Llegamos a Laguna de Contreras. El Arroyo de la Hoz baja decidido a recorrer su último tramo hasta encontrarse algo más abajo con el Duratón. Nosotros, dispuestos a ajustar una cuenta pendiente caminamos por la ladera de El Monte, hacia el valle del Valdelabuz.
Quejigos, chaparras, enebros y jaras se levantan sobre un pedregal agradablemente húmedo y calizo, tapizado de lino, lechetrezna, tomillo… El tiempo está de tormenta, algunas han caído fuerte y otras llegan; el sol pica y los aromas silvestres se realzan embriagadores.
Remontamos la escarpada ladera de Valdelabuz y allí, en el borde del cantil encontramos la entrada a la cueva. Una cueva que hace ocho años buscamos y no pudimos encontrar. Esta vez, gracias a que alguien disponía de las coordenadas precisas nos aparece su pequeña abertura a la que nos introducimos agachados.
La cueva es pequeña, en el interior apenas puedes estar de pie y su única galería avanza solamente unos metros. Encontramos antiguos rastros de humo en las paredes y poco más. Ni siquiera grafitis o corazones rayados en la roca.
Y, sin embargo, si hablara, ¡cuántas historias pastoriles tendría que contar!
A pocos metros encontramos también una pequeña aunque peligrosa oquedad que nos da cuenta de la naturaleza kárstica de este lugar. Estamos sobre la raya entre Valladolid y Segovia y nos preguntamos a dónde pertenecerá la cueva…
Satisfecha nuestra curiosidad exploradora seguimos camino. Ahora estamos en el páramo. El bosque desaparece y los campos de cereal salpicados de amapola dominan la superficie. Se aferran a estas últimas lluvias para engordar sus espigas, algo que no parece ya fácil.
Seguimos por el monte. Ahora cuesta abajo hacia el barranco de Los Colmenares. Bajamos y volvemos a subir campo a través. Nos dirigimos hacia Aldeasoña. No hay camino así que cruzamos el vallejo campo a través hacia el siguiente. Allí descendemos hasta el arroyo de Fuente Endrino remontando finalmente hacia Cabeza Vieja.
Encontramos viejos viñedos abandonados, almendros negros y retorcidos y la última cuesta repleta de huesos. Decenas de cráneos de vacas, también entre amapolas, parecen indicar que atravesamos un viejo muladar abandonado.
De nuevo el páramo desnudo. Bueno, no del todo. En medio de un gran campo de cebada una nogala solitaria nos rompe el horizonte nuboso hasta que descendemos hacia Aldeasoña.
Paseamos el pueblo hasta encontrar un agradable rincón, con banco y mesa a la sombra, junto al arroyo Pelayos. Y allí se sacaron las fiambreras y se sirvió el almuerzo.
Poco nos quedaba de recorrer. Caminar por el valle del arroyo de la Hoz con la esperanza de que el cielo nos respetara una rato más. El arroyo bajaba «venido arriba» por así decirlo, El Pelayos también venía animado, parecían los viejos tiempos… aquellos de cuando el agua corría abundante por esta Tierra de Fuentidueña plagada de fuentes.
El paseo ya fue fácil, una pequeña charla con un pastor jubilado y parada junto al gran molino de Valdildo. Escondido entre la chopera sus muros se desmoronan comidos por la vegetación de un hermoso vergel de espadañas, lirios y saucos protegido por batallones de enormes ortigas.
Finalmente cuatro gotas refrescantes que mas bien se agradecieron y, finalmente, Laguna de Contreras. Tiempo de quitar espiguillas de los calcetines y remojar los pies en el dulce arroyo de La Hoz que baja fresco y cristalino junto al puente sobre un lecho de suaves guijarros justo antes de llegar al Duratón donde le esperan las truchas.