La bicicleta a veces puede ser dura.
Ayer lo recordé y padecí en mis propias carnes un día penitencial en el que gracias a las fuentes salvadoras que aún se conservan en los pueblos por donde pasé pude llegar dignamente hasta el final.
Comencé en Aguilafuente a mediodía. Cuando bajé del coche su termómetro marcaba 38º. El pueblo estaba agradablemente animado con terrazas llenas y con los niños del pueblo pintando sus paisajes en cada esquina. Tras coger agua fresca en una fuente de elegantes caños en forma de piña me cuelo entre los pinares hacia el Cega.
Hacia el paraje de «las Fuentes»
Todavía estaba fresco físicamente y el arenal se hacía soportable. Me voy fijando en los negrales. Se sangran de nuevo, parece que de forma diferente a la tradicional, varios potes cuelgan de algunos pinos; ojalá que no sea “a muerte”. Cuando llego a “las Fuentes”, casi campo a través sobre ramas secas, tamujas y piñas, ya no era el mismo.
Allí me acerqué al soto del río Cega entre una selva de grandes helechos que se desarrollan felices bajo la canopia sombreada y entre el frescor de las surgencias que manan por el entorno. Su diminuto cauce de agosto parecía fluir transparente entre el mar de arenas y pinos.
Con paciencia remonto y tomo rumbo hacia el Puente Cega, me acerco por una pista hasta el paraje de La Poza. Allí puedo observar de nuevo el río más abierto y más vacío.
Pinos y lagunas
Desgraciadamente el camino empeoró y me toco buscar la carretera. Con paciencia seguí por ella un buen trecho hasta alcanzar la laguna de Navalayegua, en Cantalejo. Una sorprendente lámina de agua en pleno verano acogía numerosas aves que se movían en calma. Ya conocía estas lagunas y las había visitado en tiempo de lluvia pero en agosto…¡con agua!, ¿Qué ha sucedido?
La respuesta estaba en uno de los paneles informativos que cuentan como desde que se realizó la EDAR de Cantalejo sus aguas depuradas se distribuyen por el paraje habiendo conseguido revitalizarlas. Una solución “bonita” de cara al paisaje pero ¿estará la calidad de las aguas a la altura? Ojalá.
Allí almorcé con la vista puesta en el agradable horizonte lagunar y emprendí de nuevo la ruta adentrándome por los pinares para buscar el Puente Mesa con la intención de darme un chapuzón en algún lugar del río.
El tramo fue otro pequeño infierno del que salí agotado. La gran duna de arena salpicada de negrales puede ser tan dura como un erg sahariano. La historia se repite: caminar junto a la bicicleta o rodar sobre el barrujo hasta encontrar un senda de buen firme que nos saque del laberinto casi infinito.
Un Cega agotado
Y la senda apareció, y después el puente. Lo que no fue fácil de encontrar fue el río. Retenido por la presa del molino, esta solamente dejaba libre un hilo de agua que a duras penas avanzaba sobre la arena gruesa del lecho. Solamente mis pies pudieron bañarse, eso sí, en agua caliente.
Me pregunto que hace ahí la presa cortando el río y con su balsa llena de agua estancada. Pero… ¿Cuánto hace que no funciona el molino?
El Cega y yo nos despedimos, ambos exhaustos: el a regar girasoles y yo a refrescarme en Veganzones, precisamente en las fresquitas aguas de su fuente junto a la iglesia de Santa Águeda mientras contemplo la pintoresca estampa de la plaza de su Ayuntamiento.
Y así … de fuente a fuente
El paisaje cambió al salir de los pinares. Ahora con mucha calma y entre secanos ruedo hacia Turégano. En mi horizonte aparece difuminada la mole de su castillo-catedral. La calima es tan cerrada que apenas se distingue Navacerrada.
En Turégano el arroyo de Las Mulas entra seco y encauzado por las calles del pueblo pero me doy de bruces con el Caño de Santiago y, de nuevo, un remojo general por dentro y por fuera me permite y anima a seguir el pedaleo.
Trato de llegar hasta la Casa del Ingeniero, siguiendo la ribera del arroyo de Santa Ana (también de las Mulas) por un bonito paseo de olmos hasta llegar de nuevo a los pinares. La pista es firme y es ahora el viento el que comienza a molestar. Aun así llego hasta la casa que se anuncia como un museo relacionado con el monte que me apetece visitar pero allí nadie responde, todo cerrado, ni un teléfono ni una referencia. En fin, otra vez será.
Ruedo entonces hacia Sauquillo de Cabezas y el viento arrecia en una atmósfera cada vez más inestable y caliente. Cuesta pedalear pero llego. De nuevo la fuente del pueblo me acoge y me tomo otro descanso. Agua fresca que me da la vida para seguir esta ruta que debería de haber sido fácil pero que la alta temperatura, el viento y el terreno han complicado tanto que llegué a pensar que el Tuerto de Pirón me habría echado mal de ojo. Arenas, calorina y viento en contra, todo a la vez no es fácil de reunir en una sola ruta.
Tras ganar un poco de viento, al estilo de los regatistas, llego a Aguilafuente cuando la tarde cae y la gente comienza a salir del frescor de sus casas. Recojo los trastos y me siento en una terraza a repasar el pequeño periplo. Hoy he disfrutado de deliciosas fuentes salvadoras y estoy agradecido a quienes las conservan pero ahora es el momento del postre en forma de una doble de cerveza con limón.
¡Brindaremos por la salud de nuestro querido y desgraciado río Cega!
Y aquí tenéis la ruta de wikiloc
Bonito.
Gracias.
¡¡Viva El Tuerto de Pirón!!