Hace unos meses hicimos un recorrido en bicicleta por el sur de la Sierra de Pradales. Dentro de esa ruta teníamos previsto pasar por el cañón del arroyo del Valle pero no nos pareció oportuno meternos por allí con la bicicleta. Pero hoy nos hemos resarcido paseando caminos que recorren la agreste paramera y senderos que se cuelan entre el arroyo y los cantiles.

Comenzamos nuestro paseo hacia las pedrizas

Pasamos junto al Pingocho y llegamos hasta Valle de Tabladillo; allí dejamos el coche. La mañana estaba asentada, sin viento y soleada; muy agradable y bastante mejor de lo que las previsiones anunciaban. Nos pusimos a caminar barranco arriba por un camino de piedra suelta hacia los páramos.

El paisaje era claro y nítido, sin colores estridentes; tan solo una amplia variedad de pardos con algunas pinceladas rojas que aportaban los brillantes escaramujos; pardos de roca y tierra y pardos también de la vegetación desvestida.

Valle de Tabladillo. Segovia
Pedriza en el Valle de Tabladillo

Entre estas duras pedrizas se adivinan los restos que nos dejaron anteriores generaciones. Gentes que no venían a pasear sino a extraer yeso o cuidar el ganado. Chozos y muros derruidos se van disolviendo entre puntiagudos lapiaces, nunca roturados y complicados de caminar.

Tras esta primera parte por los altozanos descendimos hacia el arroyo entre las lastras de Fuente el Cuerno dejando de ver la silueta de Castroserracín.

Llegamos hasta un viejo puente que no se dejó ver por la maraña de zarzas y comenzamos nuestro camino junto al arroyo.

Hacia el arroyo del Valle. Castroserracín
Bajamos, del páramo al valle

El arroyo del Valle nace en un pliegue de las laderas al Sur de la Sierra de Pradales y tras discurrir junto a Castroserracín desciende hasta Barrio de Arriba, Valle de Tabladillo y acaba entregándose al Duratón. Su valle es fértil, soleado, agreste y muy entretenido para caminar.

Y nos colamos entre el valle

Tomamos el estrecho sendero que nos llevará de vuelta y pronto el valle se cierra entre paredes verticales o más. Los buitres han tomado posesión de los cantiles y nos miran con curiosidad y, junto a nosotros, el agua del arroyo resuena con la frescura de su discurrir salvaje.

Pronto aparece la figura solemne de El Monje. Frente a él otro grupo de nidos de hada que nos imaginamos que son Las Monjas…Imaginación al poder, como suele decirse. Se trata de un elegante conjunto de rocosos caprichos geológicos que jalonan el cañón.

El Monje, Valle de Tabladillo
El Monje

El valle se va abriendo y dejamos atrás el estrecho cañón. A medida que esto sucede aparecen viejos bancales derruidos en las laderas, refugios pastoriles y tenadas. En el fondo los chopos y fresnos van dejando lugar a huertos decadentes que van ensanchando entre almendros y nogales viejos. Más adelante aparecen manzanos, cerezos, ciruelos y verduras convirtiendo el valle en un acogedor vergel.

El arroyo seguía llevando el agua que iban aportando las fuentes por sus regatos como la del Buquerón que visitamos más allá de los restos de un molino y de la ermita de San Cristóbal. Entre las paredes verticales de un barranco se despeñaba un chorrillo de agua formando una curiosa toba caliza como la falda acampanada de una menina.

Ruinas de molino en Valle de Tabladillo
Molino del Buquerón

Seguimos nuestro agradable paseo pisando la alfombra húmeda de hojarasca ribeteada de hiedras. Entre ellas crecen algunas margaritas y otras florecillas entre las que revolotean mariposas; y la ruta la hacemos en manga corta.

La cosa es que estamos a primeros de diciembre, algo que da que pensar.

Y, qué curioso; ¡un niño!

Llegamos a Valle de Tabladillo, y vaya, ¡qué casualidad!, la hora de almorzar… y con varios restaurantes a nuestra disposición.

Nos sentamos en una de las mesas de un bar. En la barra un par de grupos rivalizaban alternando vermús y junto a nosotros en algunas mesas más se acomodaban otros comensales.

Llegó nuestra comanda y nos pusimos a reponer fuerzas entre el rumor intenso de risas, conversaciones y cacharrería. Y de repente sobre ese rumor asumido y acogedor surgió el estruendoso llanto de un niño.

Se había caído y lo mecía en brazos su padre. Pero el llanto sobrepasaba el rumor y todos prestamos atención, seguramente por la rareza de ver un niño en un pueblo, algo inusitado.

El Pingocho. Valle de Tabladillo
Y nos despedimos del Pingocho

El padre lo calmó con facilidad y olvidado el coscorrón se puso a descubrir el local ayudándose de sillas y banquetas.

A nuestro lado encontró una puerta corredera, tiró con afán y la cerró un poco. Estábamos al lado y nos miró con la cara iluminada de alegría inocente mezclada con las lágrimas del berrinche anterior. Nos miró y se reía, luego la abrió otro poco emocionado… y volvió a cerrarla.

Su padre vino y lo cogió achuchándolo.

Hoy habíamos visto corzos, buitres, senderistas con perrillo y muchas cosas pero nada comparado con algo tan natural y que tenemos casi olvidado: la sonrisa y mirada triunfante del crío descubriendo como, a su voluntad, la puerta mostraba o escondía otro mundo tras ella.

Y aquí os dejo el track de paseo por el segoviano Valle de Tabladillo

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