El verano se ha presentado tan fuerte que nos ha hecho madrugar para evitar parte del calor. Casi de amanecida comenzábamos a rodar en Villabermudo con la intención de seguir río Burejo arriba, algo que solamente conseguimos en parte.

Burejo arriba
El río Burejo es un pequeño afluente del Pisuerga, nace en Dehesa de Montejo y desemboca en Herrera de Pisuerga. Atraviesa la palentina comarca de La Ojeda, tan famosa por su patrimonio románico.
La primera hora del recorrido aún hubo que rodarla con un ligero cortavientos para protegernos del relente de la madrugada, salimos de Villabermudo entre la húmeda ribera del río que, para nuestro contento, bajaba con un buen caudal para la fecha en la que nos encontramos.

Hicimos nuestra primera parada en la ermita de la virgen de la Ventosilla que despuntaba desde un cerrillo que nos permitió contemplar unas preciosa vistas del valle con el cereal maduro aún sin segar.
Desde allí seguimos paralelos al río hacia el norte por caminos pedregosos y mojados que aún conservaban los charcos de recientes tormentas, ya sabéis, las de San Juan; las que quitan vino y no dan pan. Llegamos a La Vid de Ojeda y desde allí seguimos hasta el arroyo de Villavega, el cual tuvimos que vadear, mojándonos, para pasar hasta un camino perdido, lleno de maleza y barro por el que a duras penas pudimos llegar hasta San Pedro de Ojeda. ¡Menos mal! la visita a su interesante iglesia románica sobre un cerro que dominaba el pueblo nos compensó del «sacrificio».

Seguimos hacia Moarves de Ojeda pero los caminos estaban infames, rodábamos a ciegas entre herbazales hasta la cintura y, con frecuencia cárcavas escondidas e inundadas de agua que nos hacían poner pie a tierra. Así llegamos hasta Moarves y allí, además de recrearnos una vez más con la soberbia portada escultórica iluminada por el sol matutino, decidimos acortar camino y evitar la cercanía al río.
Así que dejamos allí al Burejo y tomamos ¡por fin! un buen camino hacia el valle de San Andrés. Algunas nubecillas ayudaban con los calores a disfrutar del agradable paisaje de cebadas doradas entre pinares abrasadores.
Rozando Las Loras
Llegamos hasta Villaescusa de Ecla, incluso más allá, hasta la Culada del Diablo ya metidos en el Geoparque de Las Loras. Pensábamos acercarnos hasta la cascada de Cervigada pero era inútil: el arroyo bajaba seco.

Bajamos hasta Santibañez de Ecla visitamos su iglesia sobre un promontorio que pudo estar amurallado a la vista de su curiosa torre defensiva y bajamos después hasta el monasterio del Císter.
Aún no pudiendo visitar su famoso claustro, pudimos ver otras estancias que nos dieron buena cuenta de su majestuosidad e importancia: como su entrada con un tosco rollo, su fuente y su iglesia, incluso el torno del convento se encontraba accesible trayéndome recuerdos de mi infancia, cuando acompañaba a mi abuelo a por huevos donde las monjas y la transacción entera se hacia a través de un torno que, para mi era parlante, pues al otro lado se oía la dulce voz misteriosa que atendía el portal.

Al salir del monasterio, sufriendo de nuevo por un terrible camino perdido, nos dirigimos hacia Prádanos de Ojeda. Nos encontramos con las fuentes de Palacio y Arrabal, ambas con con un conjunto de caños bien despachados, además de su lavadero y pilón. Allí aprovechamos para almorzar junto al la ermita del Cristo del Amparo entre el calor ardiente de los pinos de La Cerrilla.

Y finalmente: el Pisuerga
La calorina que se apoderaba de la mañana nos empujo hacia el valle del Pisuerga buscando su ribera fresca. Y caímos en Nogales de Pisuerga donde encontramos la preciosa iglesia de San Juan Bautista, de buena base románica y de esbelta espadaña justo cuando acaban de celebrar precisamente su fiesta y aún estaban sin recoger las cenizas de la hoguera.

A partir de aquí seguimos junto al Pisuerga, pasando junto al manantial de La Gallina y siguiendo hacia el Estrecho de Nogales, el lugar donde se sangra al río para crear el Canal de Castilla que allí nace y comienza a morir abandonado como podemos comprobar.
Seguimos junto al Pisuerga y lo cruzamos por otro lugar desolador. El Puente del Refugio, en Barrio de San Vicente, abandonado y sin pretiles, nos transmite imágenes del tercer mundo. Pero por aquí, los puentes rurales son así, o eso o nada.
Dejamos el río y nos encaminamos de regreso a Villabermudo con el Sol en lo alto, entre parajes ondulados y 58 kilómetros más en nuestra mochila y… ¡en las piernas, claro!
Aquí os dejamos el track (wikiloc)
