eléctricas que con grandes penalidades había que cebar…

Y ya había agua. Ahora era posible ejecutar obras, habitar una vivienda, mantener huerto o jardín y dar de beber al ganado si era el caso.
Luego vinieron las excavadoras y cuando las vetas buenas de agua somera se agotaron o aparecían contaminadas llegaron las perforaciones que han horadado nuestra cuenca bajando los niveles freáticos y los propios acuíferos hasta secar muchos ríos y manantiales.

Hoy en lugar de ruta os sugiero una visita: La visita es al pozo del castillo de Portillo. Una impresionante construcción medieval más profunda que alta es la torre. Dispone de una escalera de caracol en mampostería que te lleva hasta el mismo nivel del agua .

Y… una adivinanza:
Redondo redondo como un pandero
pero nadie se puede sentar en ello…
