El valle del Duero aún mantiene más allá de sus riberas un buen número de montes en estado “casi” natural. Esto es posible en parte gracias a la escasa población que lo habita además de la dificultad que hasta ahora conllevaba el cultivo de las laderas.
Pinos, sabinas, encinas y robles se alternan o se combinan; predominando a veces una especie, a veces otra.
Ejemplos son el monte de La Calabaza, en las cercanías de Aranda, el Pinar de Antequera y Esparragal en Valladolid; El Chaparral en Almazán o Velosandero en Soria. Recorrerlos en bicicleta o caminando supone un placer sublime debido a su encanto natural, a sus desniveles asequibles y a los sinuosos senderos que suelen albergar.
Hoy nos hemos acercado hasta Toro para conocer el de monte de Montelareina en una agradable, aunque apagada, mañana otoñal y hemos podido disfrutar de todos estos placeres juntos en un corto paseo en bicicleta.
Partimos de la ciudad hacia la Cuesta del Reventón y enseguida encontramos el arroyo Adalia, de hermoso nombre y amplio valle, pero ¡qué lástima! de aguas escasas, sucias y revueltas. Cerca encontramos la pétrea fuente del Obispo que, aunque apenas manaba, conservaba ese aire auténtico y evocador que caracteriza las fuentes de Toro.
Desde allí zigzagueamos sin prisa entre senderos acogedores y caminos más bruscos siempre entre pinares y robledas salpicados de dorados cermeños.
Mientras alguien reparaba un pinchazo otros aprovecharon para oler la jara y contemplar el impresionante surtido de setas que eclosionaba de entre la panocha.
Subimos hasta los altozanos, recorriendo Las Pulgas, El Infierno, La Bruja... hasta asomarnos a Valdelobos donde se casi se nos acabó el Montelareina… Y la arboleda seguía sin dejarnos ver el valle.
Y así que fuimos a buscarlo. En un largo descenso rodeamos el castillo-bodega y sus bacillares hasta llegar al viejo campamento militar tan conocido de muchos ya mayores, que por aquí hicieron la instrucción, y que parece se quiere revitalizar de nuevo por Defensa.
Junto a la estación del campamento tomamos en parte la senda del canal que llega hasta Zamora y en alguna ocasión la carretera y caminos. Disfrutando de la vega volvemos hacia Toro junto al río Duero que baja enorme y turbio.
Tomamos alguna foto desde el puente de hierro. Este oscila bruscamente cuando pasan los camiones que llegan desde las graveras. Abajo las aguas avanzan despavoridas como si temieran un derrumbe inminente.
Aquí optamos por tomar el sendero que junto al río llega hasta el Puente de Piedra bajo las cárcavas de Toro. Un paisaje hermoso, salpicado de fuentes y manantiales, pero hoy nos parece complicado. El río va muy crecido y a veces lo roza y, cuando no, la alfombra de hojarasca que lo cubre por completo y lo confunde todo. Lo tenemos que abandonar y seguir un tramo junto a la vía del ferrocarril. Un ferrocarril que aún debe de mantener un servicio diario a Zamora sin detenerse por aquí.
Llegamos al largo Puente de Piedra toresano. Ahora está remozado, se han repuesto los pretiles y podemos cruzarlo con seguridad para disfrutar del característico perfil de Toro que marca su Colegiata. Seguimos por el otro lado de la ribera y volvemos a Toro por el puente nuevo.
Hubo algunas visitas a la esplendorosa ciudad que siempre nos sorprende con algo nuevo que ver más allá de su esplendorosa Colegiata. Pasamos por la ermita mudéjar Santa María de la Vega, después subimos al mirador del Alcázar y finalmente paseamos entre sus plazas y palacios llegando hasta Tagarabuena para concluir el paseo.
¡Vaya una buena terapia de monte, Duero y monumentos!
Y aquí el track (resumido), entre pitos y flautas 45 km Y siempre con algo de aventura….
Un buen paseo en bicicleta. Enhorabuena.