Comenzamos esta vez nuestra excursión en la comarca burgalesa de la Ribera del Duero, por el tramo central del rio Esgueva, en una jornada templada y cubierta. Vamos, lo que viene siendo habitual en este otoño en el que aún no hemos conocido el frio y apenas las nieblas.

Solamente una preocupación, y esta era que debido a lo fuerte que había llovido los días anteriores; ¿Cómo encontraríamos los caminos?

Esgueva entre Cabañes y Santibañez, un rio natural
El río Esgueva aún conserva su encanto natural

Dejamos nuestro vehículo en Terradillos de Esgueva y recorremos el pueblo. Su hermosa iglesia no nos sorprende, tampoco la de la vecina localidad de Pinillos de Esgueva. Es lo que por aquí abunda. Ambas son de estilo románico y monumentales, bien asentadas en sendos promontorios que armonizan con el entorno natural del valle por el que iniciamos nuestro camino.

El Esgueva baja alegre de aguas. Parece limpio y su velocidad arrastra hojas y espadañas en su largo camino hacia el Pisuerga. Lo cruzamos y comenzamos a disfrutar de un valle repleto de quejigos, que antaño fueron mochos, y que aún mantienen un bonito colorido verde y amarillo.

Valle del Esgueva. Burgos
Rodando entre quejigos por el valle del Esgueva

Por la vega llegamos a Cabañes de Esgueva. Visitamos su ermita, pasamos por delante de un viejo palomar y subimos hasta lo alto del cerro que respalda al pueblo y donde colocaron su imponente iglesia de San Martín cuyo reloj debió de dar la hora a una buena parte del valle. Allí se encuentra también su viejo cementerio y no podemos evitar entrar; plagado de flores y viejas cruces de hierro y mármol imaginamos vidas pasadas con los tiempos efímeros que nos indican las lápidas.

Pequeño capitel con sirénido en la ermita de San Salvador en Santibañez de Esgueva
Maravillosos detalles románicos que confunden (Ermita de San Salvador)

Seguimos junto al rio por un camino verde y húmedo. Hasta ahora nos íbamos salvando del barro rodando frescos y felices. Encontramos rebosante el azud que desvía el agua para riegos y molinos. Justo al frente, la ermita románica de San Salvador ya en Santibañez de Esgueva  parecía que nos nos llamaba y allá que nos acercamos a contemplar sus arquillos lombardos. Ya la hemos comentado en otra ocasión en este cuaderno y la verdad es que su sencillez embelesa.

Santibañez de Esgueva. El Caño
Fuente y abrevadero en Santibañez de Esgueva

Pero allí había que ver también sus caños, sus bodegas, su iglesia y su picota. Y, sobre todo, pasear por el borde del cerro donde se enclava el pueblo para contemplar las vistas del acogedor valle con su arboleda desnuda.

Dejamos aquí a la Esgueva y seguimos junto a su tributario, el arroyo Oquillas, para llegar hasta…¡Oquillas! claro. En el camino una pequeña cueva de cuya bóveda escurrían aguas nos hizo una pequeña demostración de la acción kárstica sin que esperásemos a que se formara alguna estalactita.

Ermita del Santo Cristo de Reveche. Gumiel de Izán
Ermita del Santo Cristo de Reveche

Después de visitar el pueblo y sus estelas y canecillos seguimos hacia su estación ferroviaria. Bueno, a lo que queda de ella, más bien. El paisaje había cambiado paramos y cerros se mostraban vacíos y áridos. Los barros comenzaban a darnos dramático aviso y a duras penas llegamos hasta la sencilla ermita de estilo… pues sí, ¡románico!, del Cristo de Reveche. Una pequeña tenada frente a ella nos acogió de la brisa y la llovizna para el descanso del día.

Por un buen camino llegamos a Gumiel de Izan y allí nos dimos cuenta de las pocas horas de luz que nos quedaban para lo lejos que andábamos de nuestro comienzo. Aunque ya habíamos estado hace algunos años lo recorrimos brevemente, casi con prisa. En la plaza disfrutamos de la fachada de su iglesia, ahora tan de moda gracias al aire que se da con el Tesoro o el Monasterio de Petra, allá por el desierto jordano.

Portada iglesia Gumiel de Izán. Comparada Monasterio de Petra
Y esta preciosidad no es románica ,,, ni nabatea, Excepto por las hornacinas vacías.

Hubo que replantearse la vuelta. Recurrimos a una carretera, afortunadamente vacía y así conseguimos llegar, casi de noche, a Sotillo de la Ribera. Sin apenas paradas excepto en la ermita de Monzón, esta gótica para variar, y un rato que nos entretuvimos en Sotillo entre su fuente, iglesia y ermita de Santa Lucía pero, desde luego, no lo que el lugar merece.

Y poco más de contar sino que después de tanta cruz se nos apareció el infierno. Y a él fuimos bajando; como Virgilio y Dante, por escalones. Primero fue el infierno del barro y después descendimos al de las tinieblas. Pero, en fin, dado que bien está lo que bien acaba y que sarna con gusto no pica no comentaremos más sobre estas zarandajas del oficio. Pero eso sí, hacemos intención de volver con luz ¡Hay mucho que repasar!

Aquí os dejo la ruta recorrido

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