La borrasca Efraín lleva días descargando agua en abundancia sin apenas tregua y queríamos ver sus efectos; los paisajes de agua en los que se han convertido las riveras sayaguesas, que tanto nos gustan. Con estas nos acercamos hasta Bermillo con el presentimiento de que no iba a ser un día fácil para rodar en bicicleta.
Aún así comenzamos animosos nuestra ruta entre cielos grises y caminos empapados. Tomamos dirección Sur, hacia Aldeamor, con un suave viento en contra y baja temperatura. Al principio tratamos de tomar precauciones para no poner pie sobre las aguas pero no habíamos recorrido ni quinientos metros cuando teníamos ya los pies empapados.
Villamor de Cadozos y la dehesa de Villardiegua
Tratamos de sobreponernos y seguir y así lo hicimos, ahora ya pisando agua cada vez que era necesario, o sea: a cada momento.
Entre las cortinas se colaban los arroyos y regatos, los puentes de lajas a veces eran difíciles de alcanzar y los rebollos se reflejaban en charcos infinitos; así el paisaje de Sayago nos ofrecía una hermosa e inusual imagen: era un paisaje de agua.
Llegamos a Villamor. La rivera de Cadozos bajaba pletórica a través de todos los arcos de su viejo puente romano. Aún así, un sayagués nos comentó que habíamos llegado tarde. – ¿La tendríais que haber visto ayer rebosando sobre gran parte del pretil que más se parecía al mismo Duero.
Con el fin de aliviar algo nuestro padecimiento tomamos un tramo de carretera hasta la ermita de Santa María de Gracia. Desde allí atravesando la amplia dehesa de Villardiegua nos dirigimos hacia Salce.
Los pies calados no estaban demasiado fríos y el camino prometía dado su buen estado. Ahora era el momento de disfrutar de la encinas salteadas, de algún roble y de las charcas para abrevadero. Al fondo se venían oyendo algunos ladridos roncos.
Salce y La ribera del pantano
A medida que avanzamos nos encontramos con una escena que jamás habíamos visto. En el camino comenzaron a aparecer mastines sueltos, después más perros entre algunas ovejas y finalmente más mastines. Con cierto recelo decidimos seguir adelante, algunos ladraban, otros se acercaban y alguno hizo un amago de arrancar. Con pedalada suave pero constante y la mirada al frente conseguimos desbordar a este rebaño de perros que nos hace pensar si realmente compensa para las pocas ovejas que había. Esta situación, con menos perros, se nos presentó cada vez que había un rebaño. Los mastines cumplían eficientemente; amenazaban pero no atacaron en ningún momento.
Tras disfrutar de la bonita fuente en las Casas de Villardiegua, de sus viejos hornos de leña y de la pletórica rivera de las Huelgas de Salce llegamos al pueblo. Para colmar de variedad nuestros paisajes de agua aquí nos cayo un efímero chaparrón que nos obligó a refugiarnos bajo la tejavana de un portalón mientras notábamos que nuestros pies chapoteaban dentro de los calcetines.
Tomamos el camino del pantano de Almendra, hacia otra ermita: la de Santa Cruz, del desaparecido pueblo de Argusino que ahora nos parece ver emerger cuando cruzamos los arroyos que le daban vida. En la ermita paramos a almorzar sobre una alfombra de bellotas que quizás esperen a la montanera. Apenas unos minutos y recogemos, había que tratar de no quedarse frío y el sol, que a veces aparecía entre nubes, ya buscaba el horizonte.
Y en Bermillo, al caer la tarde, se hizo la luz
Algo apurados llegamos hasta Villar del Buey y saliendo por la curiosa ermita del humilladero nos dirigimos a Pasariegos por Los Barredos. Allí nos encontramos de nuevo con la rivera y rodamos junto a ella por nuevos paisajes de agua por los que había que avanzar mojándose de nuevo. Más ovejas con mastines y vacas sayaguesas junto a otras de Sayago pastaban en calma la hierba tierna.
En las cercanías de Bermillo tuvimos un pequeño regalo, puede que fuera un premio a la constancia. Entre las nubes y el horizonte apareció un sol radiante que inundaba de luz nuestros paisajes de agua. La rivera del Cáñamo volvía a su cauce, el día sin lluvia había drenado algunos hectómetros en la comarca y no tenía nada que ver con las fotos publicadas en las redes el día anterior.
Otro mastín se nos acerca, o este es el más tranquilo de la comarca o ya nos hemos acostumbrado. Más fotos jugando entre puentes y puntones y, finalmente, alguna compra para terminar la ruta.
Cansados y muy a gusto nos recogemos en el coche cambiándonos de calcetines.
Como se suelo decir: “A buen fin no hay mal principio”. Ahora a esperar no pillar una pulmonía.
Y la ruta de wikiloc que recomendamos con menos agua.