Estamos en la última semana de este invierno lluvioso. Tras un viaje en la niebla aparezco en Brazacorta. Un pueblo recóndito de la provincia de Burgos junto al rio Pilde. Desde allí parto, monte arriba, sumido en la niebla, en la soledad y el silencio.
Llevo rumbo Norte, hacia Hinojar del Rey. La niebla va levantando a medida que el sol gana fuerza. El silencio y la soledad persisten por estos parajes en los que solamente las ruedas de la bicicleta, al cruzar los abundantes charcos, se atreven a romper con su rumor de salpiqueo.
El rio Espeja, un hermano del Pilde
Allí en Hinojar del Rey me encuentro con el río Espeja, un afluente del Arandilla que baja boyante. El pueblo reposa en un alto mientras que sus bodegas se acurrucan en el valle junto al río. Para seguir mi ruta tomo el camino del Pontón. El sol ha derrotado a la niebla y no hay rastro de viento. Todo es humedad y charcos. Arroyos rehenchidos, fuentes transparentes y caminos empapados que hacen delicioso el paisaje y pesado el rodar.
Llego hasta La Hinojosa y desde allí a Espeja de San Marcelino. Por allí el Espeja acaba de nacer entre un brusco desfiladero calcáreo. Ya en el pueblo, me llaman la atención las cáscaras de huevo decorando la cruz sobre su rollo y también la muestra de las hermosas piedras de jade y mármol de sus canteras. Yo sigo camino hasta Orillares. Aquí nace el río Pilde recogiendo las aguas de las laderas de La Sierra. Al otro lado, el río Lobos, ya va construyendo su imponente cañón.
La Hoz de Orillares
Paro unos momentos a descansar junto a la humilde parroquia de Santiago. Me ofrezco a llevar el carretillo vacío a un hombre mayor que parece en dificultades. Agradecido me dice que no es necesario. Tiene unas pocas ovejas y las sigue cuidando. Me invita a cruzar el la hoz de Orillares al pie del monte La Matosa. Me cuenta cosas sobre sus fuentes, sus cuevas y el rio atravesándolas. Tenía pensado pasar por allí paro ahora estoy ansioso.
Cuando me acerco observo como las aguas se juntan al lado del camino. Luego vienen algunas más del arroyo Mimbre y enseguida el pequeño curso de agua se consolida formando el río Pilde. Otro afluente más del Arandilla. Ahora el ancho camino entra en un desfiladero de película. Miro hacia arriba y los muros se levantan estrechando los cielos sobre los que, a estas horas, planean elegantes los buitres leonados. Aparecen cuevas, algunas someras, otras más profundas y el rio… El río se cuela entre una de ellas con el brío con que el ferrocarril atraviesa un túnel. Más allá vuelve a salir dibujando un precioso diorama con sus aguas veloces y espumosas. El pequeño desfiladero embelesa.
Dejo la hoz y al Pilde. De momento.
La Torca de Fuencaliente
Paro a almorzar junto al rio Seco que hoy va bien mojado. Me costó incluso vadearlo y pude gracias a la ayuda de la bicicleta usándola como puentecillo. Allí estudio un poco el terreno para llegar hasta la Torca de Fuencaliente. Estoy cerca y quiero aprovechar la oportunidad.
Campo a través y entre bruscos lapiaces me intento acercar. Ahora es mediodía y el sol calienta o es mi esfuerzo y cansancio. Abandono la bicicleta entre la arboleda y caminando recorro el último kilómetro entre un paraje solitario y misterioso cerrado de sabinas. Finalmente encuentro la torca. Es impresionante. Rodeo la sima, me acerco cuanto puedo con vértigo y prudencia. Lanzo un pedrusco y el sonido, cuando al rato llega al fondo, me sobrecoge.
¿Qué restos habrá allá abajo?¿Qué leyendas o realidades harán alusión a tan siniestro lugar? ¿Será quizás el vestíbulo del infierno de Dante?
Dejo la fantasía, la realidad es suficiente. La sima tiene más de 80 m de profundidad y ha sido explorada. La primera vez debió ser en 1908 cuando recuperaron el cadáver de Antonio Puente, un guarda desaparecido que parece ser que murió asesinado sin llegar a saberse por quien. Un crimen perfecto que dio lugar a un prodigioso rescate.
El valle del rio Pilde
Deshago lo andado y me reencuentro con la bicicleta. Abandono el inmenso y salvaje sabinar y, relajado, por la carretera llego hasta Guijosa, dejando atrás las ruinas de su convento.
De nuevo me reúno con el Pilde, ahora bien conformado por los arroyos que han ido aportando sus aguas… ¿Pero qué primavera vamos a tener? No puede estar todo más bonito.
Por el valle, siguiendo al rio, llego hasta Quintanilla de Nuño Pedro y después a Alcubilla de Avellaneda. La tarde va cayendo con suavidad, parecen días diferentes. Los caminos siguen empapados y el esfuerzo se nota en las piernas.
Sí, la jornada está siendo larga. He disfrutado de corzos mordisqueando los trigos tan verdes y de las cigüeñas en el nido incubando con paciencia. De los jabalíes solamente y por suerte encontré sus hozadas sobre prados muy verdes y con abundantes chirivitas. Bodegas, torres y un cementerio alegre y con encanto. Una naturaleza rica y exuberante que quizás no fuera tal de no existir la supuesta despoblación.
En Alcoba de la Torre puedo visitar el interior de su coqueta iglesia, sencilla y rural y también los restos de su castillo. Después de 60 km regreso a Brazacorta. Allí despido al rio Pilde que sigue tenaz en su crecida. Observo las recovecos de su iglesia medieval con torre de ladrillo y termino en los viejos lavaderos.
Están graciosamente reconstruidos y… ¡vaya!, también ambientados. Varias tablas de lavar, una tajuela, un barreñón e incluso; sí, ¡también el mismísimo asperón!
Un par de trozos de aquel vasto jabón de antaño que me ayuda a lavarme las piernas y brazos. También enjuago la sufrida bicicleta en el desagüe, acariciándola sus lomos y quitándole el barro, como a una bestia.
Pobrecilla…
Y AQUÍ os dejo el enlace a la ruta
En el texto escribes Quintanilla de San Pedro, lo correcto es Quintanilla de Nuño.
Gracias. Corregido