El arroyo Valimón corta uno de los páramos más aislados de la provincia de Valladolid. Dónde nace, allá en la fuente del Tasugo los pueblos están lejanos y la soledad abruma. Cuando lleva agua —que no era el caso— baja entre prados y laderas boscosas sin apenas obstáculos. Poco antes de llegar a Sardón de Duero se queda sin valle y a duras penas, entre arenales, llega al Duero habiendo recorrido apenas 20 kilómetros y descendido 180 m.
El tiempo amenazaba con llover, pero aún así, me animé a recorrerlo sin imaginarme la extraña tarde que me esperaba.
Comencé con un paseo por Sardón, donde el Valimón desemboca. Aquí el Duero baja sosegado y verde. Bajo hasta el Jardín del Carretero y me acerco a observar el hilo de agua que deja. Dos secuoyas menudas charlan con el río y el canal se mete en la conversación. Algo más arriba el impresionante molino de Santa Eugenia, de tres plantas en piedra blanca, concuerda poco con el arroyo consumido.
A partir de aquí voy remontando, cruzo las vías y me dirijo hacia Santibañez de Valcorba, tomo un tramo de carretera, digamos que para calentar, y hago una parada en la laguna Sangunera. Casi no la distingo de su entorno —no hay rastro de humedad—.
Al llegar a Santibañez comienzo a trepar por el camino que sube al Pico del Llanillo, en el depósito de agua paro a hacer una foto, ¡qué hermosa vista del pueblo, y Traspinedo más al fondo! Pero esta foto me cuesta subir andando el resto de la cuesta. Caminando entre yeso voy sudando la gota gorda, casi al llegar arriba escucho una juveniles voces.
Una mujer y un niño
Una joven y un niño, están sentados al borde del camino…charlan.
—“¡Pero que bien se está ahí sentado!”, saludo a pesar de mi desuello sofocado.
—“Vaya, pues si, descansando un poco”, respondió la rubia joven. Su pelo brilla más que los espejuelos esparcidos por el suelo.
—“¿Bajarás por aquí?”, me pregunta. — “No lo creo, voy más lejos”, respondo.
—“ Muy bien, que tengas buena ruta”
—“Pues así lo espero, gracias…”
Llego finalmente arriba y vuelo por el estrecho páramo hacía el Montecillo. Sin bajarme de la bicicleta en algunas ocasiones disfruto del Valcorba y en otras del Valimón hasta que llego a la casa del Monte. Aquí me desvío a la izquierda para bajar por un camino que en otra ocasión me tocó subir. Se trata sin duda de uno de los tramos más bonitos de la provincia, ¡especialmente si lo bajas claro está!. Entre quejigos y carrascas te plantas en el valle en un momento. Así llego a la finca Valimón, ahora reconstruida como hotel rural con golf incluido.
A partir de aquí sigo por el camino del Tasugo; brevemente, pues quiero visitar la cueva de Valdelaperra. Tomo una trocha a la derecha con un portillo para el ganado abierto. Subo como puedo, hasta que ya no puedo. Dejo la bicicleta pues estoy cerca. Trepando algo mas la encuentro con facilidad. Profunda y misteriosa tiene un techo que parece que alguien le pasó el rasero, siendo su suelo casi imposible. El paraje es magnífico, enormes peñascos están esparcidos por los alrededores, como si el cantíl se fuera desmenuzando.
Recojo de nuevo la bicicleta y ruedo por la trocha hasta que salgo por el portillo opuesto, a partir de aquí tomo el camino hacia el páramo de Cabezalbo. Quiero ver la Fuente de la Boquilla pero solamente encuentro una oquedad verdosa rodeada de juncos secos. Al llegar arriba, esta vez sí, montado, media docena de perdices se levantan rápido produciendo un hermoso sonido grave y terso.
Tras recorrer la paramera, esta vez algo animada con el óleo de nubes, bajo de nuevo al arroyo por el barco de Valdespino. En las casas del Granizo se oye actividad, alguien trajina con la maquinaria agrícola y más adelante, al llegar a la altura del arroyo del Pozo otra mujer, está sola… ¡es insólito!
La joven fotógrafa
Me acerco a saludarla
Es jovencísima, con largo pelo negro. Está haciendo fotografías con una reflex con tele sobre un puentecillo.
Le pregunto por las fotos … por el agua.
Es simpática, amable … muy guapa. Pero la veo algo nerviosa me cuenta que ha venido con su padre… que esta por ahí…
Yo no veo a nadie alrededor pero no quiero incomodarla de modo que sigo mi camino.
—“Bueno, pues yo sigo hasta la fuente, a ver como anda el manantial. Que te salgan bien las fotos”
—“Vale… gracias, pues adiós…?
¡Que increíble! A veces, en este oficio recorres decenas de kilómetros sin encontrarte a nadie. ¡Ni siquiera en los pueblos!
Entre viñas pobres y girasoles llego a la fuente. El paraje es inconfundible por el par de chopos a ras de páramo que la delatan. Su estado es deplorable, cuesta mirarla seca, entre herbazales; muerta.
Prefiero no mostrarla si alguien quiere verla en este enlace la podrá conocer en otros tiempos, alegre y viva.
De nuevo subo a la soledad del páramo y entre esa soledad y el silencio: dos cruces que al atardecer sobrecogen.
Según me cuentan desde Quintanilla de Arriba, fue en la madrugada de una mañana de verano. Un guarda celoso de su oficio y unos pastores poco respetuosos con la autoridad. Además de soltar el ganado que pastaba libremente por sembrados ajenos se burlaron del guarda, respondiendo éste por boca de su tercerola.
Otra mujer que quedo sufriendo encargó las cruces…
Una de las cruces reza:
“Aquí yacen los restos mortales de Pedro Redondo Frutos muerto alebosamente (sic) a las seis de la mañana del día 21 de Julio de 1905 su desconsolada viuda rinde este tributo a su memoria” RIP.
Parece ser que la otra está dedicada a su yerno Emilio.
Pero… ¿Yacerán realmente aquí?
Me acerco hasta la ermita del Cabañón, el paraje es agradable; bosquetes, corraladas, cañadas y una curiosa ermita moderna con algunas mesas. Un lugar estupendo para dar cuenta de unos higos y almendras que llevaba de merienda.
Se está muy bien… pero las nubes amenazantes me impulsan a iniciar el regreso.
Quiero cantear el borde del páramo y un camino es propicio si bien aparecen algunas puertas y cercados abiertos y oxidados, creo que voy bien; encuentro numerosos carteles de coto de caza regional y prohibido recoger setas. Como yo no me dedico a nada de esto, sigo.
Cuando me voy acercando a la alta torre que allí existe para la vigilancia de incendios observo que hay alguien arriba, Saludo con la mano y me corresponden.
La mujer que cuida el bosque
¡Qué hermosas vistas tiene que estar disfrutando el individuo en cuestión…!
Al llegar paro y pregunto: — ¿se puede subir?
Y, para variar, una persona que no logro distinguir bien desde abajo, embutida en un anorak fluorescente, con clara voz femenina me responde dubitativa pero agradable:
—No… no se puede…
Vaya, de inmediato me doy cuenta de lo estúpido de mi pregunta.
—De acuerdo, respondo, …solamente quería tomar unas fotos…
— «No es posible» —responde—
—»De acuerdo, ¡Hasta luego!»
—»¡Adiós!»
La torre es endemoniadamente alta. Hay que tener salero para trabajar allí arriba… Siempre he pensado en subir a estas estructuras, afortunadamente siempre están cerradas y cuando abiertas no te lo permiten… parece lógico ¿no?
Que tarde más curiosa pienso mientras también disfruto de amplias vistas entre pinos, encinas y enebros en los miradores que se van sucediendo hacia el valle. En una de estas paradas me pongo el chubasquero pues la lluvia comienza a calar.
Llego a la carretera y bajo hasta el valle, esta vez por su margen derecha, sobrepaso la finca de Las Rentas y cruzo el arroyo un par de veces hasta que llego a una instalación abandonada en la que hay carteles que indican que es zona militar.
El sol va cayendo y ha dejado de llover.
Una ciclista efímera
Paro a tirar unas fotos y a cierta distancia veo a un ciclista que se acerca por el camino; ligero y eso que lleva alforjas algo parecido. Me acerco a quitar la bicicleta que he dejado en el medio pero no me da tiempo, pasa de largo.
—¡Hasta luego!
—¡Adiós!
¡Vaya! era otra mujer, esta paso volando, casi sin mirarme… lógico.
Una buena ciclista, sin duda.
A estas alturas anochece mientras me voy acercando de nuevo a Sardón. Dejo atrás el Pico Miranda que ya no contrasta con el cielo y despistado de la geografía entro tontamente en un arenal entre negrales.
Mi mente se va recreando con bucólicas imágenes pastoriles más propias del Renacimiento.¡Ay! Aquella vaquera de la Finojosa …
No me lo reprocho, ¿Acaso no tuvo don Quijote la tentación de convertirse en pastor cuando dejara el duro oficio de la caballería andante? Y lo hubiera realizado sin duda de no cruzarse con la muerte.
En fin, seguro que esto mío no llegará tan lejos cuando deje la bicicleta. Desde aquí os saludo de nuevo mujeres con las que mantuve tan interesantes diálogos sin saber ni vuestros nombres mientras rodaba por el Valimón.
, unos 54 km.
Sencillamente te envidio y admiro
Vaya, … me ruborizan los halagos de las personas de las que intento aprender.
Muchas gracias Gaudencio