El pequeño embalse de Linares, en Maderuelo, Segovia, retiene las aguas del río Riaza creando un paisaje de cuento. Sirve, además, para regular las variaciones de caudal del río, evitando crecidas y estiajes. También genera energía eléctrica y, su largo sistema de canales y acequias, logra regar también numerosas fincas y huertos.
En cuanto al paisaje, su lámina de agua circunda una buena parte de la villa de Maderuelo, dando la impresión de que el pueblo emerge de las aguas entre el río Riaza y el arroyo de San Andrés, ambos recrecidos por la presa. El perfil del pueblo con las ruinas de su castillo, la espadaña de Santa María, su caserío bien conservado y hasta la ermita de Castroboda más allá del puente, lo han colado entre el selecto grupo de “los pueblos más bonitos de España”.

A estos beneficios, espirituales y económicos, hay que añadir también algunos lúdicos. El rosario de pescadores apostados alrededor del embalse es continuo, la posibilidad de navegación, de baños y de pícnic hace que el lugar sea frecuentado por numerosos visitantes.
Hoy, mientras paleábamos en nuestro kayak, por las aguas frescas y limpias del embalse, comentábamos los beneficios de estas retenciones: deporte, paisaje, energía, riegos… Dicho así parece que todo son ventajas.

Pero ya lo dice el refrán: sin sacrificio no hay beneficio. Justo bajo las aguas que surcamos, descansa sumergido el pueblo de Linares del Arroyo. Sus caminos y palomares, sus bodegas y su cementerio, su caserío… Cuando las aguas bajan aún es posible observar su campanario junto a la presa. Fueron unas cincuenta familias que a mediados del pasado siglo hubieron de abandonar su pueblo para que hoy podamos disfrutar de este coqueto embalse.
Vaya desde aquí nuestro recuerdo y agradecimiento.

Hoy el embalse está repleto y cubre playas y arboledas. La superficie azul apenas muestra ondulaciones, las riberas se reflejan como en un espejo y, en las orillas, enormes carpas frezan con eufóricos bailoteos. Lo demás: todo es cielo.
Nosotros remamos en calma, despacio. Cruzamos bajo el puente hasta la ermita de la Veracruz y, esquivando sedales, volvemos aguas adentro para contemplar Maderuelo. Todo es quietud y silencio. La villa nos parece un buque varado sobre aguas calmas… hasta que repican las campanas. Su alboroto nos saca del relajado estado de ensoñación para reanudar nuestro periplo.

y Aquí podéis encontrar algunas fotografías del pueblo desaparecido