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Como ya hemos contado abandonamos el barco en la hermosa playa de Foz do Sabor. Habíamos disfrutado del río a ras de las aguas; ahora tocaba trepar a los montes y contemplarlo como una larga pincelada plateada.
Los altos miradores, Museo del Côa.
Tras atracar en el animado pantalán lleno de pescadores, de nuevo al autobús. Disfrutamos de un breve y serpenteante recorrido panorámico desde el río Sabor al Côa. Una vez en Vila Nova de Foz Côa subimos hasta su museo arqueológico, imponente en lo alto del monte. Desde allí la panorámica des ríos Douro y Côa era magnífica. Tanto como el almuerzo que disfrutamos, con un estupendo bacalhau (no podía faltar) y otras exquisiteces; regadas —quizás demasiado— con buen vinho.
Nos encontramos en un paraje declarado “Patrimonio de la Humanidad”. El motivo: nada menos que el de poseer la colección de arte rupestre al aire libre más numerosa que se ha hallado y que “milagrosamente” se ha salvado. En realidad hubo un proyecto de embalse que, de realizarse, lo hubiera inundado en su mayor parte.
Resulta curioso que dentro de este conjunto arqueológico, declarado Patrimonio de la Humanidad como ya hemos comentado, se encuentre incluida la zona arqueológica paleolítica de Siega Verde a lo largo del río Águeda, en territorio salmantino.
Castelo Rodrigo
Despachados a gusto en el restaurante del museo y asombrados con las amplias vistas desde lo alto del valle, seguimos la ruta hasta Castelo Rodrigo. Algunos de nuestros compañeros de viaje, de afinadas y coordinadas voces, animaron los trayectos en autobús con cánticos tradicionales que hacía lustros que no escuchábamos.
Nos encontramos ante una de las doce Aldeas Históricas que tiene declaradas Portugal como atractivo turístico. Un cuidado pueblo medieval lleno de encanto y de historia, una historia que resultó que también era la nuestra en aquellos tiempos de las batallas. Desde lo alto del cerro y tras sus murallas sorprenden las vistas de la Sierra de la Marofa.
Finalizamos abajo del cerro, en Figueira de Castelo Rodrigo y concretamente en su bodega cooperativa de la denominación Beira Interior. Allí nos obsequiaron con una interesante cata a cargo de Antonio, el enólogo de la bodega. Agradecimos el esmero hablando nuestro idioma para contarnos todo lo que había que saber sobre tourigas nacionales tintas y malvasías y sirias blancas; allí plantadas desde, al menos, la época del Cister. Se habló lógicamente de frutos rojos, de vainillas y hasta de maracuyá…. A mi simplemente me parecieron —me olieron y supieron— a muy buenos vinos.
En la etiqueta de sus botellas reza:
«Habiendo tomado parte por Castilla en la crisis de 1383-1385, el rey Joao I castigó a Castelo Rodrigo ordenando que en su escudo figuraran sus armas reales boca abajo»
Y así lo han lucido durante siglos. Aunque parece ser que la República los perdonó (y su escudo es otro y al derecho) parecen expresar esta curiosidad con cierto orgullo.
En una hora escasa,
ya de noche, traspasamos la frontera que ya no existe. Regresamos a Hinojosa de Duero con la sensación de que, tanto en esta parte de España como en la de Portugal, era mucho lo que aún teníamos que ver.
Al montar en nuestro coche y escuchar las noticias de España, estas eran inquietantes y desazonadoras.
Cómo celebramos el poder vivir en un lugar donde las fronteras están tan difuminadas que casi desaparecen, en contraste con otros donde la mentira, la insolidaridad y la traición construyen murallas de nuevo cuño.
Me ha gustado mucho, el comentario a modo de resumen, del viaje por nuestra vecina y bonita Portugal. Un saludo Jesús Mangas.