Esta vez comenzamos nuestro paseo al atardecer. Con esto de evitar los calores nos acercamos hasta Villabañez ya sobre las 20:00 y allí comenzamos nuestro paseo por una ruta, acercándonos al Duero, tan conocida como agradable.
Al salir de Villabañez nos encontramos con la novedad de que ya han comenzado las obras de un nuevo tramo de la autovía del Duero. Cruza entre las Mamblas y sube al páramo. Nos encontramos los caminos rotos, polvorientos y llenos de plástico de señalización: se pretende salvar el valle sacrificando los altos.
Pero a lo nuestro. Enseguida llegamos a la Senda de los Aragoneses y por lo tanto al río Duero. Las cosechadoras hacen su verano mientras camiones de cinco ejes esperan a ser cargados en lugares que nos parecen imposibles .
Aquí el camino se convierte en senda y subimos y bajamos toboganes entretenidos entre la ribera y los cortados que se desmoronan despacio. El sol va cayendo y formas y colores adquieren matices diferentes a los habituales. Después aparecen praderas y bosquetes y finalmente Peñalba de Duero. Hoy parece que nuestro reto ciclista es más relajado así que con frecuencia nos detenemos a tirar fotos.
Peñalba sigue conservando ese aire de idílico paraje, con su romántico puente arruinado y casas vacías junto el río en las que aún alguien debe de permanecer ya que observamos una cabra atada que arrebaña una pradera. Seguimos hacia el puentecillo de Sardón que cruzamos para ver el ambiente festivo de baños y meriendas que se disfruta en el Jardín del Carretero bajo las secuoyas centenarias de más de 45 metros de altura. Probablemente los árboles de mayor porte junto al Duero.
La tarde sigue cayendo, la temperatura es ideal y el paseo continua. Cruzamos Sardoncillo y subimos a los páramos por el valle de Valdelosfrailes. Cuando llegamos arriba el sol está sobre el horizonte y disfrutamos de nuestro particular “Café del Mar”, con música de pajarillos que se recogen y encinas sueltas como veleros oscuros navegando entre rastrojos en calma. Solamente nos faltaba la copa
También tendríamos luna llena y ,ya puestos, se nos antojó también verla aparecer. Así pues nos dedicamos a recorrer los altozanos para hacer tiempo. Nos cayo la noche y rodamos en silencio, sin luces y a la deriva, por cualquier camino que encontrábamos incluyendo los desmontes del ancho trazado de la futura autovía. La encalmada era total y provocaba que el aire cálido permaneciera en el páramo y el frio y pesado cayera a los valles obligándonos a tirar de cortavientos según la posición.
Al cabo de casi una hora el Este comenzaba a iluminare con un tenue rojizo indicando el lugar por donde aparecería nuestro astro haciéndolo a los pocos minutos, enorme y con su misterioso halo de estratos.
Tratamos de fotografiarla, pero sin equipo y sin paciencia no es fácil. Aún así, con la ayuda de un poste de un tendido eléctrico fijamos una cámara y conseguimos algo parecido al sol. Menos es nada.
La luna rebasó la atmósfera, redujo su tamaño y perdió el color. Ella ya era la de siempre y la noche también. Nosotros ya por la carretera y correctamente iluminados pusimos rumbo a Villabañez. donde habíamos comenzado unas horas antes al atardecer.