Hoy nos acercamos a Covarrubias, junto al frío Arlanza. Allí iniciamos un ruta en bicicleta entre los “suaves relieves” de la Sierra de las Mamblas hacia la Tierra de Lara; que resultó, como veréis, muy variada y entretenida.
Comenzamos remontando el arroyo de la Cedorra entre enormes nogalas desnudas. Subimos con paciencia, parando de vez en cuando a contemplar el sabinar infinito. Y casi sin darnos cuenta estábamos ya en la ermita de la Virgen de las Mamblas: ¡espectacular paraje! al pie de Peñas Amarillas.
Mamblas, que viene del latín, denomina los pechos femeninos. No puede ser un sustantivo más adecuado para estas enormes peñas que los evocan con detalle y más, observándolos desde el supuesto “canalillo” donde encontramos la ermita.
Queríamos ahorrar energía y evitamos subir al picacho. Lo rodeamos poniendo rumbo al alto de la Cogolla, para descender después hasta las ruinas de Mazariegos, en medio de un gran prado alto y verde.
Y, desde aquí, siguieron las estaciones de un auténtico rosario de monumentos:
El Dolmen de Cubillejo
En el valle encontramos inesperados charcos y barros entre el hielo que se deshacía. L rodada se complicaba un poco, pero la fuimos salvando hasta dar con el dolmen de Cubillejo. Una construcción de cinco mil años que nos mostró sus enormes lajas de roca hincadas formando una cámara circular y un corredor, que algunos «grafiteros» de la prehistoria, se entretuvieron en decorar grabando dibujos esquemáticos de animales.
Quintanilla de las Viñas y su ermita visigótica
Entre pequeños arroyos con agua corriente seguimos el valle hasta llegar a Quintanilla de las Viñas. No nos encontramos con nadie entre sus calles y el pueblo parecía sestear al sol de mediodía. Tomamos agua en la plaza de su abundante caño doble y subimos hasta la ermita visigoda. Una vez allí, a refugio del viento, almorzamos a gusto imaginando lo mucho que de la basílica falta y disfrutando de los hermosos frisos en bajorrelieve que, por cierto, nos mostraron las únicas viñas que encontramos en la ruta.
Castillo de Lara de los Infantes
A nuestro frente los restos del castillo de Lara de los Infantes nos incitaba a subir y en su trampa caímos. Tomamos una senda que sólo pudimos remontar a pie con la bicicleta como compañera y; una vez arriba, cuando pudimos haber pedaleado un trecho, una racha de viento violento que rebasaba el picón aconsejaron seguir caminando agazapados para no salir volando por el cantil.
Aún así subimos hasta el legendario castillo. Las ruinas son escasas aunque nos sorprendió su foso y también la calidad del poco sillar que queda. Sin embargo, las vistas nos dejaron sin palabras; en un día tan limpio y transparente vemos los detalles del valle como lo deben de ver las rapaces: Las Mamblas que parecen más mamblas que de cerca; a nuestra espalda la áspera sierra de Peñalara y, entre ambas sierras un sinfín de pueblos, de arroyos, de bosquetes… pero el viento azota fuerte y no nos deja recrearnos demasiado.
Los dinosaurios en Mambrillas de Lara
Descendimos con prudencia hasta Lara de los Infantes y desde allí partimos hacia Mambrillas de Lara. Todo era entretenido: la enorme y misteriosa iglesia de Lara, sus fuentes, el río de Los Valles bien cargado de agua en el puente de San Juan y finalmente, ¡un diplodocus! Bueno, era de mentira, aunque las pisadas que dejaron marcadas estos saurios por en el valle son auténticas y se pueden observar en el yacimiento de La Pedraja.
La Dehesa de Mambrillas
Cuando el sol se escondía encaramos de nuevo Las Mamblas entrando por la Dehesa de Mambrillas: pastoril y evocador monumento vegetal. Fue necesario atravesar un portón aunque no encontramos ganado. Dentro el camino remonta las primeras laderas de la sierra entre pastos verdes marcados por doquier con huellas superpuestas de ovejas y vacas. Más adelante nos sorprende un añoso robledal de troncos imposibles y brazos de gigante. Y, a medida que subimos, vuelve el sabinar.
Pero el sol descendía y con el, también la temperatura. Aquí tuvimos que encarar la última subida de la jornada. Al menos el camino no tenía perdida alguna, bien señalizado con la cruz del pelirrojo San Olav; indicando la dirección hacia la moderna ermita que le fue dedicada.
Sólo quedaba el descenso hasta Covarrubias, un descenso con viento a favor de varios kilómetros por terrenos, a veces imposibles, por la piedra suelta y cortante; otras, senderos maravillosos, entre oscuros túneles de encina y quejigo. Finalmente llegamos a la carretera del cañón del Arlanza (BU-905) y así llegamos con la tarde a Covarrubias, justo cuando los buitres reposaban muy quietos sobre los cantiles.
Hoy recorrimos tierra de leyendas y de historia, incluso de prehistoria. Hoy podríamos decir que nuestra dura ruta ha tenido el tinte épico de un “Cantar de Gesta”