Y llegamos a donde termina el DOURO/DUERO
Estamos en Oporto. El río Duero ha recorrido casi novecientos kilómetros más no se lo ve cansado. Antes bien, su tramo final nos sorprende por su dinamismo y belleza. Y es que nos encontramos en su acogedor estuario; En el lugar donde las mareas dan la bienvenida a sus aguas dulces salándolas poco antes de que se revuelvan bruscamente con el agitado océano que inminentemente lo espera.
El Tranvía nº1 de Oporto
La gran ciudad de Oporto, que es Patrimonio de la Humanidad, destaca por muchas cosas. Una de ellas la abundancia de arquitectura y otros elementos modernistas que encontramos por sus calles. Un modernismo que lejos de ser pasivo se encuentra vivo y accesible para visitantes. Así, además de edificios y puentes, encontramos activos la librería Lello e Irmao, el Café Majestic y —por supuesto— sus dinámicos y coquetos tranvías. Lugares en los que las colas para hacer uso de ellos suelen ser habituales. Nosotros queremos ver dónde termina el río y para ello tomamos el tranvía nº1 en la calle del Infante.
El pequeño tranvía construido en los años 30 del siglo pasado traquetea lento junto al estuario cargado de turistas. Asientos de madera y mecanismos de bronce se abren camino a través de gastadas vías de las que los actuales vehículos se apartan molestos cuando suenan los ridículos timbres con los que da cuenta de su paso el trenecillo.
Durante el paseo vamos lentamente atravesando estampas impagables de Oporto junto al río; como las coloridas y animadas callejuelas de la freguesía de Miragaia, el enorme edificio pétreo de la antigua Alfândega, el Puente de Arrábida —último del Duero— y los Jardines de Calem. El Duero, siempre a nuestra izquierda, nos muestra sus últimos manantiales, su diminuto puerto pesquero y hasta su postrero afluente. Llueve y sale el sol, en el mar hay marejada pero en el río algunos valientes se están dando un chapuzón. ¡Envidiable!
Ribeira da Granja: último afluente del Duero
Y aquí, en los Jardines de Calem se entrega el que quizás sea el último afluente del Douro dos kilómetros antes de que este termine. Un pequeño río de unos 7 km cuyo cauce discurre prácticamente por la ciudad de Oporto y que ahora en su mayor parte está soterrado. Es el destino de los pequeños ríos en las grandes ciudades; un destino que intentan cambiar las nuevas corrientes que luchan por la sostenibilidad tratando de mantener estos pequeños cauces olvidados.
Sin embargo en su último aliento recupera su dignidad. Se descubre unos metros al llegar al Douro e incluso puede presumir de un nuevo puentecillo de madera. Allí le entrega sus aguas que no son pocas para su pequeña longitud. En el lugar por el que entra al estuario, entre arenas y rocas, una diversidad de aves viven felices en su foz ajenas a sus depredadores urbanos. Cormoranes, garzas, espátulas, gaviotas, palomas e incluso algunos vuelvepiedras se entretienen en su constante rebusca de alimento.
Foz do Douro
Bajamos del tranvía en Paseo Alegre y ahora paseamos junto al estuario que se estrecha. Visitamos el viejo y curioso mareógrafo y frente a él, al otro lado, observamos el Cadebelo, un enorme banco de arena que cierra por el sur la boca de estuario. Entre el río y el mar se entretienen formándolo durante años para que las violentas crecidas que a veces acontecen lo borre para comenzar de nuevo.
Seguimos caminando. Numerosos pescadores echan la tarde con sus cañas y tras ellos, al fondo, ya vemos la entrada del estuario entre los faros de Pontao y el de la Barra do Douro que señalan su paso. El fotogénico Farol de Felgueiras queda ahora relegado y en en segundo plano rebasado ampliamente por el nuevo dique.
La ciudad moderna se ha desarrollado hacia el mar como queriendo seguir al río. Los castillos de São Joan y São Francisco Xavier fueron construidos junto al foz para proteger la entrada del estuario de enemigos; ahora adornan la costa entre chalets de diseño, jardines y amplias avenidas.
El mar esta bravo y hoy los accesos están cortados por precaución, aún así este último faro se encuentra lleno de visitantes que se hacen fotos tratando de cazar la volátil espuma de las olas que allí mismo rompen.
De pronto el Douro ya esta en el océano, —¡ya es océano!—.Solamente vemos un horizonte rizado y espumoso. Nos gustaría imaginar que saluda a otras viejas y conocidas aguas suyas contándose historias. Pero no, simplemente se diluye en el mar descomunal y desaparece. Sus aguas, junto a otras serán de nuevo izadas por los calores y volverán a caer sobre la tierra. Recorrerán otros cauces, dibujaran otros relieves… asearán otras cuencas.
Bellas imágenes y comentario muy original que engancha. Enhorabuena!!
Muchas gracias