Me levanto animado, hoy habrá excursión. Preparo el café, las tostadas y, distraídamente enciendo la televisión. Miro y escucho los disparates que se proclaman en las noticias… El café se vuelve amargo y yo pesimista; mejor apago, es hora de ponerse en camino.
Hoy se nos antojó subir hasta el Monasterio del Risco, o, mejor dicho, a lo que va quedando. Encontramos la mañana fría y ventosa, también incierta en cuanto a los pronósticos de nieve y más al haberme dejado el cortavientos impermeable en casa, seguramente por escuchar los desbarres políticos.
Pero, estando allí, solamente quedaba aguantarse y ponerse en marcha. Comenzamos a rodar en Muñana, después atravesamos la preciosa dehesa de Villagarcía, cruzamos Pascual Muñoz y llegamos a Amavida. Cuando no se cubría el cielo la mañana estaba agradablemente soleada aunque notábamos más el frío al observar los hilos de humo que exhalaban algunas chimeneas en los altos pueblos serranos.
Tras cruzar el arroyo del Guijuelo comenzó la aventura. Había que trepar con la bicicleta por caminos y sendas empapadas hasta el cordal de la Sierra de Ávila; visitando, claro está, las románticas ruinas de Santa María del Risco.
Comenzamos por el camino de Prado Recio hasta subir al Robledo, alternando ratos a pie con ratos sobre la bicicleta. Hacia abajo, ya dominábamos el hermoso y amplio valle de Amblés y, hacia arriba, divisábamos el Risco, este nos parecía cada vez más lejos y más alto.
Comenzaban a aparecer manchas blancas, primero junto al camino, después entre los ventisqueros y finalmente, la nieve se acumulaba entre roquedos y pastos confundiendo el sendero. En el paseo nos acompañaban imponentes robles. En cada uno parábamos sorprendidos por su porte soberbio y por el brutal tamaño de su tronco y, de paso, también para recuperar el resuello.
Había que adivinar la senda y empujar la bicicleta pero las ruinas se iban acercando. Apareció entre la nieve un antiguo carril empedrado y por el llegamos hasta la enhiesta torre.
Pero, ¿a quién se le ocurrió construir aquí este edificio?¿cómo pudo ser?
Esto es lo que se te ocurre pensar al ver las trazas de sus restos, el paisaje que se vislumbra y la dificultad para acercarse hasta allá.
Con mucha precaución curioseamos sus ruinas heladas, los bancales de los huertos, tratamos de adivinar su avenida de agua, e incluso subimos hasta la torre que pronto colapsará y dejará, por fin, que alguien se lleve su veleta que con precisión sigue indicando el rumbo del cierzo.
Nos alejamos buscando la senda de regreso entre la nieve, más abundante aquí arriba, pero paramos a contemplar una vez más el monasterio.
Su estético perfil te deja sin palabras. Rodeado de canchales de bolos redondeados emerge la figura sublime de la torre con sus ojos vacíos. El granito de sus arcos tallados con elegancia y los arranques de sus bóvedas hundidas… casi nos parece que está aún en construcción. Todo es del mismo color gris y gracias a la nieve vemos realzados sus relieves.
Pero no. No está en construcción; es una ruina más, abandonada. Los cantos religiosos se desvanecieron hace tiempo, y, bajo esas piedras caídas, tienen que estar todavía los huesos fríos de sus monjes fallecidos.
Encontramos la senda a nuestra espalda e iniciamos el regreso. Aún tenemos que subir más, remontamos hasta el cordal y podemos ver La Moraña entera y soleada al otro lado de la sierra. Solo un momento ya que el viento regañón nos zurra fuerte y frio.
Parece que la respuesta a nuestra pregunta inicial se nos muestra desde lo alto.
Junto al monasterio del Risco, que al fin y al cabo, no es tan antiguo, se cruzaban los caminos de Amavida y Villatoro hacia Vadillo de la Sierra. Era un lugar accesible para recogimiento y oración pero en el que abundaban las merinas que mantenían al monasterio. Como tantas cosas por Castilla se perdió con la desamortización y sus sillares más asequibles viajaron hasta los pueblos cercanos.
Vamos descendiendo hacia el Sur y dejamos arriba al cierzo y a la nieve. Tras la bajada llegamos a un prado que nos da paso a la carretera que baja hasta Villatoro. Allí almorzamos a la abrigada y después, intentando seguir al Adaja por marjales de caminos inundados, conseguimos llegar a Pradosegar, pasamos por la enorme ermita de la Virgen de los Izquierdos y finalmente volvemos a Muñana.
Por fin cae la tarde y recogemos nuestros trastos. La lluvia o la nieve nos había respetado, el frío no tanto y solamente el cansancio se había mostrado irreverente recordándonos la edad, quiero decir la nuestra.
Regresamos. Hago amago de poner la radio en el coche pero me arrepiento recordando el café de por la mañana; mejor saboreamos nuestro pequeño logro de la jornada.
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