Hace días que pasamos del cuarenta de mayo pero el tiempo sigue revuelto… y frío. La verdad, prefiero no mirarlo. Tomo un chubasquero y me acerco hasta Valdestillas con la intención de rodar junto al Eresma en su recorrido por las arenas de sus pinares.
El río Eresma que nace en el valle de Valsaín y baja alegre entre granitos hasta que pasa entre Bernardos y Carbonero. A partir de ahí se cuela entre pinares de arena que lo llevan hasta el paraje de la Ermita de Sieteiglesias, en Matapozuelos, donde se entrega a un Adaja que, en verdad, parece su hermano menor. El paseo de hoy es precisamente entre estos últimos lugares por los que discurre.
Cruzo los puentes sobre el Adaja y me encaramo a los Pinares del Tamarizo siguiendo la cañada junto al río. Lo cierto es que hace fresco, creo que me he pasado de listo y además en canillas.
Al menos las arenas se encuentran firmes a mi paso y los pinares se encuentran pletóricos, si bien los verdes ya van tirando a pardos. A mi derecha, al otro lado del río Valdestillas se despereza entre tímidos rayos de sol mientras a mi me toca cruzar por un campo de puerros en pleno riego de aspersión; el fuerte viento racheado cubre con aguas frías el camino…
Me acerco a contemplar la unión de Adaja y Eresma. Tras salvar la ribera con hierbas hasta la cintura llego a las preciosas playas arenosas que se forman con frecuencia. El río viene hermoso pero cuando llego a la misma juntura observo que es el Eresma el que sostiene todo este negocio. El Adaja apenas parece un sumiso arroyo que solamente sirve para dar nombre a lo que continúa río abajo.
Subo de nuevo a la cañada y junto al río encuentro un par de buenos piñoneros en estado lamentable, otro pino me corta el camino y entre los pinares es muy frecuente encontrar buenos ejemplares caídos que no soportan los vendavales cuando sus arenas están empapadas.
Y así, entre pinares, sigo el camino exuberante. Pinos entre dorada avena loca, otros salpicados de amapolas, con frecuencia aparecen las cañuelas que ya han madurado y de vez en cuando gordolobos. El viento entre los pinares se templa meciendo con suavidad sus hierbas.
Después de pasar por Brazuelas llego a Alcazarén y, tras visitar sus iglesias, fuentes y bodegas sigo hacia el sur por el recurrente Camino de Santiago desde Madrid que de vez en cuando voy tomando. Así cruzo el limpio Pinar de Valviadero en el que se encuentran trabajando algunas cuadrillas de montes. En las zonas de tala se amontona la ramera y los pinos cortados entre pequeñas dunas de virutas y serrín que desprenden un embriagador olor a resina que me retiene unos momentos.
Llego de nuevo al río y lo cruzo por el viejo puente de Vadalba. El puente es muy alto, puedo ver tres arcos de medio punto y una bonita imposta por debajo del pretil. ¡Que pena!
Cruzo el río y aquí emprendo el regreso. Dudo si trepar la Cuesta del Mortero o seguir por el valle. Con la excusa de que llevo poco aire en la rueda de atrás opto por el valle hacia Valviadero. En la Cuesta del Sombrío encuentro lo que me parece como el mayor guisantal de España, es de regadío y está pletórico, en su punto. No puedo por menos que abrir algunas vainas y no defraudan: están tiernos y dulces. Deliciosos.
El despoblado de Valviadero, como tantos, se encuentra sumido en el abandono y sin habitantes. Su vieja torre aún resiste erguida aunque cada vez más desmochada. Me llama la atención una curiosa veleta de forja sobre uno de los silos de pienso. A pesar de su herrumbre aún apunta hacia el viento y aunque me muestra su silueta no adivino a lo que se parece.
Más adelante, junto al río, encuentro una central eléctrica y una presa que facilita el suministro de agua a la azucarera de Olmedo. Es un hermoso paraje fluvial y entre las modernas instalaciones se pueden apreciar restos del viejo Molino Nuevo y su puente hacia Alcazarén. En mi último viaje por este lugar, más adelantados de estación, una buena tremolina de bañistas disfrutaban en la presa.
Seguimos camino con un viento de poniente muy molesto hasta llegar a la carretera de Adanero. A partir de aquí me empuja hasta llegar a la Puente Mediana que también resiste con heroísmo el peso de la desidia. Frente a mí debe de estar la cueva de Luis Candelas, que ya exploramos en otra ocasión, ahora me recreo en el sencillo puente en el que se aprecian las cicatrices de sus reconstrucciones sin presupuesto.
A mi izquierda dejo Hornillos de Eresma. Voy por la senda junto al río que en algún momento pierdo y se vuelve penosa. Finalmente me reencuentro con ella junto a la desembocadura del Arroyo del Sangujero, un pequeño cauce que atraviesa las arenas del pinar y aún así hoy lleva un buen hilo de agua. Observo el paraje, lleno de chopos, temblones y sauces; algunas playas y sobre todo: madera muerta. Me viene a la memoria la frase recurrente que siempre se escucha cuando hay inundaciones serias: “Es que no se limpian los cauces…” Pero ¿Se pueden y deben limpiar los cauces?
La rueda flojea pero aguanta, me da pereza sacar la bomba. Lo que si que tengo que sacar es el chubasquero ya que comienza a llover y el viento sigue zurrando aunque al menos es de costado. En la ribera el ruido es ensordecedor pero en los pinares parece que se sosiega.
Así llego hasta la ermita de Sieteiglesias, en término de Matapozuelos y a su puente sobre el diminuto Adaja que me permite salir de entre los ríos. Un puente, que en una ocasión, lo encontramos con el agua del río corriendo con violencia por encima de su calzada y aún así tuvimos que cruzarlo a la vez que cruzábamos también los dedos.
La lluvia arrecia a veces y después para. El sol sale y se mete. El viento sopla turbulento. Un hermoso día de primavera.
Yo, sin más, llego a Valdestillas y me viene a la cabeza la frase lapidaria a la entrada de su cementerio “Aquí terminan placeres y gustos y comienza la vida de los justos”
Antes de que esto suceda y a pesar del frescor pido un cerveza en el bar de la Plaza de la Fuente. La tomo en la calle junto a un rayo de sol y frente a mí, al otro lado del río, veo el campo verde oscuro de puerros cuyo riego me duchaba a las ocho de la mañana… por si acaso no lloviera.
Rutas ascéticas las tuyas… Si hay un cielo te lo estás ganando, o sea q ten cuidado.
Gracias por lo que compartes. Lo describes tan bien que puedo sentir el viento en la cara, mientras pedaleo mi bici. Vivo fuera de mi tierra, pero cuando regrese en verano, intentaré hacer algún trocito de esta ruta. Me ha encantado….El cruce de los dos ríos era donde de niños, nos llevaban mis padres los domingos, con la tortilla y un neumático de tractor, el mejor flotador….jaaa…, Gracias de nuevo, me trajo muy bonitos recuerdos. Saludos. Rosa
Gracias a tí Rosa y a las personas que me leen y ven mis fotos. La verdad es que estos comentarios son gratificantes y este verano pues nada, a la ermita, al puente y al río dando pedales. La pena es verano es que ya dudo si una rueda de tractor flotaría con la poca agua que se le deja al río. Saludos
A veces pienso que el cielo se podría parecer a las rutas mismas. Sí, con eso casi nos conformamos. Saludos