Volvemos a los pinares
Las lluvias han sido persistentes. Con la intención de huir de los barrizales volvemos a los pinares arenosos que con las aguas suelen compactarse. Aunque, como veremos,… no siempre.
Comenzamos en Torrecilla del Pinar siguiendo su elegante viacrucis de piedra hasta el humilladero, después encontramos unos viejos lavaderos bien conservados entre la hojarasca de chopo, húmeda y olorosa. Y, más arriba, en la cuesta, la románica ermita de la Virgen del Pinar que ya nos muestra la mancha pinariega que pretendemos atravesar.
Seguimos pero al poco, las arenas comienzan a notarse. Molestan; son profundas y casi están secas. Como podemos rodamos en busca de los mejores tramos o sobre el lecho blando del pinar. Todo es inútil. Estamos entre las dunas y tanto caminar como rodar es sufrir.
¡Paciencia y a barajar compañero!
Bajamos y montamos. Tomamos alguna pista y acabamos en la carretera. Entre el laberinto de pinares pasamos por el puente de piedra de Fuente el Olmo de Fuentidueña y después por Navalilla. Queríamos asomarnos a las Hoces del Duratón pero la gran duna nos lo quería impedir.
Un paraje de fantasía: El convento de la Hoz
Mas allá de Navalilla los pinos se tornaron sabinas y el suelo arenoso se hizo calizo. Podíamos rodar con libertad y así llegamos hasta el mirador del la Hoz donde parecía que se partía el mundo.
El suelo es tajado por el río Duratón dejando paredes de colores rojo y gris, verticales y profundas. Abajo, el río, corre estrecho como si no existiera el embalse. Sauces, álamos e higueras marcan la ribera formando una filigrana dorada. Y, en la misma punta de la afilada hoz, las ruinas del convento aportan el toque romántico al escenario.
Paseamos por los cantiles y tiramos fotos para al final decidir que era mejor bajar a verlo de cerca.
Encontramos la trocha que descendía y abandonamos las bicicletas. Entre las peñas bajamos hasta el río y paseando llegamos hasta el mismo convento ruinoso y semienterrado por antiguos desprendimientos de enormes moles de caliza. Sobre nuestras cabezas los buitres circulaban y en el mismo río algunas anátidas rebuscaban por el fondo del río.
A mi compañero le sugieren paisajes Tolkianos y para mí que incluso podrían ir más allá.
Tras disfrutar de estas vistas del Convento de la Hoz; paraje de fantasía y un feliz paréntesis en nuestra sufrida ruta, regresamos. Recogimos las bicicletas y doblamos la ruta para volver.
Las lagunas de Fuenterrebollo
En una placita en Fuenterrebollo almorzamos con apremio. El tiempo era cambiante y fresco así que seguimos con la seguridad que acabaríamos de nuevo en los arenales.
Sin embargo de primeras encontramos un camino amigable y entretenido: el Camino de La Orilla, que nos deparó la sorpresa de varias lagunillas del mayor de los encantos.
Ahora comenzaba una lluvia suave.
Hicimos parada en la laguna de Los Navazos, después en la de Los Hombres y finalmente en la de La Tremedosa. Tres de entre las muchas que hay dispersas por estos pinares. Las encontramos colmatadas con aguas claras y transparentes, rodeadas de espadañas y espinos de frutos rojos entre los que había innumerables setas. Con frecuencia pequeños grupos de álamos negros ponían una curiosa nota dorada entre el oscuro pinar haciéndolo diferente.
El camino bueno llegó a su fin y hubo que navegar de nuevo entre arenales, atravesando arroyos secos, cortafuegos y pisando tamuja crujiente. A pie con la burra al lado o montados sin avanzar —daba lo mismo— Pero todo acaba y también este martirio lo hizo llegando, ¡por fin! y aún de día, a la iglesia de Torrecilla; en lo alto y rodeada de bodegas que aún parecen añorar las viñas.
Y, en cuanto a nosotros lectores. Así, en caliente, tomamos el muy firme propósito de dejar los pinares por una buena temporada.
Ya veremos….
Aquí os dejo el track, para curiosear, !no para hacerlo claro¡ 😉