Le hemos cogido el gusto al entorno del Adaja y al placer de recorrer sus altos y pelados baldíos con temperaturas propias del Mediterráneo. Por ello en esta ocasión, en bicicleta, vamos a recorrer la montaña de Tornadizos de Ávila; una zona alta, vacía y silenciosa de frontera de aguas entre el Duero y del Tajo.

Hacia navas y praderías
Partimos de Ávila por el carril-bici junto a la CL-505. Al cruzar el río Chico observamos algunas cigüeñas que han anidado sobre chopos mochos junto a la misma carretera. Como ha pasado ya San Blas no podemos saber si estas son de las que se quedan o de las que acaban de llegar.

Seguimos rodando suavemente cuesta arriba y tornamos hacia la izquierda hasta Naturávila y después a las Longueras. Enseguida encontramos el vallejo del pequeño arroyo Tornadizos que remontamos hasta las navas donde nace entre fuentes y corraladas.
El arroyo discurre aunque casi seco. Varias fuentes y ramalillos lo conforman en los cantiles más altos y tras recorrer unos 10 km y atravesar por el pueblo de Tornadizos de Ávila, vierte sus aguas al necesitado Río Chico.
La excelente temperatura concuerda con la falta de humedad; los prados están firmes para rodar y solamente los vierteaguas de las fuentes muestran algunos barrizales pisados por un ganado que arrebaña con paciencia la escasa hierba que brota en los prados resecos.

Un ganado que parece de limusinas o charolesas; no encontramos ninguna de las pacíficas aunque inquietantes avileñas negras que siempre te (me) hacen llevar la mosca tras la oreja.
Un saludo a las aguas del Tajo
Entre bolos de granito se nos acaba el Valle de Amblés y llegamos a su cornisa en el Puerto Viejo. Después de traspasar un portillo miramos al frente tratando de contemplar la inmensidad del profundo valle que cava el río de la Gaznata; aguas que ya se nos van al sediento Tajo.

Tras cruzar una portera nos decidimos a bajar hasta el arroyo de la Cañada de Carriles por la Peña del Águila y los Corrales de Jacinto. Un descenso roto que hubo que hacer bicicleta al hombro en numerosos tramos. Al comienzo de la senda un muladar abandonado nos indica que rondamos paredes de buitreras aunque no observamos ninguno. Pero ahora es necesario concentrarse en la bajada y mirar bien las peñas que brincamos; al menos sí que podemos disfrutar de los incipientes crocus violeta.

Tras la dura bajada el valle se aplana ligeramente y nos permite rodar junto al arroyo sorteando el ganado. Así llegamos al puente de la carretera que va hasta El Herradón que atravesamos por debajo. Siguiendo una trocha a la derecha del arroyo comenzamos a remontar el mismo valle hacia el Puerto del Boquerón (1315) también con algunos tramos a pie. Finalmente esta subida no fue tan dificultosa como temíamos y sin más; entre más vacas y piornos, llegamos hasta el puerto y al portillo que nos cuela por uno de los caminos de Santiago donde nos situamos de regreso en dirección Tornadizos.
Un regreso cuesta abajo y con viento de cola
Aquí, entre las faldas del Cabezuelo (1411) pudimos disfrutar de un pequeño pero interesante descenso entre trochas y roderas hasta llegar de nuevo a los corrales de Triguezuelos donde una pared hacia el sur nos ofreció parada y fonda.

Tras otra entretenida bajada, ya por buen camino, llegamos a Tornadizos de Ávila, un pueblecito agradable que paseamos y en el que hasta pudimos subir a su espadaña invitados por quienes allí se asomaban.
Seguimos bajando junto al arroyo Tornadizos hasta que junto con el de las Carretas se encaminan hacia el Río Chico. Nos acercamos a curiosear el enorme apeadero de Guimorcondo, actualmente sin servicio, para después por las dehesas de Cansino y Aldeagordillo llegar hasta Ávila siguiendo al río Chico, cuyas escasas aguas desaparecieron al llegar a la ciudad.

El atardecer era magnífico y algunas fuerzas quedaban así que nos permitimos circunvalar Ávila, incluyendo visita a la Encarnación, antes de tomar un café y despedirnos.
Última ruta a lomos de esa buena burra…