… /… Viene en la entrada anterior (incluido mapa y track de la ruta)
El mal de ojo
A 1150 m de altitud dejo el precioso anfiteatro donde mana el Bordecorex y sigo mi ruta. En los Corrales de los Chotiles entro de nuevo en la comunidad de Castilla y León. Ahora es el cerrado encinar de carrascas el que me planta dificultades. Intento seguir los caminos pero me despisto con frecuencia. Trato de acortar campo a través pero las piedras, grandes y sueltas, me obligan a bajar. Silencio y soledad. ¿Soledad? Bueno, no tanta. Una manada de corzos se levanta a mi paso, uno de ellos me acompaña entre despistado y curioso unos metros hasta que su cola blanca se pierde intermitentemente entre ramas.
Quiero achacar mis despistes al “mal de ojo” pero, aunque recorro tierras mágicas, nadie ha podido echármelo y solo el placer de dejarme llevar por el bosque ha hecho que serpentee erráticamente.
Recobro la Cañada Soriana Oriental, que es la que trato de seguir. Poco a poco el encinar se abre a corraladas caídas y amplios horizontes. Me encuentro ya a 1200 m, en lo alto de los Altos de Baraona. hacia el norte avisto la torre de Romanillos de Medinaceli y a mi alrededor, mas que ancha, Castilla se me muestra infinita.
El mar de peñascos
Romanillos me sorprende, es un cómputo de todos los pueblos que llevo visitando y por los que aún tengo que pasar: lavaderos, cruces, chozos, fuentes… Iglesias y ermitas cuidadas junto a un caserío de piedra anaranjada, que aun vacío se sostiene firme. Nada que ver con el mundo del adobe que se diluye con rapidez por otras comarcas.
Ahora me tomo un descanso y sigo por la carretera hasta Baraona de la Brujas. La robusta torre sobre el cerro de mismo nombre es como un faro en el centro de un océano. Cuando llego arriba, al mirador, en un atardecer claro y nítido la sombra azul de las montañas muy al fondo remarcan el noreste de la cuenca que vamos conociendo. Neila, Urbión, Moncayo… desde allí precisamente viene este vientecillo frío que me hace rodar de nuevo para no perder el tono.
Recorro las magníficas llanuras de los aquelarres y tomo un viejo camino por el que se desciende suavemente hacia Fuentegelmes entre carrascas, espinos ralos y muchos corrales y majadas que nos indican que la agricultura nunca pudo doblegar estos pedregales. De nuevo son los tonos pardos quienes claman esperanzados a esta primavera incipiente por mudar a un verde lavado que parece que tardará en llegar.
De regreso por el Torete
Cuando me acerco al río de nuevo giro a la derecha para una última subida a las Eras Viejas y sus taínas. El camino se pierde nuevo y sigo una tortuosa vereda gracias a los pequeños mojones que la quieren señalar. Desde el borde del cantíl observo Fuentegelmes en una bonita estampa de sol poniente. Pero ojo, hay que bajar por un complicado sendero perdido que cae vertical hacia el pueblo enclavado justo junto al río.
Desde aquí a Villasayas, donde dejé el coche, es un paseo río arriba, pero… ¡cuánto me cuesta! De nuevo aparecen los gigantescos aerogeneradores que ahora zumban rítmicamente. Esta mañana giraban más despacio y apenas se escuchaban. Por suerte las laderas del valle me protegen del viento.
Vacío como el río llego de vuelta a Villasayas y lo primero que encuentro es su vieja fuente de tres caños. Allí su agua helada mágicamente me recompone para subir hasta la plaza y llegar hasta el coche. De debajo de las ruedas salen a recibirme con parsimonia la pandilla de ociosos gatos que esta mañana me querían birlar el bocadillo.
Hay una canción tradicional que dice: «De colores, de colores se visten los campos en la primavera…» y sin duda así es también por aquí cuando aprendemos a disfrutar de la multitud de matices de entre los pardos que nos obsequia este magnífico y sobrio paisaje.