Aprovechando este sorprendente febrero hemos querido acercarnos hasta el pueblo salmantino de la Fregeneda, en la comarca del Abadengo. Sus campos de almendros tienen fama de blanquear el parque natural de Los Arribes y hacia allá nos fuimos a caminar una ruta larga (24 km), muy recurrente, pero que ahora no debe de hacerse como iremos viendo.
El jardín de la Fregeneda
La verdad es que dimos de pleno. A medida que nos acercabamos al lugar desaparecían las dehesas y comenzaban unos campos ásperos y pedregosos pero salpicados de olivos, carrascas, jaras, madroñeras y retamas y, entre todo, numerosos almendros como linternas blancas.
Tras pasear por el pueblo comenzamos a caminar nuestra, más que moderada, ruta. Pasamos por la fuente romana Pozabajo y nos acercamos hasta la Cruz de Canto. Aquí llegan dos caminos, por el de la derecha llegaremos al atardecer. Ahora tornamos a la izquierda tomando un camino que, cuesta abajo, nos va ofreciendo bellas imágenes del Jardín de la Fregeneda con sus blancos, ocres y verdes en variados estados; con peñas salteadas y con la torre de la iglesia en el alto horizonte. La luz sesgada invernal realza matices vibrantes que en ocasiones deslumbran.
Mas abajo el molinero río Águeda nos va dibujando el mapa de España y Portugal y a media ladera vislumbramos un puente del viejo ferrocarril hasta Barca d’Alba que tomaremos después.
El viejo ferrocarril portugués
Llegamos a una antigua casilla ruinosa donde debió haber un paso a nivel, allí encontramos la vía tras un oxidado y desconchado cartel que indicaba “ojo al tren”.
La verdad es que la línea lamentablemente se cerró hace ya 35 años. Ahora está declarada BIC y se realizan algunos esfuerzos por consolidarla como ruta turística. Como canta Sabina, aquí los trenes no llegan nunca a las fronteras.
Inocentemente y con ganas de masajear los pies entre traviesas y balasto nos pusimos a caminar por la vía o alternando por sus laterales según el estado, que en general era muy bueno. Al poco el corto túnel n.º 15, su bóveda ennegrecida por el hollín de viejas locomotoras está perfecta, ¡un placer atravesarlo! Después otro túnel y luego un magnífico viaducto, trincheras verticales, alcantarillas… ¡increíble paseo!
Así llegamos a un túnel largo, aquí no se veía su luz al final y hubo que tirar de linternas. Sin problema; el paso irregular pero sin peligro apreciable. La temperatura fresca con una suave corriente. Tras vislumbrar el resplandor al fondo el ruido de un motor se hacía patente sin que lo diéramos importancia. Pero al llegar de nuevo a la luz, sobre la vía, había una “retro”… ¡en marcha!
Pasamos sorprendidos y cruzamos un saludo con el operario. Nos dimos cuenta de que estaban trabajando en la instalación de postes a modo de valla… Sin dar más importancia al incidente seguimos el camino de hierro. Un kilómetro más adelante otro operario; también nos saludo preguntándonos qué hacemos por la vía ¿? Aquí se nos aclara que está prohibido su uso, que están en obras pero reconoce que, efectivamente, por el camino por donde hemos accedido no hay ninguna señal que lo indique.
Como queda algo menos hasta el lugar donde pretendemos llegar que el regreso, seguimos. Extremamos la precaución hasta el puente internacional al que llegamos sin novedad. Allí, al salir del último túnel si que encontramos el cartel de obras que debería haber estado también en el camino por el que accedimos.
Barca d’Alba
Precioso y evocador nombre de esta aldea adoquinada del concejo de Figueira do Castelo Rodrigo. Entramos por el viejo puente internacional del ferrocarril saludando ya a nuestro Duero que aquí recoge al Águeda. Abajo, el muelle de Vega de Terrón, su punto más bajo en España.
Entramos por las abandonadas instalaciones ferroviarias donde una vieja plataforma y varias vías auxiliares y almacenes dan fe del trajín que esta estación tuvo.
Nos acercamos hasta su puente y recorremos sus pantalanes sobre el Douro que, sin duda, se nos ha hecho mayor al entrar en Portugal.
¿Por qué tenemos la sensación de que por aquí todo está más cuidado, más limpio y más poblado? Seguramente porque así es: Sus laderas de olivares, viñas, naranjos, limoneros y figueiras están labradas; sus pueblos muy cuidados e incluso parece haber más bullicio, de gentes, de niños…
Tras paseo y cerveja dejamos la vía y regresamos por el río remansado. Cruzamos esta vez por el puente de la carretera y en el muelle de Vega de Terrón saludamos a la coqueta “Villa de Meira” de nuestros amigos de Dueroemoción. Allí mismo tomamos la Senda del Duero para regresar.
La etapa 42 del GR 14
Ahora había que subir. Eso sí, por un camino que quizás sea de los más bonitos que hemos encontrado en nuestras caminatas.
A medida que tomábamos altura el verdoso Duero, abajo, se nos hacía más estrecho. Y en el horizonte cercano el enjalbegado caserío de Valicobo nos indica que aún falta por trepar. A cambio del esfuerzo, encontramos el camino jalonado con menhires pizarrosos y cubierto de césped salteado a veces de pétalos blancos y otras de aceitunas negras estrujadas caídas de los acebuches.
Más arriba, en uno de los espectaculares miradores tomamos un agradable descanso dando cuenta del hornazo. Después seguimos por una serrezuela; subiendo y bajando entre interminables campos de almendros floridos.
Ya al atardecer y con las fuerzas muy justas llegamos de nuevo a La Fregeneda. En la fuente nos encontramos con el presumido burro zamorano Ulises que, incluso dejó de pacer para posar sin importarle para nada el estar pelinchando.
Su dueño, al que lamentablemente no preguntamos su nombre, hombre muy afable y cordial con el que charlamos un rato, revelándonos incluso la causa de la festoneada forma del curioso abrevadero de Ulises… ¿adivináis?