Ya habíamos estado en Tábara y ya habíamos rodado por los placenteros caminos de la Sierra de la Culebra. Entre sus antaño infinitos pinares, a través de sus brezos en flor y hasta huyendo, en una ocasión, de una panda de celosos mastines.
En esta ocasión íbamos a encontrarnos con los tristes efectos de los incendios que hace meses asolaron estos paisajes que ahora encontramos o carbonizados o como eriales por el aprovechamiento de la madera que se viene realizando.
Nos acompañaba un tiempo ya frio pero agradablemente seco y soleado cuando partimos de la antiquísima iglesia de Santa María al encuentro improvisado de alguno de los valles alargados y paralelos que estructuran la sierra.
En la salida encontramos algunos bonitos castaños y una buena cruz sobre un montón de lascas. Junto al camino, saludamos a una pareja de bien mayores que recogía mostelas de jara… ¡Qué buen picón para el brasero y que olor tan agradable tiene que haber en su hogar!
Hicimos parada en el humilde santuario de San Mamed, bien protegido por grandes rebollos que se salvaron y, enseguida, tomamos el valle del arroyo del Casal por el que fuimos ascendiendo suavemente.
Un infierno extinguido
Pronto fueron apareciendo las consecuencias del aquel pavor. Pinos esqueléticos y negros se nos mostraban como fantasmas paralelos y, como fondo, laderas vacías que parecían aradas. Paisaje desolador; junto al arroyo encontramos a salvo algunos abedules y poco más. Numerosos cérvidos nos acompañaban curiosos trepando, o más bien, flotando sobre las empinadas laderas calcinadas en las que parecía que las renovadas matas de jara conseguían ya emerger de la tierra.
Al poco fuimos testigos del procedimiento de arranque de los pinos quemados. Una poderosa máquina con sus adecuados implementos trabajaba en una de las laderas arrancando y a la vez desramando en segundos cada uno de los pinos muertos para acumularlos después en montoneras junto al camino.
Nos preguntamos: ¿Qué voluntad, que planes y qué ayudas habrá para devolver a estos parajes su esplendor natural? Un esplendor que ya no conoceremos.
De momento nos cuentan y se quejan de que la madera la pagan a 12 €/Tm y que, aún siendo tan barata, no es ni fácil ni seguro el cobro. Tampoco encontramos alta la moral de los paisanos.
El río Castrón
Rodando y rodando llegamos hasta el Castrón; un bonito río serrano junto al que aparecimos por Ferreras de Abajo y más tarde a Litos.
Llega desde lo alto de la Sierra, en Ferreras de Arriba y discurre por su valle hasta que se entrega al Tera en Navianos de Valverde. Sus aguas bajan frescas y espumosas rebotando en las gravas que forman el fondo rojizo de su cauce. En sus riberas encontramos chopos, sauces, robles y alisos además de castaños y frutales entre las huertas que ya apenas nadie cuida. Sobre algunos de ellos también se evidencia el oscuro paso de las llamas.
Y una encina descuajada
Después de visitar los pueblos y algún pequeño reposo al sol abandonamos el río y bajo la atenta mirada oscura de la enorme Pedrizona iniciamos el regreso colándonos entre los montecillos de Litos. Y fue en la ladera de Los Majadales donde encontramos a una vieja encina moribunda que había sobrevivido al fuego pero no a un mal viento que la empujó brutalmente arrancándola de cuajo. Allí la había dejado en un escorzo grotesco pero agarrada, quizás, a un soplo de vida que mantenga su única rama reverdecida para vivir otros cien años más. ¿Lo permitirá la motosierra?
Nosotros seguimos, rodamos con fluidez por caminos firmes. No hay barro y vamos hacia abajo. Entre vallejos diáfanos tomamos el camino de Santiago Sanabrés en dirección a Tábara. Delante de la Sierra de las Cavernas aparecen hermosas dehesas de roble y nos encontramos con la Laguna Vieja. Aquí es un chopo enorme el que ha sucumbido por la debilidad de su leña vieja y seca cayendo sobre las aguas ante la presencia de media docena de compañeros que lo velan en silencio mientras nosotros tiramos algunas fotos con el silencio debido por el árbol caído.
Y terminamos. De vuelta hemos llegado a Tábara lamentándonos por las tristes peripecias de nuestros grandes amigos: los árboles; con la esperanza de que nuestra querida Sierra de la Culebra esté solamente mudando la piel, como les es propio a las serpientes.
Por si os apetece hacer la ruta
Y unos versos de alguien de por aquí:
En el cielo está clavado
el sol iracundo y alto.
La tierra es toda llanura, llanura, toda llanura, y en la
llanura … ni un árbol.
(Que día tan largo – León Felipe)