El rio Esgueva, como buen río que se precie, tiene también un gran afluente. Se trata del Río Henar, aunque, a decir verdad, se trata de un bonito arroyo que discurre desde más allá de Cilleruelo de Abajo y se entrega en Torresandino. Como suele ser habitual en estos rios pequeños se lo conoce también por otros nombres tales como Aguachal, Mataviejas o Cobos y su nacimiento lo podrían compartir varios arroyos cuyas fuentes se encuentran ya en la Sierra de Tejada, al Oeste de Peña Cervera.
Nosotros partimos de Villatuelda, junto al Esgueva. Allí remontamos el interfluvio entre el rio y el arroyo dejando abajo los valles para rodar sobre los cerros cubiertos de cereal verde con bonitas vistas de las Peñas de Cervera en nuestro horizonte.
En el trayecto diáfano tratamos de mantenernos sobre las lomas. Aún así encontramos la fuente Pinilla muy bien escondida, corrales arruinados adornados con almendros y algunos cerrillos prominentes y llenos de encanto como las Bardihuelas, la Grande y la Pequeña. No todo era soledad por estos páramos; algunos labradores laboraban con sus tractores y una pastora nos saludó desde la ladera de un cerro cuyas hierbas apuraban en calma sus churras.
Y llegamos hasta nuestro punto de inflexión: la sencilla ermita de La Aynosa. Acogedora y cuidada, romeros de tres pueblos se reúnen cada año para homenajear a la Virgen de la Henosa: Bahabón de Esgueva, Cilleruelo de Abajo y Santibañez de Esgueva. Hoy la temperatura es alta y, de entre las tejas de su portal, entran y salen avispas que mejor dejamos tranquilas.
Dejamos también la ermita y visitamos la fuente de Henosa y junto a su arroyuelo llegamos a Cilleruelo de Abajo. Un rosario de huertos junto al arroyo del Henar rodean el pueblo recostado sobre un suave picón. Recorrimos sus callejas encontrándonos con su royo junto a la iglesia y en una fuente —un grifo en realidad— junto a la antigua cilla donde pudimos reponer agua potable. Algo que parece cada vez más recomendable por nuestros pueblos con sus aguas acosadas por los productos agrarios.
Nos reencontramos con el arroyo del Henar y seguimos camino entre un cerrado robledal. Llegamos enseguida al molino de la Dehesa y allí almorzamos sobre la hierba entre un concierto sinfónico de pajarillos con el cuco colocando siempre su conocido colofón.
Descendiendo junto al Henar fuimos encontrando varias sorpresas entre un paraje florido en el que iban apareciendo fuentes y puentecillos.
Primero fue la Cueva del Cura Merino. Una pequeña oquedad entre las rocas que marcan el valle y que, como es natural, cuenta con leyenda referente al audaz guerrillero.
Más adelante aparecieron los evocadores corrales de Cabañes para recordarnos el pasado ganadero de la comarca.
Y, a continuación, nos encaramamos hasta la ermita románica de La Blanca y allí, ¡Oh sorpresa! Se encontraba abrevando junto a su fuente el rebaño de la pastora que habíamos saludado de mañana. Un agradable rato de charla contemplando su rebaño muy bien cuidado. Mientras sus tres perrillos pastores se desvivían con destreza para controlar al ganado.
El rebaño volvía hacia Terradillos y nosotros retomamos nuestro camino hacia Torresandino.
Ahora el valle se hacía más ancho. Robles y sabinas iban desapareciendo y el cereal se encontraba en un momento de esplendor solamente salpicado de algunos chopos que nos marcaban la cercanía del arroyo.
Finalmente el rio Henar se entregó con placidez al rio Esgueva, —casi tratándole de tu a tu— entre un paraje de chopos e iniciando juntos el camino común. Un camino que bien pudo haberse frenado en seco de haber prosperado el embalse que se trató de construir justo antes de Torresandino.
Regresamos a Villatuelda para tirar alguna foto al atardecer a su hermosa iglesia tardorománica de San Mamés. Rodeada por el Camposanto se erige su original espadaña. Se trata de una espadaña mocha provista de tres elegantes campanas y, alrededor, un rosario de bodegas abandonadas que se van hundiendo sin remedio.
Pues nada, aquí la ruta, muy bonita y fácil la verdad ¡ánimo!