Hemos vuelto a Sayago con el fin de conocer de cerca el embalse de San Román, la central de El Porvenir e intentar llegar a la punta convexa del meandro que indujo a la creación de esta inteligente infraestructura que en los albores del siglo pasado dio luz a Zamora, Salamanca y Valladolid.
Nos encontramos con el Duero en Carrascal de Duero. Al contrario que en nuestro último paseo, el veranillo de Santa Judit ha pasado y la helada nos acompaña. Nos encontramos a las puertas de Sayago y también de los Arribes
Pronto la comarca nos muestra que el pedaleo ni será fácil ni continuo. Las cuestas no se hacen esperar y ya desde el paraje de Las Pajarrancas hasta el Teso del Castro rodamos y caminamos cuesta arriba. El Duero está magnífico y algunos cormoranes lo disfrutan.
Buscando de nuevo el río encontramos los restos de la Aceña de Congosta como barco petrificado amarrado a su puente a la espera de un pasaje que no llega. Al poco la rivera de Campeán llega al Duero y allí mismo nos llevamos la decepción de que no podemos seguir junto al río. Pese a estar marcado el camino hacia la presa una verja candada nos impide el paso sin que encontremos acceso posible entre las huertas aledañas.
La decepción vino aderezada con una enorme y monótona subida por un terreno suelto entre pinos y cipreses que nos dejó sobre la misma loma del meandro; a un lado se indicaba la dirección a la presa y al otro hacia la central; nosotros seguimos de frente varios kilómetros por el estrecho interior del meandro entre preciosas dehesas rodeadas de Duero .
El meandro encajado
El Duero, cuya vocación es discurrir hacia poniente, encuentra aquí un duro sierro de esquistos contra el que tiene que luchar. Se desvía hacia el norte bruscamente y, en cuanto puede, rompe la barrera y vuelve hacia el sur hasta que de nuevo encuentra una salida a su querencia natural. El resultado es el dibujo de un gran meando de unos seis kilómetros de profundidad por solamente uno de anchura por el que el Duero va y viene encajado en el valle a gran velocidad.
En el interior, suavemente ondulado, encontramos dehesas y cultivos de secano en pobres pedregales hozados por jabalíes. Al final, cuando llegamos al río y descendemos las últimas terrazas, aparecen bancales de arena y canto rodado fruto de la dinámica erosiva del meandro.
Paseamos por estas playas contemplando el río crecido y veloz saltando por encima de la azuda de las Pesqueras de Charquitos. Entre los borreguillos que forma el río podemos ver Los Cañales —ya sin cañas—, donde quedaban atrapados aquellos peces que permitían antaño comer pescado fresco en la comarca.
La Central del Porvenir
Desandamos el camino admirado de hasta donde nos llevan nuestras bicicletas, en ocasiones a nuestro lado. Vamos disfrutando del suave y dulce olor de la jara en invierno y, en el cielo, un buen número de buitres sobrevuelan las dehesas.
Dejamos el eje central del meandro y buscamos las vegas por donde escapa el Duero. Frente a nosotros los Infiernos de Almaraz, al otro lado del río, nos muestran un paisaje escarpado propio del arribanzo, el Duero, extremadamente bello, aún conserva una hermosa ribera de álamos blancos junto a un río que baja ya en caída libre.
Con facilidad llegamos hasta la central hidroeléctrica del Porvenir —dicen que la primera de España—. Un túnel de algo más de un km trae el agua desde el otro lado del meandro, desde la Presa de San Román que no pudimos contemplar. Consigue una caída de unos 15 m y muchos caballos de energía. La central sigue en funcionamiento más de un siglo después y sus modernizaciones han acabado con el encanto de los viejos edificios industriales que inaugurara Federico Cantero Villamil.
San Román de los Infantes
Remontamos la vieja carretera de acceso acompañando al arroyo del Trochil y volvemos a donde lo dejamos unas horas antes. Los campos se abren y nos muestran sus parcelas aradas que nos recuerdan alguna pintura de Klee.
Nos acercamos a San Román de los Infantes. Primero topamos con su diminuto cementerio que nos anticipa la humildad que encontraremos en la pequeña localidad dependiente de Pereruela.
Encajado junto al arroyo de Valmadero aparece su caserío sobre el que a duras penas destaca la espadaña de su iglesia. Unas pocas casas se encuentran habitadas aunque no nos encontramos con nadie. La mayoría, abandonadas, mantienen sus muros en pie gracias a sus lajas de pizarra. Algunos tejados nos muestran sus amplias chimeneas sobre sus hornos de barro. Ahora estamos de viaje en el tiempo, imaginando y comentando como debió ser esto y lo otro, un viaje onírico del que nos despierta el ladrido amenazador de algunos mastines que andan a su albedrío.
Salimos siguiendo el arroyo entre viejos corrales vacíos. La jornada está resultando esforzada pero especialmente bella e interesante. Vamos buscando caminos para el regreso a Carrascal, subiendo y bajando lomas, alborotando anátidas que encontramos en los arroyos represados y saltando alguna portela. Pero sobre todo disfrutando de un fresco y magnífico atardecer entre las cuidadas dehesas vacías de ganado, ahora estabulado, hasta que recuperen el verdor y cese la helada.