…/… el comienzo de esta ruta en la entrada anterior
Tras visitar Gormaz, su fortaleza y alrededores almorzamos junto a otro manantial: el de San Luis que nutre de aguas una dinámica piscifactoría. Nos acomodamos sobre unas rocas secas y soleadas desde las que podemos observar como el Duero se abre paso entre la pedriza formando un considerable cañón por el que, en el buen tiempo, se puede pasear en canoa.
Dejamos el Duero y nos dirigimos hacia Villanueva de Gormaz. Rodamos charlando entre campos ásperos, desnudos y ondulados. Nos acompañan varios corzos unos metros hasta que brincando desaparecen por una loma. Al poco, llegamos junto a la hermosa ermita del Humilladero que se encuentra adosada el cementerio. Paramos a tirar alguna foto y observar al pequeño pueblo que descansa en el borde de la ladera asomado a un amplio valle adornado con palomares destartalados.
Paseamos por el pueblo y bebimos de su fuente mientras mirábamos su frontón tratando de imaginar el restallido de la pelota sobre el muro… en otros tiempos. Nos acercamos hasta sus bodegas en el borde del cerro acosados por un grupo de perruchos poco acostumbrados a la gente. Una señora, que al sol estaba a sus quehaceres, los calmó y subimos tranquilos.
Arriba, un ordenado grupo de bodegas y las ruinas de tres lagares que nos muestran sus vigas y trabaderas en lucha perdida contra el tiempo nos cuentan del viñedo que hubo por estos paisajes y del que nada queda. La vista es hermosa: el pueblo con sus palomares; más allá, las grandes y ásperas pedrizas que han de partir las aguas del Duero y el Caracena, y en el horizonte, ¡cómo no! de nuevo La Fortaleza de Gormaz.
De nuevo en el pueblo saludamos a la anciana que seguía sentada y hacendosa en el quicio al sol de la tarde. Son unos minutos pero nos cuenta muchas cosas. No muchos más habitan el pueblo y está deseosa de hablar. Nos habla de las aguas exquisitas de Recuerda, de sus perros, de los que viven en Navapalos y de como llegar al río Caracena que es a donde nos dirigimos tras despedirnos.
Tratamos de no ponernos dramáticos con toda esta desolación y siguiendo sus indicaciones llegamos hasta el Caracena, el rio de Tiermes que tantas civilizaciones conoció.
El rio bajaba alegre, con buen caudal entre un cauce sinuoso y virginal, con sus riberas de hierba verde festoneadas de álamos. Al comienzo el camino no podía ser más agradable acompañando al rio. Poco a poco el cañón se eleva sobre las copas de los árboles, el valle se estrecha y nos vemos inmersos en un hermoso desfiladero lleno de derrumbes que a veces invaden también las aguas.
Al llegar al viejo Molino de la Hoz vemos complicado seguir junto al rio. Optamos por buscar un camino que aliviara las penalidades de subir hasta lo alto del cañón con la burra al hombro. Lo encontramos y lo seguimos hasta llegar a la presa del viejo pantano. Sobre un cercano cantil una pareja de buitres a punto de acostarse nos mira con inquietante atención.
El pantano está repleto y es un remanso de tranquilidad. Sobre la presa de hormigón rebosa un gran chorro de agua espumosa que nos impide el paso hacia el otro lado. En su parte alta el agua está como un espejo reflejando simétricamente el horizonte de altas peñas. El agua, tan quieta y transparente nos permite observar un fondo limpio de cantos con tonos turquesa.
Encontramos un pequeño sendero rio abajo que nos invitó a seguirlo. Como nos había sucedido antes, al principio parecía asequible pero a medida que avanzábamos hubo que poner pie a tierra y con algunas penalidades seguir la trocha asomados al borde de la garganta con precaución.
Finalmente llegamos a Vildé. Al igual que en Villanueva solamente pudimos saludar a un mujer y pasear sus calles. Visitamos la Torre de la Mora y su Fuente Vieja. Ya cansados y con el sol buscando el horizonte tomamos la carreterilla hasta Navapalos donde nos encontramos de nuevo con el Duero.
El sol se escondía a nuestras espaldas mientras cruzábamos los inmensos campos de manzanos. Y llegamos a La Rasa de donde habíamos partido horas antes. Los jornaleros se recogían de sus tareas en los campos y nosotros, enteros aunque cansados, también de las nuestras.