Hoy no madrugamos. Comenzamos a rodar a media mañana en Valbuena de Pisuerga. Subimos despacio por el tranquilo vallejo verde del arroyo de Camporredondo hacia La Quinta entre matas de roble, escaramujos y madreselva. La temperatura es muy agradable aunque la jornada de cielos limpios ya nos promete algún sofoco.
El Priorato de La Quinta
Al poco de llegar al páramo encontramos los restos de una fuente seca, trazas de otros edificios y enseguida la Cañada Real de Merinas del Monte. En un recoveco aparece lo que queda de la iglesia del Priorato de La Quinta, apenas un par de lienzos de piedra clara, bien trabajada. El arranque de algunos arcos, una cenefa y un capitel nos dan indicios de lo mucho que se ha perdido.
Dejamos el viejo convento para dirigirnos hacia el norte. Seguimos el camino sobre la cañada. Quejigos y encinas se alternan con cultivos de cereal formando una dehesa en la que emergen de vez en cuando nubes de polvo que delatan el trabajo de las cosechadoras; que no el de los hombres, ya que entre el conductor de la cosechadora y el tractorista, por si solos, dan cuenta de cientos de hectáreas.
Entre una maraña de zarzas aparecen unos corrales y, dentro, un hermoso chozo nos deleita con su buena hechura; seguramente fruto de la labor de pastores cuidadosos y detallistas. Por desgracia está abandonado a su suerte y una acacia oportunista nacida en su interior sobresale por donde tantas veces surgió el humo de las cenas pastoriles.
Nosotros rodamos por las alturas. Y seguimos los trazos de la cañada.
Páramos de Castrojeriz
Hemos entrado en la provincia de Burgos, y continuamos recorriendo el páramo. En algún momento todo cambió y se perdió el monte, luego la dehesa también se perdió y apareció el monótono cereal para que finalmente fueran los aerogeneradores los protagonistas del paisaje. Los viejos topónimos que describían estos parajes, como La Carrasquilla o El Aulagar quedaron obsoletos y ya no definen sus lugares.
En algún momento nos cruzamos con vehículos de mantenimiento, un par de técnicos se apañan para controlarlos a todos. Tampoco esta actividad, moderna y sostenible, parece aportar población.
La cañada en ocasiones ha sido respetada pero parece un trazo equivocado en el cuadro de la modernidad. Observamos como la agricultura somete al paisaje de la tierra y las turbinas gigantescas al paisaje del aire.
Rodamos entre cientos de ellos durante kilómetros y, con el viento, su zumbido hueco nos causa cierta zozobra a la vez que la sombras de sus palas amenazantes cercenan el camino por el que nos movemos.
¿Por qué nos emocionan las ruinas de un priorato, o molino, o chozo y estas estilizadas —y necesarias— construcciones nos aburren?
Y así, elucubrando, llegamos hasta la fuente de La Pedraja. Situada en lo alto de un vallejo sirve de nacedero al arroyo de Valbonilla. Tiene un aspecto simplón: piedras rejuntadas con cemento y codos de PVC, sin embargo es su potente caño el que nos sorprende. Creo que no hemos visto nada igual. Por un tubo de 12 cm la fuente expulsa un enorme chorro de agua a presión y sin descanso; además, a su alrededor, más agua sin canalizar brota y alimenta también al afortunado arroyo que inicia su breve recorrido hacia el Pisuerga. Insólito paraje al que llegan todos los caminos.
Nuestra ruta sigue, conseguimos seguir nuestra cañada y tras un precioso descenso nos plantamos en Santa María del Manzano, ya en Castrojeriz.
Hemos recorrido 25 km evocando a antiguos pastores; por los páramos, siguiendo una cañada de merinas y sin pasar por localidades —¡y entre kilovatios!—.
Y ahora, buscamos los ríos
El Pisuerga: de Tierra de Campos al Cerrato
El calor aprieta cuando salimos de la población caminiega. Aunque ahora el viento nos favorece buscamos la ribera del río Odra para iniciar nuestro regreso.
Cruzamos por el Puente Bárcena donde dejamos a algunos peregrinos iniciando su particular penitencia con la subida de Mostelares en el Camino Francés. Nosotros seguimos Odra abajo y visitamos Pedrosa del Príncipe donde almorzamos bajo la fresca sombra de una menuda catalpa. Después seguimos y, junto al Odra, llegamos al Pisuerga.
La ribera nos acoge en el momento de más calorina. Intentamos en lo posible ceñirnos al río cruzando por algunas choperas imposibles hasta que finalmente tenemos que salir a la carretera por la linde de un maizal que nos cierra el paso. Al poco llegamos al viejo y abandonado Puente de Astudillo y paramos a curiosear. Aquí el rio se muestra amable para el baño, se abre y nos ofrece playas de canto y remansos. Esta vez solamente nos refrescamos y tomamos algunas fotos del pintoresco lugar.
Aquí bien podríamos decir que el Pisuerga abandona Tierra de Campos para entrar en el Cerrato.
Rodamos de vuelta hacia Valbuena de Pisuerga que tenemos ya a la vista, pero nos encontramos a gusto sobre la bici y optamos por un último rodeo hacia el azud de Villalaco. Otro lugar de rumor de agua y frescor que amansa al Pisuerga. Una elegante presa parabólica recrece el río para dar comienzo al Canal de Villalaco que durante 40 km y hasta Dueñas regará campos y huertas.
De nuevo en Valbuena de Pisuerga observamos como se encuentra situada a media ladera a salvo de crecidas junto a un cerro horadado de bodegas. Ahora sí, pasamos algunas callejas del pueblo cerrateño con caserío de buena piedra que seguramente aprovecho algunas del arruinado convento. En una plazuela encontramos una fuente salvadora que nos alivia por dentro y nos quita el polvo por fuera.
Hoy han sido 58 km que podéis ojear aquí, en wikiloc.
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