Queríamos disfrutar del campo y la bicicleta y queríamos seguir nuestros arroyos. Así pues, obligados por las altísimas temperaturas de este verano, salimos, ya en clave nocturna, a dar un paseo desde Cubillas de Cerrato.
Por la comarca del Cerrato discurren numerosos arroyos que drenan sus valles hacia el Pisuerga, bien directamente o bien a través de los ríos Arlanza y Esgueva. En esta ocasión rodaremos entre los arroyos paralelos de Maderano y de Madrazo que tantas veces hemos recorrido de día.
Sobre la medianoche descargamos las bicicletas y adaptamos el equipo. En la plaza vacía y serena del pueblo rebotaban las conversaciones de algunos veraneantes que charlaban a la fresca.
Una fresca que no era tal. ¡Era calor!. Y más como comenzamos la ruta, pedaleando cuesta arriba entre cálidos aromas de pinar hasta el Páramo de Cevico. Allí nos recibieron lo que nos parecían una hueste de gigantes hostiles pero que, al acercarnos, eran simplones cardos borriqueros recortados en el claro horizonte.
Ya en el páramo, dos enormes focos iluminaban el cielo. Eran los resplandores de Valladolid y Palencia que se abrazaban tapándonos las estrellas. Seguimos nuestra marcha hacia el Este, justo de espaldas a las luces residuales y así llegamos entre sombras y grillos hasta la ermita de la Virgen del Monte.
A nuestros pies el valle del arroyo Maderano se fundía con el del Rabanillo junto a un iluminado Cevico de la Torre. Más allá, en el horizonte, las balizas rojas de los aerogeneradores de Magaz centelleaban.
Cruzamos después el Páramo Angosto. Un paso complicado de noche que nos ocasionó algún problema en una de las bicicletas que pudimos resolver a la luz de las linternas. También perdimos el trípode de la cámara por lo que las fotos también se resentirán. Desde el estrecho y peligroso altozano, cuando la senda lo permitía podíamos contemplar a la vez los pueblos a cada lado de su cresta: Alba de Cerrato a nuestra derecha y Cevico de la Torre a la izquierda: puro Cerrato.
Rodeando el Pico Merino, entre pinares, rastrojeras y caminos polvorientos llegamos a Vertavillo. Paramos en su fuente, junto a la iglesia, cuando un hombre solitario encuentra su portal. Nosotros, bajo la luz cálida de una farola nos refrescamos unos momentos.
El calor aún persistía cuando la gibosa menguante apareció de entre las nubes para iluminarnos pálidamente el resto del camino. Regresamos por el valle del Madrazo sin que apenas necesitáramos usar nuestras luces; rodamos detrás de nuestra sombra escuchando el monótono ruido de las cubiertas apretando la gravilla hasta que, más adelante, una cosechadora aprovechaba la noche para sus labores deslumbrándonos con sus potentes focos entre una estela de polvo.
Pronto llegamos a Población de Cerrato. El ladrido lejano de un perro rompe el silencio de la noche en el Cerrato y desde allí seguimos, atravesando su fantasmal barrio de bodegas para ceñirnos al arroyo donde, !por fin! encontramos una suave y fresca brisa junto a los juncos y espadañas que ocultaban las aguas escasas.
¡Los pelillos de los brazos se erizaban por fin! Un placer casi olvidado.
Un carillón daba las tres de la mañana cuando entrábamos en Cubillas de Cerrato que ahora ya dormía en silencio. Recogemos los trastos y sacudimos nuestras piernas cansadas y polvorientas que se confunden con las zapatillas.
Ahora el relente de la noche del Cerrato invita a recogernos en el coche y regresar despacio, saboreando los pormenores y recordando los detalles. ¡Ah! Y haciendo propósito de mantener mejor la bicicleta.
Aquí podéis encontrar el trayecto seguido.
De Alba de Cerrato son varios familiares, que viven allí y orgullosos de un pueblo tan bonito.
Es una zona bonita, el cerrato. Dentro de la tierra de campos de la menos agradecida por las instituciones. Pero muy ciclable.
Bonito post.
Muchas gracias Javier, ¡ya lo creo que es bonito el paisaje cerrateño!, incluso de noche